El encuentro entre corazones parias
PEQUEÑO CIRCO DE LOS HERMANOS SUÁREZ / Autor: Gonzalo Demaría / Intérpretes: Luciano Castro, Marco Antonio Caponi, Marita Ballesteros, Gonzalo Suárez, Fernando Sansiveri, Matías Teres / Escenografía: Agustín Garbellotto / Música: Gerardo Gardelín / Vestuario: Ana "Chispy" Leiva y Julieta Harca / Iluminación: Gonzalo Córdova / Director de arte: Eugenio Zanetti / Asistente de dirección: Martín Comán / Dirección: Luciano Cáceres / Funciones: martes y miércoles, a las 21 / Sala: Cultural San Martín, Sarmiento 1551 / Duración: 60 minutos
Nuestra opinión: buena
Un circo, música de circo, murga y payasos... clowns que, como en la Commedia dell' Arte, representan a su vez a otras criaturas. Ésa es la primera pintura, la primera imagen viva de esta propuesta. Luciano Cáceres es un director versátil y, sobre todo, sensible... es decir, ideal para volver viva la peculiar y personal dramaturgia de Gonzalo Demaría.
La anécdota es, en apariencia, simple, pero esconde una múltiple capa de lecturas. Dos hermanos de familia cirquera que se separaron alguna vez y tomaron destinos diferentes. Uno de ellos, el más fuerte, el grandote y tonto, se fue detrás de un circo pobre y decidió regresar; el otro se quedó en el pueblo y se hizo policía. Una mujer en el medio: la maestra del lugar, la de ellos mismos. Uno la deseaba y nunca pudo acercarse; el otro convive con ella. Sin lugar a dudas, Demaría es el dramaturgo argentino de su camada más prolífico en la actualidad (este año tuvo varios montajes en cartel), un "cruzamundos". Es capaz de yuxtaponer la erudición más noble con los universos más bizarros y pueriles con pluma maestra. La mayor cerrilidad puede sonar culta en la pluma de Gonzalo Demaría. Y la razón es que su dramaturgia es teatralidad pura. Cáceres se aferró a la propuesta para transitarla desde el absurdo y la farsa, en un lenguaje vinculado al clown.
En lo formal, estos personajes solitarios son arquetípicos, aunque su confección pasa por lo metafórico, por la dialéctica individual, confrontativa, opuesta. Esos cruces, esa yuxtaposición de conductas dibujadas con trazo grueso son el motor de una propuesta que plantea interrogantes. ¿Quién es el animal y en qué ocasión?, por ejemplo. ¿Un grupo de personas puede ser un conjunto de soledades?
Además de aprovechar muy bien el espacio escénico, su desplazamiento y distribución, Cáceres ayudó a moldear cada una de estas criaturas, de máscaras tan distinguibles y personales, con energías opuestas o sinergias. Sin dudas, el trabajo interpretativo más destacable es el de Marita Ballesteros. Sutil, exacta, en una composición de tonalidades y matices delicados, en un adorable tono de damita del cine argentino de los años 50.
Luciano Castro y Marco Antonio Caponi se prestan muy bien al juego entre pueril y metafórico del texto. Otro trabajo destacable es el de Gonzalo Suárez (actor al que muchos encontrarán familiar por su trabajo en una célebre publicidad de entidad bancaria). Encarna al castratti Calandria, primero estabilizador y luego desencadenante en el conflicto decisivo. Una composición entre delicada y grotesca, pero en el tono preciso. En la misma sintonía, pero en trabajos menores, se lucen Matías Teres y Fernando Sansiveri.
Cabe destacar los rubros técnicos como la música de Gardelín, el vestuario de Leiva y Harca, así como la iluminación de Córdova y la dirección de arte de Eugenio Zanetti, perfectos socios artísticos de Cáceres.
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