La década del 30 es considerada como una de las más importantes para el cine de gánsters. La ley seca y el florecimiento de venta de alcohol clandestino, dio pie a una primavera de mafiosos que se dedicaban a ese negocio. La pantalla grande bebió de esas leyendas urbanas sobre el crimen organizado y esos hombres de origen humilde que a fuerza de trabajo ilegal, se convertían en dueños de gigantescos imperios. De los muchos títulos clave de dejó ese género, se encuentran Héroes olvidados, El pequeño césar, El enemigo público o Ángeles con caras sucias, y Scarface, basada en la vida de Al Capone, protagonizada por Paul Muni y dirigida por Howard Hawks.
A comienzos de los ochenta, Al Pacino tuvo la posibilidad de verla en el cine Tiffany de Los Angeles, y pensó que ahí podía haber material para una remake. Inmediatamente se contactó con su agente, el productor Martin Bregman, y así se puso en marcha una nueva versión de Cara cortada. A partir de ese momento, Pacino se convirtió en el principal impulsor de un film que, como sucedió con la película original, se convertiría en el símbolo de un período de gran explosión creativa en el cine de Hollywood.
Oliver Stone y Brian de Palma: la combinación perfecta
El primer director elegido para realizar la nueva Scarface fue Brian de Palma, y el guión iba a ser preparado por David Rabe (un profesional de carrera breve, pero que cuenta en su haber con la escritura de dos grandes títulos como The Firm y Pecados de guerra). Esa versión preliminar ubicaba la acción en los 20, pero su tratamiento no convenció al equipo. De Palma, poco entusiasmado, prefirió retirarse del proyecto, mientras que Rabe también siguió otro camino.
De esa manera llegó a bordo Sidney Lumet, con el que Pacino había trabajado en Tarde de perros y Serpico. Su mirada desencantada podía ser la ideal para darle una nueva vida al mafioso en la pantalla grande, y el realizador comenzó a trabajar en el film. Lumet cambió el foco de la ficción cuando propuso que todo transcurriera en el presente. En dicho contexto, fue casi una obviedad resolver en qué negocio ilegal iba a estar involucrado el protagonista.
En esa instancia se sumó como guionista Oliver Stone , y Al Pacino contó cómo fue el primer borrador del equipo artístico: "Sidney Lumet y Oliver Stone se juntaron y presentaron un guión que tenía muchísima fuerza y que estaba muy bien escrito. Stone escribía sobre cosas que afectaban al mundo, él estaba en contacto con toda esa energía, esa furia y ese nervio".
La idea de una historia en los ochenta cambió sustancialmente la naturaleza de la ficción, y sobre eso Stone admitió: "Sidney dio en el clavo al convertirlo todo en un relato moderno sobre un delincuente inmigrante con los mismos problemas de la película anterior, cambiando las drogas por el alcohol. Hay una prohibición de las drogas que da a luz a la misma clase de criminales como la prohibición del alcohol dio pie al nacimiento de la mafia. Fue una idea notable".
A partir de ese momento, el guionista comenzó un concienzudo trabajo de escritura que derivó en una de sus grandes piezas. El escritor viajó a Florida y se entrevistó con narcotraficantes, como así también con agentes de la ley dedicados a combatirlo, armando un completo mapa sobre cómo era ese submundo. Pero en un segundo plano de ese proceso creativo, Stone lidiaba con sus propias adicciones, y en una entrevista expresó: "Me mudé a París porque el mundo de la cocaína era un problema para mí. Consumía esa sustancia por aquel entonces y realmente era algo que me pesaba (…). Me fui de Los Angeles con mi esposa y nos instalamos en Francia para intentar ver el mundo desde otro lugar. Y pude escribir ese guión estando absolutamente limpio".
El proceso de escritura anticipaba que el film sería una obra maestra, y todos se mostraron muy entusiasmados, a excepción de Sidney Lumet. Stone confesó: "Él odió mi trabajo (…). Déjenme decir que Sidney no entendió mi guión, pero sin embargo Bregman quiso continuar por mi camino junto a Al".
Lo que se cocinaba de fondo era una batalla entre el productor y Lumet. El director quería darle al relato un contundente subtexto político en el que culpaba al presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, por el tráfico y el consumo de cocaína en Estados Unidos. A Bregman esa mirada no le interesaba, y por ese motivo Lumet dio un paso al costado. Ahí se acercaron otra vez a Brian de Palma. Pero Scarface ya no era una película de época, sino el rabioso perfil de un zar de la cocaína en una Miami en evidente decadencia. El realizador se enamoró instantáneamente del nuevo enfoque, abandonó un proyecto llamado Flashdance, y se metió de lleno en el mundo de Tony Montana.
La fallida llegada de Meryl Streep
Con el guion terminado y con De Palma como capitán del barco, comenzó el proceso de elegir a dos personajes clave de la historia: Manny, el amigo cubano de Tony y su principal cómplice, y Elvira, su pareja. John Travolta había sido la primera opción para el coprotagonista, pero las negociaciones no llegaron a concretarse. En ese momento apareció en escena Steven Bauer, quien inmediatamente fue contratado para ese rol. El detalle no menor que convenció al equipo fue que Bauer era cubano, y su acento le daba verosimilitud a la interpretación.
Con respecto a la figura femenina, la situación no fue tan sencilla. Inicialmente Pacino tenía en mente a Meryl Streep, e insistió mucho en incluir a la actriz de La decisión de Sophie como su coprotagonista. Pero los productores se negaron porque querían a alguien que transmitiera "más sensualidad". En la lista se barajaron nombres de lo más variados, pasando por Glenn Close, Geena Davis o Carrie Fisher. Hasta que Michelle Pfeiffer hizo el casting, y tanto De Palma como Bregman quedaron convencidos que era la mejor opción. Pero Pacino se resistía, y sobre eso el productor reconoció: "Brian y yo sabíamos que el personaje iba a interpretarlo Michelle. Pero tomó un poco de tiempo convencerlo a Al. A él le preocupaba que ella no tuviera la experiencia suficiente y que no convenciera en el rol. Michelle no encajaba en la imagen de Elvira que él tenía en mente. Pero se equivocaba".
El pequeño amigo de Tony
El clímax de la película muestra el punto cúlmine de un personaje cuyo vertiginoso ascenso solo podía terminar de forma explosiva. Tony Montana moría como había vivido, rodeado de absurdas montañas de cocaína y con una ametralladora sus manos, a la que se refiere como "su pequeño amigo", en una de las líneas de diálogo francamente memorable.
La famosa arma era una M16 que llevaba incorporada un lanzagranadas M203 (una pieza de utilería que, pocos años después, Arnold Schwarzenegger usaría en Depredador). Mientras la manipulaba, Pacino se quemó la mano al tocar su barril, debiendo luego suspender la filmación por dos semanas. Y un mito popular, que el tiempo se encargó de desmentir, aseguraba que parte de la cocaína que se veía en escena era real, y que el actor la había esnifado en cámara. Pero los responsables dijeron que se trataba de leche en polvo, algo que igualmente no evitó que Pacino sufriera secuelas. "Durante años sufrí una sensación muy molesta. No sé qué le paso a mi nariz, pero algo le cambió", dijo en 2015.
Quizá una de las mayores curiosidades de esa escena, sea la brevísima participación de otro prestigio nombre Hollywoodense: Steven Spielberg. El director de E.T. y De Palma eran muy amigos, y ambos acostumbraban visitar al otro en set. Spielberg fue a ver cómo era el mundo de Scarface, y tuvo la posibilidad de dirigir un plano de la secuencia, para diversión del equipo técnico que durante unos breves minutos siguió las órdenes del padre de Indiana Jones.
182 veces "F"
Mientras filmaba, Brian de Palma era muy consciente de que eventualmente debería entablar diálogo con el comité encargado de calificar a la película. Scarface tenía una notable cantidad de insultos y una elevada violencia. Pero él tenía un plan de dos pasos para evitar que su obra fuera calificada con severidad. Cuando llegó el momento de enviar el film terminado a la MPAA, Scarface recibió la temida "X", que significaba "Prohibida para menores de 17 años, aún en compañía de un adulto". Esa categoría impedía que el largometraje fuera exhibido en grandes cadenas, dándole una distribución muy limitada y perjudicando su vida comercial. El realizador entonces procedió a llevar a cabo algunos breves cortes casi insignificantes, excepto en la escena de la bañera. En ese momento de la historia, dos sicarios atrapan a Tony y ante su mirada matan con una motosierra a su compañero. Originalmente el director mostraba en detalle el cercenamiento de la víctima, el posterior festival de sangre e incluso una imagen de un brazo cortado. Pero a él en realidad no le importaba mostrar todo eso, y solo lo filmó para luego descartarlo, y quedar en buenos términos con el comité. Otras escenas violentas que sí le interesaba conservar, en contraste con esa, parecían más suaves y pasaron casi inadvertidas.
En segunda instancia, el director convocó a un grupo de agentes especializados en la lucha contra el narcotráfico para que hablaran con miembros del comité. Ellos aseguraron que cortar la película no era prudente porque retrataba de forma precisa el submundo del narcotráfico, y que incluso su mensaje era en contra del consumo. Frente a esas opiniones, y con la famosa escena de la ducha recortada, la pieza recibió una "R". Esa calificación permitía a los menores de 17 ingresar a la sala con un adulto, y su exhibición aceptaba a las cadenas, brindándole una vida comercial mucho más saludable. Por cierto, la palabra Fuck, prohibida en el cine mainstream actual, se dice en Scarface ni más ni menos que 182 veces, convirtiendo al film en el dueño de la mayor cantidad de insultos, al menos hasta 1983.
El rechazo inicial, y un legado ineludible
De Palma, Pacino y Bregman confiaban en el poder de la película, pero sabían que no era un relato fácil de digerir, y como era de esperar, las primeras reacciones fueron de rechazo. En una exhibición para famosos, Dustin Hoffman se quedó dormido, la comediante Lucille Ball repudió su violencia y exceso de insultos, el escritor Kurt Voneggut se fue a mitad de la proyección porque no la aguantó, y en la publicación New York Magazine la tildaron de ser "una producción clase B con pretensiones". En la vereda opuesta, Eddie Murphy fue uno de los poquísimos famosos que habló a favor del film, mientras que Martin Scorsese, quizá el ojo más afilado, le dijo a Steven Bauer: "Ustedes son unos genios. Pero mejor váyanse preparando, la película va a ser odiada en Hollywood porque básicamente habla de ellos".
Sin embargo, Scarface fue una de las propuestas más exitosas en el año de su estreno, convirtiéndose en el tercer título más visto de ese período. A pesar del rechazo inicial, el largometraje era una obra maestra que perduraría a lo largo de las décadas. La historia de Tony Montana se convirtió en un fenómeno popular que generó homenajes, citas, guiños e incluso una banda punk tomó su nombre en referencia a las 182 veces que se dice la palabra con F (Blink 182 es el grupo, obviamente). Fiel a la mirada propuesta por Oliver Stone , la película trascendió no por su mirada política, sino más bien por su nervio narrativo, por su impacto y por la saga de un mafioso que moría en sus propios términos. La cultura under, y sobre todo aquella vinculada al hip hop, abrazó el relato de Montana y lo erigió como ícono de la ostentación, sin negar el encanto de una fábula sobre un delincuente de origen humilde que al menos durante un tiempo, pudo convertirse en el dueño del mundo (como dice el cartel que decora su muerte en la escena final).
Por otra parte, Scarface es el mejor símbolo de un mainstream perdido, de un cine a gran escala apuntado exclusivamente a un público crecido. Hace casi cuarenta años los tanques cinematográficos podían ser comercialmente viables pensando en los adultos, y un autor como Brian de Palma tenía el poder de construir una épica violenta sin miedo a hundirse en la taquilla. En el Hollywood actual, que solo arriesga millones en franquicias ATP, Scarface jamás tendría cabida, y eso convirtió a la película en una pieza de resistencia.
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