
La voz de Riccardo Muti
Recuperado de una dura caída, busca más tiempo para sí mismo
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ROMA.- "Desde hace 41 años festejo mi cumpleaños en Salzburgo, porque la fecha siempre coincidió con mis compromisos operísticos en esa ciudad", dice Riccardo Muti, de nuevo en la ciudad austríaca, donde tiene previsto dirigir, el 3 de agosto, el Macbeth de Verdi. Pero en esta oportunidad la fecha adquiere connotaciones muy significativas: en Salzburgo, Muti festeja hoy sus 70 años. La celebración implica algunos cambios en su rutina de cada temporada.
"Para el futuro -adelanta el aclamado director- estoy pensando muy seriamente en dedicar tiempo sólo a mí mismo. Como decían los latinos, primum vivere . Y le adelanto que esta vez me voy a limitar a los conciertos con la Filarmónica de Viena. Ya no voy a dirigir ópera. A los 70 no siento el mismo aliciente de antes. Muchos piensan que después de la caída que sufrí en Chicago mientras estaba en el podio iba a frenarme o estaba cerca de terminar en postura horizontal durante alguna actuación. Todo lo contrario: los médicos encontraron un corazón en excelentes condiciones."
-¿Cómo va a pasar este cumpleaños tan especial?
-Cuando cumplí 60, la Filarmónica de Viena preparó una ceremonia maravillosa. Los músicos tocaron para mí, el coro apareció de repente en mi residencia de Anif y me sorprendió con una obra de Schubert mientras yo estaba leyendo el diario. No sé si habrá en esta ocasión alguna sorpresa, pero algo va a pasar. La Filarmónica decidió darme el honor de integrarme a ella como miembro honorario después de haberme dado todo lo que estaba a su alcance: el Anillo de oro, las medallas de Strauss, Nicolai, Mozart. También soy miembro del Musikverein y de la Staatsoper.
-En Roma, por el contrario, hubo negativas para otorgarle la ciudadanía honoraria después de la negativa de Mollicone, el presidente de la comisión de Cultura de la junta local. ¿Lo vivió como algo serio o resultó una comedia?
-Digamos que se trató de un contratiempo. Se asocia al título honoris causa que se olvidaron de entregarme también en Roma, por culpa de un enfrentamiento entre los estudiantes y el rector. Pero sigo enamorado de Roma y respeto profundamente a su Opera. ¿Mollicone? No sé quién es ese señor ni me interesa saberlo. Al único que conozco es a Ennio Morricone, el compositor. Al margen, tengo 15 ciudadanías honorarias que me han otorgado con elegancia y clase. Hace poco pensaron en darme la de Nápoles, pero se dieron cuenta de que había nacido allí.
-¿Vuelve a pensar en todo lo que vivió?
-¿Mi vida? Es la ruta de un caminante a través de un sendero que jamás había pensado recorrer. Mi padre, un médico con voz de tenor, consideró que sus cinco hijos varones debían robustecer su cultura humanística con la música, algo que viví como una experiencia paralela al estudio auténtico y formal. Hasta que mi encuentro con Nino Rota activó el cambio. Mi carrera estuvo marcada por las orquestas: Florencia, Londres, Filadelfia, La Scala, Chicago. Fueron ellas las que me quisieron, no los managers ni los potentados varios que estaban alrededor de ellas. He vivido siempre con fervor y con una idea de nostalgia por el mar, el Tirreno primero y el Adriático más tarde.
-¿Qué directores tomó como modelo?
-Los primeros nombres que me vienen a la mente son los grandes maestros. Luego, los solistas con los que tuve la suerte de hacer música: Casadesus, Richter, Arrau. En cuanto a la figura del director, Antonino Votto es el punto de referencia técnico y ético, de impronta toscaniniana, justamente siendo él su mano derecha en la Scala. A propósito de Toscanini, escuché a lo largo de mi vida muchas tonterías y frases estereotipadas: que no les daba libertad a los músicos, que se apuraba demasiado? cuando algunos de sus tiempos son ciertamente más lentos que los de Furtwängler. Lo suyo era simplemente energía, la muestra de un dinamismo que en verdad no se corresponde con lo que tenemos la impresión de sentir. La otra influencia poderosa, en mi caso, es la escuela alemana.
-¿Y Carlos Kleiber?
-Fuimos amigos. Era un hombre que brillaba con luz propia. En cartas muy privadas emitía juicios sobre sus colegas que dejarían estupefacto a más de uno. Carlos detestaba todo lo que para él significaba aburrimiento, entendido como falsa e inaccesible profundidad. Que en realidad se trata de espuma sobre aguas poco profundas.
-¿Y qué cambió durante todo este tiempo en su profesión?
-Recibí el diploma en composición con las máximas calificaciones y sólo después caí en la cuenta de lo que era la ópera. Se estudiaba mucho en aquellos tiempos: el piano, el violín. Fue un camino largo. Dirigí la Novena de Beethoven por primera vez a los 46 años y jamás pude acercarme a la Misa solemne , porque antes debo resolver algunas cuestiones del texto. Mis maestros decían que los brazos son la continuación de la mente. En la Scala, para Otelo , lo probamos durante 25 días con Plácido Domingo. Y eso que el personaje era uno de sus caballitos de batalla. Giorgio Strehler decía que un buen director de orquesta debe ser un buen director de escena, y viceversa. Ese tipo de conexión se ha perdido. El máximo enemigo de la música es el apuro. Hoy todos empiezan a dirigir a los 22 años sin haber cumplido los estudios necesarios, sin una preparación teatral, sin entender que cada acorde tiene un peso, un color y un acento en función del modo en que el cantante lleva adelante la frase. La lírica está atravesando una etapa muy riesgosa. Todos los cantantes serios se lamentan por ello.




