
Desigual homenaje a Waldo de los Ríos
Buenos artistas rindieron un justo tributo al renovador del folklore, pero se escuchó poco de su obra
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Uno presumía que la sala A-B del Cultural San Martín iba a estar totalmente copada por ese público que pudo seguir los pasos musicales del gran Waldo de los Ríos. Craso error. El espacio estuvo apenas ocupado en su mitad. ¿Fue otra manera de anatematizar y exorcizar al iconoclasta compositor del folklore y al hereje orquestador de la música clásica? En absoluto. Esa escasa porción de gente atenta y fiel es -cabe presumirlo- la que tuvo la ocasión y el privilegio de acceder al escasísimo material grabado por uno de los más grandes músicos argentinos, que salió a escena a fines de los años cuarenta con su madre, Martha, la cantante de tierra adentro, mucho antes del boom del folklore de las postrimerías de los cincuenta.
Sin duda no concurrió aquí, en esta noche de homenaje, aquella legión de admiradores que cosechó y aplaudió la versión popularizada del "Himno a la alegría" (con el que finaliza la Novena sinfonía de Beethoven) cantada por Miguel Ríos y convertida en el boom de 1969 en España, el resto de Europa y todo el mundo. Ni los que disfrutaron de la ulterior versión pop de la Sinfonía N° 40, de Mozart, entre otros intrigantes arreglos.
Fue el compositor y guitarrista del trío La Posta, Guillo Espel quien recordó la fatídica fecha del suicidio de Waldo en Madrid, hace 25 años. Gabriel Senanes, desde la Dirección de Música del gobierno porteño, alentó la evocación del músico muerto el 29 de marzo de 1977, cuando Waldo -que había nacido el 7 de septiembre de 1934- tenía apenas 43 años, tras quince de estada en España. Hoy tendría sólo un año más que Mercedes Sosa.
Fue buena idea la de convocar a pianistas como Lilian Saba y Manolo Juárez, insertos en la misma corriente vanguardista del folklore, porque Waldo emitía sus riquísimas y complejas notas desde el teclado.
En cuanto a la participación de La Posta, se justifica por ser Espel el de la idea, por tener un pianista como Pablo Aguirre, en la misma línea estética de Waldo, y por incluir una página -"Tero-tero"- del compositor. También se consideró atinada la presencia del grupo Anacrusa, liderado por José Luis Castiñeira de Dios, amigo de Waldo, que tocó temas propios, uno, "Memento", una suerte de milonga dedicada al músico, si bien todo en otra línea estética: más sencilla y menos atrevida que la del genio.
Los homenajes en esta Argentina siempre se disputan el despiste. Si se homenajea a Borges, se leen textos de Sabato; si el elegido es Neruda, se eligen versos de Rubén Darío. Si un músico es el objeto del tributo, los participantes optan por obras propias. Algo parecido sucedió aquí. De los Ríos surge solamente en el piano de Lilian Saba, que incluye una versión (tomada de oído de un cassette de Jorge Dalto) de "El gaucho" y el ya mencionado "Tero-tero", por La Posta.
Alguien tuvo el tino de incluir sendas grabaciones del propio Waldo, una de su quinteto "Los Waldos" (en la sala estuvo su percusionista Cacho Stella) y otra con su palabra poética. Son apenas ráfagas cortadas por la voz del presentador, Guillermo Fuentes Rey.
Lo ideal hubiera sido transmitir, en un primer tramo, algunos temas suyos enteros, grabados en LP y volcados al cassette, o una buena parte del flamante CD publicado a comienzos de este año por el sello de Litto Nebbia: Melopea, con Waldo al piano, un maravilloso rescate del músico a través de las colecciones grabadas en vivo en Radio Municipal y recogidas por el incansable coleccionista Alvarez Vieyra. Y desarrollar una segunda parte con los artistas convocados.
En aquellas ráfagas sonoras emitidas desde la consola se pudieron detectar los atrevimientos de quien ya en 1955 era un músico profesional que pagó con un rotundo fracaso la introducción de la electrónica en el folklore y que, como explosiva contrapartida, gozó del éxito clamoroso -millones de discos vendidos en el mundo- con la popularización de los clásicos (ópera o sinfonías) en versiones pop.
Es sobre todo en las complejas notas que arrancan del piano Manolo Juárez y Pablo Aguirre donde se puede percibir la influencia de Waldo, y donde se justifican, en este homenaje, sus aproximaciones al universo del inspirado creador. Un creador alumno de Ginastera y Teodoro Fuchs que acogió como propias las músicas de Ravel, Stravinsky y Bela Bartok; que se sentía cerca, estilísticamente, de las orquestaciones de Michel Legrand, Henry Mancini y Percy Faith. Un músico cuyos atrevimientos armónicos hacían las mejores migas en su simbiosis con el folklore.
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