Un western criollo con gauchos y samuráis
El fascinante largometraje de Gaspar Scheuer explora el choque entre el mundo de los guerreros y los criollos
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Una historia de amistad entre un samurái (Takeo) y un gaucho renegado (Iginio), que peleó en la Guerra del Paraguay, es el motor de esta suerte de western criollo contemplativo, creado por el director Gaspar Scheuer (premiado como mejor director por la DAC en el Festival de Mar del Plata 2012). Con la belleza minimalista de Kim Ki Duk en Primavera, verano, otoño, invierno... y otra vez primavera , pero retomando la tradición del cine de género, Gaspar logra en Samurá i, (producida por Tarea Fina) un fascinante relato, una obra extraña y magnética, que hace eje en el derrotero de Takeo, el hijo de una familia japonesa de linaje samurái exiliada en un territorio rural y desconocido de la Argentina, a fines del siglo XIX.
En su segundo largometraje (que se estrena mañana en Arte Multiplex, Malba Cine, El Cairo de Rosario, Fenix de Villa Mercedes, San Luis, y el Cinema Paraná) el director retoma la leyenda del último samurái Saigo Takamori, que en 1876 condujo una rebelión contra el Emperador (leitmotiv de El último samurái), para crear su propia mitología, según la cual el último samurái estaba escondido en el bravío territorio argentino del 1800, esperando rearmar su ejército y restablecer la orden de esos nobles guerreros.
Tras esa leyenda, contada por su abuelo, el joven Takeo, miembro de una familia que mantiene sus costumbres en el medio del paisaje rural argentino, decide emprender la búsqueda del líder samurái. Deja el rancho y las tareas campestres y parte en un viaje en busca de Saigo, con la convicción de encontrarlo. Pero los códigos de honor, la nobleza y las leyes samurái con los que fue criado por su abuelo contrastarán rápidamente con ese mundo desconocido con otras leyes, donde empiezan a dominar los fusiles y la ley de los terratenientes.
En el camino conoce a Poncho Negro (Alejandro Awada), un gaucho errabundo y solitario con mala fama entre los paisanos, que será su aliado y se sumará a la búsqueda del joven samurái, perdido en medio de sierras y monte salvaje.
No es nueva la inserción de los samuráis en el mundo occidental ( Por un puñado de dólares, de Sergio Leone, es un ejemplo), pero el relato de Gaspar cobra originalidad en la ubicación de ese aprendiz de samurái (interpretado por la revelación Nicolás Takayama), que busca al último guerrero de la casta ancestral en la tierra de los gauchos, creando una atmósfera tan magnética como extraña.
El rostro japonés de Takeo, o Japón, como lo bautiza Poncho Negro, en el contraste de esa atmósfera argenta y ese pulso de western criollo, crea un film sugerente, con imágenes de una belleza subyugante y un drama clásico, que encuentra su potencia en la relación entre esos dos mundos aparentemente irreconciliables, el del samurai y el del gaucho. El relato podría resultar inverosímil y hasta extraño, sin embargo, Gaspar crea una historia atrapante, a partir de los diálogos, la solidez de las actuaciones, la mirada contemplativa de la cámara y la historia de ese joven samurái luchando contra el avance del progreso.
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