Lollapalooza afianza su leyenda: sólo la música será capaz de salvarnos
La invención de Perry Farrell volvió a apostar por la diversidad; Arcade Fire, The Killers y Chance The Rapper, entre lo más destacado; del 16 al 18 de marzo, en el Hipódromo de San Isidro
CHICAGO.- Una cantante sueca que derrite corazones. Una inglesa que pasó rápidamente la barrera de los primeros hits y ya se mueve en escena con aplomo de veterana. Unos canadienses que tienen en sus manos la responsabilidad de cerrar Lollapalooza 2017 y no sólo hacen una buena performance, sino que también se conectan emotivamente con el público a un nivel espiritual. Cuando ya el cansancio puede más que cualquier deseo, cuando pesan más los recuerdos de una edición que ya se nos escapa de entre los dedos, llegan ellos para tocar la fibra más íntima, la de la efímera (pero definitiva) felicidad. Como reza el cartel que unos chicos portan de un lado a otro del amplio Grant Park, en esta ciudad que ha vuelto a alojar el festival: "Sólo la música puede salvarnos". Al menos, durante cuatro días, esa afirmación se hizo realidad.
Los canadienses de Arcade Fire cerraron la 13° edición consecutiva del festival desde que éste se instaló en la Ciudad de los Vientos (la 26° desde que nació como consecuencia de una idea de Perry Farrell, como gira de despedida de Jane's Addiction) y la camiseta no les quedó grande. Al contrario: dieron un show que, más allá de la lista de temas, que incluyó sus grandes clásicos, unas cuantas novedades y un sorpresivo y eficaz cover en el cierre, demostró sus habilidades para manejar los estados de ánimo del público.
Lo hicieron bailar, corear sus canciones, delirar hasta las lágrimas, mirar al cielo sin comprender muy bien qué buscaba en esa bóveda de estrellas.
Entre esa especie de homenaje a Abba que es "Everything Now" -la canción que da nombre al disco que salió a la luz la semana pasada y que, después de que supere la instancia de las críticas tras una primera escucha, seguramente se transformará en un clásico de nuestros días- y una versión de otro clásico, "Mind Games", de John Lennon, la banda capitaneada por Win Butler y Régine Chassagne dejó en claro que, en escena, es la que representa de la mejor manera a su generación; fue el comodín que tuvo el rock para asomar victorioso sobre el cierre de un festival en el que los que mandaron fueron otros: el hip hop, la electrónica y el pop global.
Fin de fiesta
Después de tres jornadas intensas y un cúmulo de emociones, la tarde del domingo ya se respiraba el aire de fin de fiesta. Esos miles de cuerpos que en sus muñecas portaban los pases para los cuatro días de Lollapalooza hacían un gran esfuerzo para llegar en pie a la última noche.
Desde el año pasado, cuando Chicago celebró los 25 años de su festival insignia -el que cambió para siempre las reglas del juego-, el encuentro tiene un día extra. Y así como aquí se pasó de tres a cuatro jornadas, en 2018 Buenos Aires experimentará el upgrade de dos a tres días: todo ocurrirá entre el 16 y el 18 de marzo.
La arquitectura del Lollapalooza central -Buenos Aires, Santiago de Chile, San Pablo, Berlín y la recién agregada París- es tan precisa como efectiva. En el extremo norte del parque hay un escenario principal y otro un poco más pequeño que funciona a la manera de un satélite. En el extremo sur del Grant Park -imagínense una espacio similar al de los bosques de Palermo con una calle central pavimentada- el diseño es el mismo.
En medio de todo aparecen tres áreas más pequeñas, que incluyen el Kidzapalooza de los chicos y el Perry's, la sede electrónica que funciona como un festival dentro del festival, con un público que no parece moverse nunca de ahí. Aunque vaya paradoja: lo que más hacen es moverse.
Después del cierre abrupto del jueves, cuando las autoridades locales ordenaron evacuar el predio por la inminencia de una tormenta eléctrica -y en medio de una lluvia torrencial que estaba volviendo épicas las presentaciones de Muse y Lorde-, cada vez que las nubes plomizas ensombrecieron los escenarios unos cuantos espectadores corrieron en busca de unos prácticos pilotines de plástico que varias marcas entregaban como regalo. Pero el domingo el sol ganó claramente la pulseada. Como cuando bien temprano Charli XCX derrochó una energía contagiosa y llevó sus hits muy bien producidos a una instancia más primal y vital. O como cuando esa rubia debilidad en que se ha convertido la sueca Tove Lo puso a bailar al público como esos instructores de fitness que en la playa convocan a los veraneantes a una clase gratuita.
Pop sueco a escala global
Si en los últimos años Lollapalooza se convirtió en una suerte de Naciones Unidas de la música más convocante, aquella que incluso marca el pulso de otros encuentros similares, el pop sueco encontró aquí tierra fértil para dar el zarpazo definitivo.
El sábado se lució Zara Larsson y anteayer, Tove Lo, que demostró que detrás de la aparente fragilidad de su figura hay un magnetismo difícil de descifrar. Como ocurre con algunas gaseosas, sus canciones no van a saciar la sed de su público: éste va a querer más.
En una jornada con muchas figuras femeninas talentosas y convocantes, la inglesa Hanna Reid, cantante de London Grammar, brilló con un pop de otro tiempo, que hoy tiene un representante excluyente en la figura de Florence Welch (Florence + The Machine) y en cuya genealogía puede descubrirse más de un aspecto en común con la tormentosa Tori Amos. Pero lo suyo es más épico: confort y música para volar. El público agradeció esa energía.
Más de 100.000 personas ingresaron cada día al Grant Park, según la organización; en su mayoría, las caras fueron siempre las mismas. Las pulseras para las cuatro jornadas se impusieron por sobre los pases para un solo día, como suele suceder en Buenos Aires y en el resto de las sedes. Es que lo que más despierta interés -ya lo sabemos- no es la presencia de bandas consagradas como The Killers o Arcade Fire, que aquí demostraron estar en un gran momento artístico; figuras globales del hip hop como Chance The Rapper y Big Sean y ni siquiera DJ tan renombrados como Kaskade y Snake. Lo que convoca a la multitud es el festival en sí mismo y la posibilidad que le ofrece al espectador de disfrutar de la diversidad y de decir, cuando un nuevo fenómeno musical se presenta ante el mundo, "yo estuve ahí".
El público compra las entradas antes de que se conozca el line up (hoy se ponen a la venta en Buenos Aires)y sabe que encontrará nombres muy populares, nuevas tendencias y músicos que, aunque todavía juegan en las inferiores del pop global, en un futuro tal vez muy cercano ganarán la consideración internacional.
Momentos de una maratón
En un abrir y cerrar de ojos, cualquier espectador que haya asistido a esta edición podrá evocar los momentos más frescos y atractivos. El contundente show de The Killers, con ese golpe de knock out que fue la sorpresiva y efectiva versión de "Starlight", de Muse; lo que la banda inglesa no pudo hacer por la tormenta, Brandon Flowers y los suyos lo hicieron por la gloria. La performance jaggeriana, con una entrega total y vestido de mujer, de Matt Shultz, de Cage The Elephant. El enojo consigo mismo y la derrota en la lucha contra sus propios demonios de Liam Gallagher, que dejó el escenario a sólo veinte minutos de empezar su show y con otros cuarenta por delante. La lectura neofolk y espacial del espíritu de Simon & Garfunkel que emanan los Alt J. El antihéroe folk Ryan Adams, que puede pasar en fracción de segundos de ese clima folk que remite al Greenwich Village neoyorquino de los años 60 a la electricidad grunge, la descomposición y el estallido punk.
Después de esta verdadera maratón con días con diez horas de música, el festival se prolonga en otros escenarios: distintos clubes, teatros y salas de la ciudad programan a muchos de los artistas que pasaron por sus escenarios, en una serie de shows más íntimos e ideales para los fanáticos.
De cuando en cuando esa suerte de side shows incluyen grandes sorpresas, como acaba de ocurrir con los Foo Fighters. Anunciados con apenas un par de días de anticipación, los muchachos comandados por Dave Grohl y nacidos artísticamente en Seattle actuaron para unas mil personas y se dieron el lujo de recibir en escena nada menos que a Perry Farrell, el hombre que tiene en su medallero la fundación de Jane's Addiction y, claro, la del Lollapalooza.
Farrell lo tuvo muy claro desde el principio, cuando en 1991 quiso darle una voz a la escena musical alternativa. Hoy, Lollapalooza no es un festival, sino muchos. Y cada espectador tiene la oportunidad de elegir su recorrido preferido.
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