Ry Cooder escribe su historia de leyendas
A los 71 años, Ry Cooder decidió volver a sus orígenes. Con su primer disco para el sello Fantasy Records, el mismo que se hizo conocido a fines de los 60 por su trabajo con Creedence Clearwater Revival, el veterano músico californiano se enfoca otra vez en la tradición que mejor conoce, aquella a la que indudablemente pertenece por origen y ascendencia.
El folk rústico y el blues cadencioso dominan este disco visiblemente politizado en el que Cooder protesta contra la gentrificación (término usado para denominar la proliferación de negocios inmobiliarios y el desplazamiento consecuente de pobladores de muchas de las grandes ciudades de todo el mundo) y apunta sus dardos envenenados contra el votante republicano que llevó a Trump a la presidencia de los Estados Unidos, una operación parecida a la que había llevado adelante en 2012 con Election Special, cuando su ira estaba apuntada a Mitt Romney, el Tea Party y la continuidad de los abusos en Guantánamo.
Uno de los desafíos de este tipo de repertorio es esquivar su fecha de vencimiento: cuando se trabaja con tanta precisión sobre el presente político -en lugar de hacerlo con espíritu atemporal, como Woody Guthrie, Sam Cooke, John Lennon o Bob Marley-, el riesgo de que las canciones pierdan vigencia está latente. En todo caso, pensará Cooder, esta parte de su obra quedará como testimonio de una época, incluso cuando su iniciativa se limita al rescate de viejas gemas de la tradición norteamericana, como en el caso del dramático retrato de las penurias de los inmigrantes ilegales y los exiliados que traza "Everybody Ought to Treat a Stranger Right", un atrapante góspel blues grabado por primera vez 1930.
Que en The Prodigal Son Cooder retoma sus búsquedas iniciáticas no significa que se haya quedado sin ideas. A lo largo de su prolífica carrera, que arrancó hace casi cincuenta años, ha demostrado con creces su espíritu explorador: al margen de las excelentes bandas de sonido que compuso (la de Paris, Texas, el notable film del alemán Wim Wenders, quizás sea la más famosa y exquisita), también investigó ritmos y melodías de Hawai, Irlanda y Mali, fue artífice central de la revitalización de la música cubana con el popular y muy exitoso proyecto Buena Vista Social Club y colaboró en su momento con artistas muy disímiles.
Ahora, con su hijo Jaochim como principal ladero (toca la batería y coproduce), recupera un venerable pasado musical que le sirve para iluminar el presente histórico. Y lo hace comprometiéndose de lleno en cada versión de temas ajenos (ocho sobre once) con todos los instrumentos.
Aun cuando echa mano a composiciones de las que ya se han registrado innumerables versiones, Cooder sabe cómo imprimirles su propia personalidad. Es el caso de la fantasmal "Nobody's Fault but Mine", grabada por primera vez en 1927 por el blusero evangelista Blind Willie Johnson e interpretada después por Nina Simone, Grateful Dead y hasta Nina Hagen. Y también el de "You Must Unload", otra canción épica y de fuerte impronta religiosa en la que añade al pasar algún verso del gran Johhny Cash.
El ademán es claro: rescatar aquello que va quedando en el olvido para elaborar un discurso de rabiosa actualidad. Sin mucha expectativa de influir en la opinión pública, pero con la convicción de que peor es entregarse, como dejó claro en una entrevista de hace unos años: "Hay que reaccionar ante las injusticias, aunque solo sea por razones terapéuticas. Cuando te enojás y no hacés nada, se te envenena la sangre".
LA NACIONTemas
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