Comenzó la nueva serie del director de Los Soprano, acusada de retratar a los publicistas como “creativos inescrupulosos” y “frívolos”.
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El sábado se estrenó en la Argentina la serie Mad Men (por HBO, a las 22), que se esperaba con cierta expectativa luego de haberse quedado con el Globo de Oro a la Mejor Serie Dramática en una categoría en la que también competían series como Doctor House, Damages y Grey’´s Anatomy. No pretende ser una historia destinada a las masas: acota a un universo profesional pequeño y extinguido como es el de los creativos de la Madison Avenue de los años 60 (avenida en la que reinaban las agencias), y pone énfasis en los chismes del "negocio" de entonces con información sobre las corporaciones aludidas (Lucky Strike, en el primer capítulo) que por momentos la vuelve demasiado "especializada". Y hasta podría imaginársela como una ficción a tener en cuenta cuando el canal ManagemenTV se decida a incluirlas.
La primera temporada de Mad Men, que aquí llega con retraso, es una ficción de época en pantalla chica: una excursión antropológica a una Nueva York pre tabacofóbica, donde hasta los obstetras atendían fumando y anterior al nacimiento de la consultora de opiniónpública, ya que el director creativo de la Sterling Cooper (Don Draper, interpretado por John Hamm, también ganador de un Globo de Oro) diseña campañas exitosas según un relevamiento de trabajo de campo acotado a su mozo o su tachero.
El hombre detrás de Mad Men (Matthew Weiner, productor de Los Soprano) quizá la imaginaba como un relevo para el boom que generaron otras series profesionales (desde Doctor House a Dirt), pero lo que obtuvo es una propuesta más chica, proclive al debate entre los publicitarios, que por lo general le critican cierta tendencia al trazo grueso y a fomentar ¿estereotipos? como el "creativo inescrupuloso" o "el frívolo". En las antípodas del gremio de los paparazzi (más silenciosos ante el estreno de Dirt, donde quedan mal parados) los publicistas ratificaron su perfil alto y empezaron a hablar, y no muy bien. ¿Cómo los refleja?, le preguntó The New York Times a David Lubars, de BBDO, y él respondió:
-Nada del negocio de hoy. En algún sentido no deja de caer en el estereotipo del publicista inescrupuloso. Pero si alguien fuera a conocer una agencia vería otra ética, y el trabajo de gente que cree en la verdad de sus productos. La acción transcurre en un extraño modo de ser de la industria que, en lo personal, jamás vi.
Tal vez Lubars se haya indignado por argumentos que se le escuchan a Don Draper sobre cómo estimular "la pulsión de muerte a través de la venta de cigarrillos".
A la salida de una avant premiere, que organizó la Universidad de Palermo para sus alumnos de Publicidad (la primera que le vio a la serie el filón como actividad extracurricular y se asoció con HBO), post púberes acostumbrados al ritmo de 24 sumaron críticas a Mad Men por la lentitud narrativa. "¿Quién se va a creer que los médicos defendían al cigarrillo en los avisos de TV?", se apasionaba un gordito de gafas. Tal vez haya sido la propia serie, tan obsesiva de la reconstrucción histórica, la que fomentó que se fiscalice su realismo. Pero el chico debería ver esto.
Consultados a pocas horas del debut, un par de niños mimados de la agencia Mc Cann Erickson, dicen que sólo opinarán a cara limpia después del tercer capítulo (que el crítico Hernán Casciari, en su blog Espoiler, calificó como momento bisagra), pero anticipan en off que algunas frases les pone la piel de gallina. La tosquedad de los diálogos -insisten- no es excepción sino la regla, como cuando Draper se jacta ante su clienta ("y reduce todo a un color"):
-Lo que tú llamas amor fue inventado por los tipos como yo para vender medias.
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