Murió la cantante francesa Juliette Gréco, a los 93 años
Juliette Gréco, una de las voces referenciales de la canción francesa, murió hoy a los 93 años, en Ramatuelle, localidad ubicada en la Costa Azul. Había nacido en 1927 y durante la segunda posguerra mundial se posicionó como una destacada intérprete. Tuvo en sus repertorios, con el paso de los años, a las canciones de Jacques Brel, Boris Vian y Serge Gainsbourg.
Más que cualquier otra cosa, Juliette Gréco fue una bandera. La cantante y actriz que acaba de fallecer a los 93 años en el departamento con vista a la Costa Azul en el que había elegido pasar sus últimos años quedará en el recuerdo de todos como la gran imagen de ese gran movimiento cultural, tan francés como ella, que fue el existencialismo.
Desde esos pequeños espacios del barrio parisino de Saint-Germain-des-Prés, la magnética y bella figura de Gréco, siempre vestida de negro, era el imán que atraía todas las miradas en tiempos de posguerra. Y a través de ella, la imagen de una ciudad y de un país que se mostraba ante el mundo como un bastión de defensa del progresismo cultural quedó representada en sus profundos ojos negros, en esas manos que se elevaban todo el tiempo mientras cantaba y en una voz profunda y rasgada, testimonio de interminables noches de conversación y cigarrillos.
Se la conoció en todo el mundo como la "musa de los existencialistas". Y también se le atribuye el haber creado un modelo de canción literaria que hizo escuela con el tiempo (y hasta hoy) en todas partes.
Nació en Montpellier el 7 de febrero de 1927 y tuvo una infancia marcada por la conflictiva relación con su madre y el vínculo estrecho con uno de sus abuelos, Jules, del que reconoció haber asimilado buena parte de su mirada sobre el mundo, representada por las ideologías de izquierda que siempre defendió. Separada de su familia en plena ocupación de Francia durante la Segunda Guerra Mundial, trató de llevar adelante al término del conflicto una temprana vocación de actriz con muchas dificultades, porque su situación económica era muy estrecha.
Con una mezcla de inquietud y necesidad empezó a frecuentar esa vida bohemia y noctámbula que siempre la caracterizó y transformó muy pronto a Saint-Germain-des-Prés en su lugar en el mundo. En sus bares conoció a Sartre, a Boris Vian y a Albert Camus. Comenzó a escuchar con atención al filósofo Maurice Merleau-Ponty. Para 1947, cuando empezaba a aparecer el existencialismo como corriente de pensamiento, Gréco proclamaba desde los escenarios su idea de "rebelión y libertad", gracias al florecimiento de un pensamiento de izquierda que allí no tenía el contrapeso de la rigidez impuesta en toda el área de influencia de la Unión Soviética.
Tenía una belleza natural que la hacía cada vez más irresistible. "Antes de deleitarnos con su voz hermosa y profunda, Juliette Gréco reinaba por su sola presencia. Todo parecía precipitarse, organizarse, discutirse, bailarse y pensarse alrededor de su negra figura, similar a las de las jóvenes en los frescos de Creta. La verdad es que su sweater raído esconde una joya en ruinas que explica muchas cosas: su corazón", escribió sobre ella Jean Cocteau en 1950.
Un año antes, en un accidente automovilístico ocurrido en Buenos Aires, había muerto trágicamente el primer gran amor de Gréco, el piloto francés Jean-Pierre Wimille. Estaba participando de los ensayos del Gran Premio de Buenos Aires, que se corría por entonces en el circuito de Palermo.
Su sweater raído esconde una joya en ruinas que explica muchas cosas: su corazón
Tuvo otros amores identificados con el temperamento fogoso, intenso y expresivo de su personalidad. Y también con sus temores, porque el miedo escénico siempre acompañó a Gréco a lo largo de su carrera.El romance más apasionado de todos lo vivió junto a Miles Davis. Ella tenía 22 años, él 23, y ninguno de los dos hablaba el idioma del otro. "Me dijo que no le gustaban los hombres pero yo sí, estábamos juntos todo el tiempo. Nunca me había sentido así en mi vida, esa libertad de estar en París y ser tratado como un ser humano. Juliette me enseñó lo que es amar otra cosa que la música", confesaría años después el trompetista en su autobiografía. Compartieron varios meses en París, pero las diferencias culturales e idiomáticas de origen pudieron más que aquélla incontenible atracción inicial.
Después llegaron a la vida de Juliette el actor Philippe Lemaire, primer esposo y padre de su única hija (Laurence-Marie, nacida en 1954), el poderoso productor cinematográfico de Hollywood Darryl Zanuck, y el actor Michel Piccoli, su segundo marido. De las innumerables obras que interpretó en vivo y que grabó sobresalen dos: Las hojas muertas, sobre la poesía de Jacques Prévert, y Odio los domingos, una de las tantas excepcionales canciones escritas por Charles Aznavour.
Su paso por el cine
Llegó al cine 1949 con Cautivas del destino, de Julien Duvivier, y al año siguiente fue una de las protagonistas del Orfeo dirigido para la pantalla grande por Cocteau. Más tarde llegó a Hollywood y filmó junto a Glenn Ford (El guante verde) y Tyrone Power (Y ahora brilla el sol). Luego apareció en Bonjour Tristesse, de Otto Preminger, y en Las raíces del cielo, de John Huston. Compartió cartel estelar con Orson Welles en Una grieta en el espejo, de Richard Fleischer. En los años 60 apareció en La noche de los generales, de Anatole Litvak, y se lució en la adaptación al cine de una popular telenovela de la TV francesa, Belphegor. Gracias a ese papel dejó de ser solamente una actriz de culto o de reductos literarios. Desde allí su rostro se hizo muy familiar para el público, etapa que coincidió con un fallido intento de suicidio en 1965.
Con el tiempo, la eterna conexión de Gréco con los poetas se amplió a nombres como Léo Ferré y Jacques Brel. Sin perder cierto aire elusivo y fantasmagórico, propio de alguien que siempre elegía el negro para vestir, se fue abriendo a la influencia de creadores de nuevas generaciones, entre los que incluyó a Caetano Veloso. La figura de Gréco se abrió al mundo y sus recitales en varios países de Europa se hacían cada vez más multitudinarios. Los medios galos recordaron en las últimas horas un concierto que ofreció en Berlín junto a una orquesta filarmónica ente 60.000 personas.
Juliette siguió activa hasta el final, con una larga gira de despedida encarada en 2015 bajo el título de Merci (Gracias). Y poco después de un concierto en el Louvre sufrió un derrame cerebral que la dejó definitivamente sin la voz, uno de sus atributos esenciales. Ese mismo año murió su hija de cáncer y las fuerzas de Gréco, que parecían invencibles hasta allí, se derrumbaron por completo.
Tal vez se le reproche a Gréco el haber adoptado en su momento de mayor gloria artística cierta pose intelectual demasiado afectada. Y la falta de respaldo a las víctimas del socialismo real, imposibilitadas en muchos países de ejercer la libertad que ella reclamaba en Francia desde un compromiso muy cercano a las posiciones del Partido Comunista francés. Pero por sobre todo fue una figura colosal de la vida cultural, artística e intelectual de su país en el siglo XX. Una figura capaz de influir en infinidad de artistas de todas partes (por ejemplo, con Nacha Guevara en sus comienzos) y a la vez única en su tipo. Por eso va a ser imposible separarla del tiempo intenso y apasionado que le tocó vivir.
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