Y la rebeldía de no ser jóvenes
Hasta que el último norteamericano lo escuche”, grita el guitarrista de Green Day Billie Joe Armstrong, y cinco mil fans ingleses responden con el canto de “American Idiot”, el estribillo de un hitazo que ironiza sobre el programa American Idol, una copia de Popstars, otro exitoso reality musical. Es enero, y Green Day está tocando en la Brixton Academy de Londres, como parte de una gira de dos semanas por Europa, en un show para el que vendieron 175 mil entradas en menos de una hora. En abril, la banda comienza una gira de un mes por los Estados Unidos para promocionar su último disco, que debutó en el primer puesto de los rankings en septiembre y que casi no salió del top ten desde entonces. El álbum que atacó a George Bush y a la guerra en Irak (“Hicimos todo lo que pudimos para hacer comprender a la gente”, dice Armstrong, quien tocó el tema del título del disco con una careta de Bush en las semanas previas a la elección presidencial). El álbum que le hizo ganar a la banda siete nominaciones a los premios Grammy, incluyendo la de Disco del Año (ganar ese premio, dice el bajista Mike Dirnt, “me devolvería la fe en el rock&roll”, a lo cual Armstrong agrega: “Siento que nos lo merecemos”). El álbum que hizo que los miembros de Green Day fueran superestrellas otra vez.
Sobre el escenario en brixton, Armstrong es como un muñeco que se volvió loco: se mueve constantemente. El baterista Tré Cool sigue levantándose para dar vueltas en torno de sus tambores mientras golpea los timbales. La única persona que parece más quieta es Dirnt y desde el fondo de la platea pueden verse las venas hinchadas de su cuello. “Esta canción es una gran puteada al gobierno de los Estados Unidos”, dice Armstrong cuando la banda empieza a tocar “Holiday”. “Esta canción no es contra los norteamericanos; es contra la guerra.” La pantalla gigante de video que hay detrás de él se enciende con imágenes de helicópteros que tiran bombas.
Casi una hora después, Green Day remata con un cover extremadamente sincero de “We Are the Champions”, de Queen. Toda la multitud canta a coro. Hoy, parece como si Green Day no sólo estuviera festejando su regreso a la cima de los charts sino que, además, estuviera liderando un movimiento de resistencia rockera.
Cuando green day tuvo su primer gran éxito con Dookie, en 1994, eran tres chicos de un mugriento colectivo de punk rock de Berkeley, California. Cantaban acerca del aburrimiento adolescente, de la masturbación y de comer papas fritas en el sillón. Dookie vendió 10 millones de copias, pero se ganaron el desdén de los punks con quienes habían crecido. A los 23 años, ya eran millonarios y estaban todos casados. Siguieron haciendo discos, pero dejaron de hablarse entre ellos. Poco después, en total tenían cinco hijos y tres divorcios.
En 2000, lanzaron un álbum de grandes éxitos y salieron de gira. Y la historia podría haber terminado ahí. “Separarnos era una opción”, dice Dirnt. “Discutíamos muchísimo y nos sentíamos pésimo. Necesitábamos un cambio de dirección.”
Entonces pasaron un año trabajando en sus diferencias y aprendiendo a hacer otra clase de música. Armstrong le confesó a Dirnt y a Cool que tenía un secreto, una ambición no muy punk: escribir la “Bohemian Rhapsody” del futuro. Pronto se pusieron a trabajar en suites de nueve minutos que conformaron el corazón de American Idiot, “Jesus of Suburbia” y “Homecoming”. El trabajo los llevó a darse cuenta de que estaban haciendo una ópera rock. “Miré los mensajes que nos mandan los fans”, dice Armstrong, “y algunos chicos pensaban que nos habíamos vuelto locos. Yo pensé: «A la mierda». Decidimos que íbamos a ser los mejores, la mejor banda del mundo, o nos tirábamos de cara al suelo”.
Es el día siguiente al show de Brixton. Armstrong está hundido en una silla color verde lima en el hotel de Londres. Es el único integrante de Green Day que aparenta menos edad que la que tiene (los tres celebraron últimamente sus cumpleaños número 33), aunque hoy está tan cansado por su intensa agenda de gira que juró no tomar más alcohol por el resto del mes. Armstrong sigue siendo un gran bebedor, pero ya no se droga: un gran cambio para una banda, cuyo nombre se debe a una canción que escribieron acerca de pasarse el día fumando porro, aunque no es algo sorprendente para un tipo que tiene dos hijos, Joey, de 10, y Jacob, de 6. Está relajado y habla despacio, con un aire de seguridad.
Según Armstrong, Green Day pasó los tres años posteriores a Warning, de 2000, “sin hablar de nada y sin ganas de hacer rock”. Lo que había empezado como tres chicos drogones de 17 años que lanzaban temas punk, se había convertido en un negocio y, con el tiempo, en un negocio en baja. El rencor creció en cada uno de ellos. Armstrong es el líder natural de la banda, un chico que se hace cargo, pero él menciona al pasar que se da cuenta por qué Dirnt y Cool empezaron a verlo como el nazi del grupo. El, en cambio, se aferró tanto al resentimiento que tenía miedo de mostrarles canciones nuevas a sus compañeros, porque inmediatamente lo atacaban. Estaba bloqueado, y se daba cuenta de que “para ser la mejor banda del mundo había que trabajar mucho en los detalles”.
Entonces, en 2003, cuando llegó el momento de hacer un nuevo disco, decidieron agregar una cosa a la agenda diaria de ensayos: un tiempo obligado de conversación semanal. Fue idea de Armstrong, y funcionó. “Desnudamos nuestras almas frente a los demás”, dice Dirnt. “Admitiendo que preocuparnos por los demás era algo difícil”, dice Cool. “No nos guardamos nada.” No quieren hablar de los dolores que ventilaron, sólo de los resultados. “Antes, Billie escribía una canción, se bloqueaba y la mandaba a la mierda”, dice Cool. “Los Mike y Tré imaginarios de su cabeza le decían que la canción era pésima y que no perdiera el tiempo en ella. Paró de hacer eso y se le fue todo el miedo frente a mí y a Mike.”
Para Armstrong, eso implicó dejar atrás la actitud rebelde de las primeras canciones de Green Day como “Basket Case” y “Geek Stink Breath”. “Me sentía demasiado grande como para estar enojado”, dice. “No quería ser un viejo enojado. Ser un joven cascarrabias puede ser sexy, pero de viejo ya es otra cosa.”
En un esfuerzo por encontrar un ritmo nuevo, grabaron polkas, versiones indecentes de canciones navideñas, salsa. Las bromas dieron lugar a las verdaderas canciones, y después de cuatro meses y medio en su estudio de Oakland, California, ya tenían veinte temas terminados. Un día, encontraron que les habían robado los masters. “Estábamos realmente enfurecidos”, dice Armstrong. “Pero terminó siendo algo bueno, porque nos ayudó a llegar hasta donde no habíamos llegado.”
Pero antes, Armstrong viajó a Nueva York para reventarse como no lo hacía desde hacía tiempo. Dejó a su esposa y a sus hijos por un mes y tomó “mucho vino tinto y vodka”, dice. “Estaba buscando algo. No estoy seguro de que haya sido un viaje muy productivo.”
“Se estaba cuestionando lo que estaba haciendo”, dice Adrienne Armstrong, su esposa desde hace diez años. “Me daba miedo, porque el lugar al que tenía que ir para encontrar este disco era un lugar al que yo no quería que fuera.” Y no fue hasta que Armstrong regresó a su casa y la resaca empezó a desvanecerse que un día, al ver por televisión a las tropas norteamericanas invadir Irak, encontró lo que buscaba: la política.
Armstrong crecio en la bahia del Este, al noreste de San Francisco, y recuerda haber cantado frente al público a los 5 años. “Aprendía las canciones de los programas”, dice. “Mi papá era baterista de jazz, y yo solía ir con él a los hospitales de veteranos y cantaba.” Comenzó a estudiar piano a los 8 años. “Quería tocar la guitarra, pero decían que tenía las manos demasiado chicas.” Cuando tenía 10, su padre murió de cáncer (una pérdida de la que da cuenta por primera vez en “Wake Me Up When September Ends”, de American Idiot ), y dejó a Armstrong y a sus cinco hermanos bajo la crianza de su atareada madre mesera y, cuando se volvió a casar dos años más tarde, de un padrastro al que detestaban.
A los 14, formó su primera banda, Sweet Children, junto a Dirnt, su mejor amigo desde los 10 años. Hijo de una madre adicta a la heroína que lo dio en adopción, Dirnt es el único miembro de la banda que terminó la secundaria. Sus padres adoptivos se divorciaron cuando él tenía 7 años, y lo dejaron repartido entre su próspero padre, un programador de computadoras blanco, y su luchadora madre, una indígena norteamericana que no ocultaba su animosidad racial. “Crecí con una madre que odiaba a los blancos, pero me quería a mí”, dijo una vez.
Dirnt se fue de su casa a los 15, y él y Armstrong empezaron a juntarse en el Gilman Street Project de Berkeley, un club de graffiti con códigos particulares que fue la cuna de una floreciente escena de punk adolescente. Sweet Children se convirtió en Green Day, y tras la primera gira que hicieron adoptaron un nuevo baterista: el veterano de Gilman Street Tré Cool.
Cool nació como Frank Edwin Wright iii, hijo de un veterano de Vietnam que puso una compañía de transportes. Creció en Willits, California –un pueblo tan rural que su vecino más cercano estaba a una milla de distancia–, y comenzó a tocar la batería con su primera banda, los Lookouts, cuando tenía 12 años (el cantante de la banda, Lawrence Livermore, fue el fundador del primer sello de Green Day, Lookout! Records).
Tras el éxito de Dookie, la escena que consideraban su hogar los condenó como traidores pop punk. “Nuestro sentimiento de pertenencia era tal, que tocábamos en base a eso”, dice Armstrong. Alienados por la mierda que les tiraba su familia de Gilman Street, formaron sus propias familias. A los 25, ya todos estaban casados y con hijos.
El matrimonio de Armstrong sobrevivió. Durante la gira por Europa, sus hijos se quedaron en casa con su abuela, pero su esposa nunca se alejó de su lado. “Me encanta que todavía nos escuche tocar”, dice. “Lo genial es que la música todavía le llega como me llega a mí.” Para Cool y Dirnt, las cosas fueron distintas. Cool ya pasó por dos divorcios y, más recientemente, por un idilio fallido con la baterista de Donnas, Torry Castellano. Tiene dos hijos, uno de cada una de sus ex esposas, y aún está “tratando de que las cosas funcionen”. American Idiot ayudó. “Hubo varios estados de ánimo en la creación de este disco. Yo pasé por uno de los peores momentos de mi vida”, dice.
En mayo de 2003, Green Day volvio a trabajar en su estudio de Oakland. Dejaron atrás veinte canciones que habían perdido y empezaron de cero con el demo de una nueva canción que había traído Armstrong después de largos paseos por el vecindario, “ American Idiot ”: “Don’t want to be an American idiot/One nation controlled by the media/Information age of hysteria” [No quiero ser un idiota americano/ una nación controlada por los medios / la era histérica de la información]. Enseguida aparecieron otras canciones y surgió una historia: la de un chico –Jesús de los Suburbios– que hace su camino en el punk rock junto a un profeta borracho llamado St. Jimmy, que es su guía. Hay drogas, música y una chica, Whatsername [cómosellama], de quien Armstrong dice que es “todas las chicas con las que estuve”.
Y hay algo más: una dura crítica a la administración Bush y a los medios obsesionados con la tele de realities. “Estábamos en el estudio y veíamos a los periodistas incrustados en las tropas, y era la peor versión de la televisión de realities”, dice Armstrong. “Cambiábamos de canal, y estaban Nick y Jessica. Cambiábamos, y estaba Fear Factor. Cambiábamos, y había una persona haciéndose una cirugía para quedar como Brad Pitt. Estábamos rodeados de esa mierda, y los personajes Jesus of Suburbia y St. Jimmy también. Es un signo de los tiempos.”
El sonido de American Idiot navega entre el punk de la vieja escuela, el soul de Motown y los himnos estilo Who. Armstrong confiesa varias fuentes de inspiración: “Usé todo lo que sabía de música. Temas de programas, musicales como Grease y la lucha entre el Bien y el Mal, The Joshua Tree... traté de incorporar todo y convertirlo en Green Day.
“La atmósfera puede ser antiBush, y definitivamente tenía eso en mente, pero cuando te metés bien, es una historia humana”, continúa. “En los Estados Unidos, ese sentimiento puritano está muy presente: «No es asunto tuyo a quién voto». Hace que la gente no piense demasiado. La gente desarrolla una opinión estándar, y en un momento deja de informarse. No estoy terminantemente en contra de los conservadores. Johnny Ramone era buen tipo, pero era absolutamente republicano. Y aun así me caía bien. Ahí es cuando las cosas se complican. Si alguien piensa una cosa, se convierte en «nosotros contra ellos». Este álbum es acerca de sentimientos. No quería hacer un disco de Rage Against the Machine. Quería hacer un álbum de canciones sentidas.”
En el backstage previo a un show en el Manchester Evening News Arena, Green Day se pone el uniforme: camisa negra y corbata roja. Tré Cool practica con una batería en una sala de ensayos con paredes verde mar y piso de vinilo rojo. Pasa una hora tocando con los músicos que acompañan a la banda: dos trompetistas y un guitarrista. A menudo toca así en los viajes en micro después de los recitales. “Para qué están los videojuegos”, dice alegremente, “¡si tenemos la improvisación de jazz!”
Billie Joe Armstrong se calienta corriendo por los pasillos y escuchando su iPod. Cuando corre, llega con los talones hasta la cola. Mike Dirnt se sirve una comida liviana en la zona de catering –se está curando de un resfrío– y habla sobre su amor por la comedia stand-up. El año pasado, llegó al escenario de la Comedy Store de Los Angeles. “Tuve éxito tres de los cuatro minutos que estuve arriba”, cuenta.
La banda entra en el escenario con un tema de 2001. El show de esta noche es el mayor de la gira europea: quince mil personas gritan su aprobación durante una hora y media. “Esta es la mejor gira que hicimos”, anuncia Armstrong desde el escenario. El clímax del show llega cuando Armstrong sube a tres miembros del público al escenario, les da instrumentos y los lleva a hacer un cover de “Knowledge”, un clásico punk de tres acordes de Operation Ivy, una de las bandas que surgió de Gilman Street. La simpleza del ritmo es un hermoso contrapunto con la complejidad musical del material de American Idiot, y demuestra dónde empezó Green Day y hasta dónde ha llegado.
“Hay una sensación de desamparo y política, pero la fiesta también es divertida”, dice un eufórico Armstrong acerca del cover de Operation Ivy, en el backstage después del show. “Conectar así con la gente es muy importante. Las barreras se destruyen.” Armstrong está empapado en sudor. Se sienta junto a Adrienne en un sofá de cuero negro. Cuando ella dice algo acerca de volver al hotel y de “no hacer nada esta noche”, él la mira con adoración. Diez años de convivencia complicada llevaron a Green Day hasta este punto. “Por primera vez en nuestras carreras lo central es la música”, dice Armstrong. “No hay boludeo, ni mierda de reality, ni viaje nostálgico. Eso es lo que hace que los diez años que pasamos sean tan valiosos. Además del hecho de que ahora todos nos vestimos bastante bien.”
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