El país del espejo
Ficha técnica: El país del espejo / Autoras: Ana Armas, Daniela Fiorentino e Inés Armas, sobre el libro A través del espejo, de Lewis Carroll / Dirección: Inés Armas / Escenografía: Hernán Bermúdez / Realización de títeres: Hernán Bermúdez y Silvia Facal / Vestuario: Melina Cymlich y Pamela Taverna / Video: Mario Armas / Iluminación: Adrián Cintioli / Intérpretes: Daniela Fiorentino y Ana Armas / Sala: Club de Trapecistas, Ferrari 252, Caballito / Funciones: domingos, a las 18.30 (incluído este domingo) / Nuestra opinión: buena
Cruzar la frontera del espejo lleva a territorios surrealistas de leyes trastocadas e intenciones inesperadas. Como el hoyo junto al árbol que había llevado a Aliciaal País de las Maravillas, el ritual del pasaje lleva en A través el espejo , el segundo relato escrito por Lewis Carroll sobre las aventuras de la niña, a un mundo de personajes de una lógica distinta a la del biempensante universo adulto, pero cercano tal vez a algunos aspectos de la vida infantil.
En El país del espejo , la creación teatral de simbiótico título, pero basada esencialmente en ese segundo relato, Alicia entra plenamente en el juego planteado por la Reina Roja. Obsesionada por las movidas ajedrecísticas, esta reina aparece en la interpretación de Daniela Fiorentino menos cruenta, más clownesca, que su célebre prima, la Reina de Corazones. Y la Alicia del relato, encarnada por Ana Armas, toma vuelo, literalmente, al ingresar en la dimensión del espejo. Colgada de un arnés flota coreográficamente en torno de la monarca.
El singular ámbito del Club de Trapecistas, especie de galpón amable, poblado de sofás y con recovecos en las alturas, ofrece un espacio particularmente apto para sumergir también a los espectadores en experiencias cercanas a lo onírico. La pantalla de video representa con justeza la función del espejo, de la frontera que hace falta atravesar para ir más allá de lo esperable.
La relación entre Alicia y la Reina marca la obra. Apenas se intercalan como personajes incidentales algunas de las demás figuras ideadas por Carroll, encarnadas por muñecos de factura y tamaños diversos. Ese sutil juego de movimientos, por un lado plantados en el terreno firme de un tablero y por el otro con la libertad de vuelo de las piezas descartadas, se traba un tanto cuando se intercala el texto. En medio del contrapunto entre el lenguaje de danza aérea de la niña y el de gesto clownesco de la Reina, es como si las palabras no lograran atravesar del todo el espejo, como si llevaran el lastre de cierta convencionalidad.
Queda, sin embargo, el planteo de base: hay mundos distintos más allá de la imagen aparente.
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