
El saxofón, el bandoneón y la música clásica
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Hacia 1845, el belga Adolphe Sax aplicó la boquilla del clarinete al extremo del tubo de un ophicléide (o figle, en castellano) al que le había colocado un mecanismo de teclas similar al del oboe y creó un nuevo instrumento de viento. Con un leve toquecillo narcisista, lo denominó saxofón y así lo patentó. Sax imaginó que su creación, con la potencia característica de los bronces (trompeta, corno) y con la flexibilidad y agilidad propia de las maderas (flauta, oboe) encontraría un lugar importante tanto en las orquestas clásicas como en las bandas militares. Sin embargo, la historia le otorgaría a este aerófono cónico una carrera gloriosa en el mundo de la música popular, especialmente y como es notorio, dentro del jazz.
Otra curiosa historia de objetivos incumplidos o de destinos alterados fue el del bandoneón. En el mismo tiempo en el que Sax trabajaba en París, en Alemania, Heinrich Band desarrolló una adaptación del acordeón, con botoneras para ambas manos, con el propósito de crear una especie de órgano portátil que fuera útil para las tareas de evangelización en aquellos lugares en los que no había órganos. No hace falta abundar en precisiones para confirmar que aquel aerófono a fuelle ideado por Band se transformaría, tras un extraño proceso migratorio y resignificaciones más extraordinarias aún, en la voz identificativa del tango rioplatense.
Con todo, el saxofón y el bandoneón también ingresaron en el mundo de la música clásica cuando algunos creadores tomaron en cuenta sus peculiaridades y las utilizaron para aportar sonidos que sólo ellos pueden proveer. El saxofón, más el saxo alto que sus hermanos soprano, tenor o barítono, y siempre como instrumento de orquesta, aparece, hasta 1940, en La Arlesiana, de Bizet; la Sinfonía doméstica, de Strauss; Werther, de Massenet, La creación del mundo, de Milhaud, y numerosas obras concertantes de compositores tan disímiles como Debussy, Hindemith o Glazunov. De los últimos tiempos, son particularmente destacables numerosos conciertos y, en la música de cámara, los cuartetos de saxofones. Con todo, es la orquestación de Ravel de los Cuadros de una exposición, de Mussorgsky, la que mejor y más destacado lugar le dio al saxo, cuando le confía la bellísima melodía de "El viejo castillo".
Por su parte, Astor Piazzolla, con una tarea pionera y absolutamente individual, fue quien instaló al bandoneón en las salas de conciertos, con diferentes obras de cámara y con sus conciertos para bandoneón y orquesta. La abundancia de bandoneonistas en todo el mundo y las carreras universitarias, que incluyen su estudio, hacen prever que, más allá del tango y del genio del músico marplatense, habrá todavía más historia para el bandoneón dentro de la música académica.





