
Seres alados en el subsuelo
En el particular espacio del CETC, se presentó La limousine
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La limousine . Espectáculo coreográfico con composición musical de Marta Lambertini e interpretación de Oscar Albrieu, Gustavo Alfieri, Gerardo Cavanna (dirección musical) y Fernando Saldaño. Coreografía de Brenda Angiel, por la Compañía de Danza Aérea que integran Ana Armas, Víctor Hugo Campillay, Pablo Carrizo, Mauro Dann, Viviana Finkelstein, Juan Iglesias, María Luján Minguez, Cristina Tziouras y Brenda Angiel. Hoy (sábado), a las 20.30, y mañana (domingo), a las 17. En el CETC, Tucumán 1171.
Nuestra opinión: buena
Ni calabazas ni hermanastras ni hechizos. De aquella ópera ¡Cenicientaaaa?! , que Marta Lambertini estrenó también para el Centro de Experimentación del Colón, por entonces fuera de sede, hoy apenas aparece un "desprendimiento", al decir de la compositora. Se trata de La l imousine, que tampoco conserva el carácter infantil ni el sustento narrativo de aquella, sino que surge como matriz sonora del nuevo trabajo de la compañía de Danza Aérea de Brenda Angiel, primer estreno ligado a la danza, que el CETC tiene esta temporada.
Lo primero que hay que decir sobre la obra, de poco más de media hora, estructurada musical y coreográficamente en cuadros o pequeñas piezas, es que la percusión y los movimientos aéreos hacen un buen tándem: se apoyan, se completan, se potencian. Como es habitual en la disciplina de la que Brenda Angiel es referente en nuestro país, aquí los bailarines sujetos de sogas y arneses caminan por columnas y paredes, bailan cabeza abajo, se enredan, vuelan y pendulan merced a preludios e interludios, algunos que se reformulan y varían, a cargo de un cuarteto instrumental en vivo.
Pero también hay que notar que, aunque pueda ser novedoso para este "escenario" y sus parrillas dar sustento a seres alados, Angiel y los suyos no se traen grandes sorpresas, en cuanto a que hacen lo que saben y hace años demuestran. Es decir: el lenguaje, la técnica, la apuesta de movimiento es una continuación de lo que esta compañía viene desarrollando (incluso hay perfumes de los tangos volados que abordaron en sus últimas temporadas). Pero lo que esas columnas y paredes y arcadas dejan ver y, fundamentalmente, lo que el público no alcanza a capturar en directo, aunque tal vez sí a través de una suerte de proyecciones retrovisoras, constituye el punto más destacable de la obra. O sea, el manejo que la coreógrafa hace del espacio. Esté donde esté sentado, el espectador nunca tendrá visión total de lo que está ocurriendo. Ese atractivo se mantiene e inquieta.
Técnicamente, la destreza de los bailarines invita al público a seguirlos en sus vaivenes, descensos y ascensiones, en horizontal y vertical. La emoción se juega más en dos o tres pasajes, como una corrida estroboscópica a dos metros del piso, que pone frenética a una intérprete, o un dúo más íntimo, entre una mujer a tierra y un hombre "colgado", quien, no obstante, tiene la capacidad de llevarla a volar. Pero esa facultad ya es propia del amor.
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