Contra las exhibiciones amorosas
NUEVA YORK ( The New York Times ).- Como mujer de 26 años residente en Manhattan, tengo tolerancia cero por las parejas que exhiben privadas muestras de afecto. Aunque trato de mirar para otro lado, estas vidrieras amorosas son difíciles de evitar. Vaya donde vaya, hay gente que está acariciándose mutuamente como si la ciudad entera fuera una gran habitación de motel barato.
Hace poco, en un restaurante del Lower East Side, estaba disfrutando de la compañía de un amigo cuando una pareja cercana se tomó de las manos sobre la mesa. Después se enfrascaron en un largo y apasionado beso que los hizo levantar de las sillas. Salteamos el postre y decidimos terminar la noche en una cafetería cercana... sólo para observar a otra pareja que estaba sentada también a los besos mientras nosotros sorbíamos café con leche.
Las comidas apasionadas son malas, pero los subtes románticos son peores. Sin mesas en el medio, esta gente tiene la oportunidad de estar cuerpo a cuerpo y hacen el mejor uso de esa cercanía. Incapaz de ignorarlos, a veces siento que debería disculparme por estar invadiendo su espacio, especialmente cuando el afecto alcanza el cuello y los lóbulos de las orejas.
Pero tengo noticias para ustedes, viajeros besuqueros: se trata de subtes, no de góndolas privadas.
Puedo soportar a la gente caminando de la mano, hasta un ocasional largo abrazo. Pero mirar besuqueos en lugares públicos no es para mí. En el Guggenheim, en los lavaderos... ¿los neoyorquinos están tan ocupados que tienen que manifestar su amor sobre la marcha?
Cuando observo a los besuqueros con una mirada molesta, a menudo me mirarán fijo con una sonrisa afectada como si preguntaran: "¿Celosa?"
No estoy celosa ni privada de afecto. Sólo me gustaría disfrutar de una comida, un viaje en tren o una caminata sin subir el volumen de mi iPod para tapar el sonido de los besos de extraños.