A los 27 años, se consolida como actriz sin dejar de lado su trabajo de radióloga en el Hospital Fernández. Hija de la trilliza María Eugenia Fernández Rousse, abre su corazón y posa en unas espectaculares imágenes en Punta del Este
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Cae el sol y tiembla de frío, pero igualmente pide repetir la toma y entonces sonríe como si nada y vuelve a sumergirse en el mar. Laura Laprida (27) es una de las sirenas del verano. Mientras posa para ¡Hola! en la zona de Santa Mónica, camino a José Ignacio, los kitesurfers que desafían las olas y el viento no pueden evitar desconcentrarse.
Hija de la Trilliza de Oro María Eugenia Fernández Rousse y del ex polista Horacio Laprida, la rubia de intensos ojos verdes hace honor a su osadía durante la producción de fotos. En 2015 se hizo conocida, pero ella siente que “el año pasado terminó de cambiarle la vida para siempre”. Y agrega: “Mamá siempre me dice que las cosas no vienen solas, que hay que pelearla y no creérsela”. Laura tomó clases de actuación durante mucho tiempo mientras estudiaba para ser radióloga y tímidamente empezó a tener participaciones chicas en telenovelas como Casi ángeles y Solamente vos. En 2015, explotó con un pequeño papel en Historia de un clan, la premiada miniserie en la que protagonizó una muy recordada escena amorosa junto a Ricardo “Chino” Darín, que rápidamente captó la atención de los medios. En 2016, fue convocada por Pol-ka para integrar el elenco de Los ricos no piden permiso. “Y además, me enamoré [de Eugenio Levis, 30 años, diseñador industrial] de un bombonazo; me fui a vivir sola”, dice con una sonrisa de felicidad y se dispone a conversar.
–Entonces, 2016 fue un gran año para vos...
–Es que me pasaron cosas muy buenas, a diferencia de 2015 que, para mí, fue un año particularmente duro.
–¿Por qué?
–Viví de todo personalmente y me costó: separación, enfermedad en mi familia… Lo de Historia de un clan fue increíble pero muy intenso. En 2016, en cambio, pude disfrutar de mi trabajo de actriz, de mi familia curada, de mi novio.
–Y de cara a un nuevo año, ¿qué desafíos tenés?
–Quiero seguir aprendiendo, me gusta saber hacer todo. Me encanta la música, por ejemplo. Toco la armónica, me defiendo con el piano y tengo ganas de volver a tomar clases, para no perder el ritmo. En el plano laboral, todavía estoy en conversaciones para un proyecto de teatro que anda dando vueltas.
–¿Siempre tuviste vocación de actriz?
–Sí, nací y crecí en una familia con tendencia artística. De mis primas, siempre era la más teatrera. En las fiestas de cumpleaños, Sonia [Zavaleta] cantaba, Paulina [Trotz] modelaba y yo actuaba.
–¿Ténes recuerdos de haber acompañado a tu mamá?
–Sí, claro. Yo me hacía la enferma para faltar al colegio y acompañar a mamá al canal y ese mundo me volvía loca. Ver a los camarógrafos, las luces, las maquilladoras… Con mamá jugábamos a que yo era una participante más y me hacía preguntas. El canal era un lugar mágico para mí, y por otro lado, un espacio para estar en contacto con ella.
–¿Hay algún consejo clave que te haya dado tu madre?
–Mamá me dijo dos cosas fundamentales: que aceptara las propuestas de trabajo por más chiquitas que fueran y que trabajara, trabajara y trabajara. “Así se crece y se avanza”, me repite. También me ayudó un montón después de la alta exposición que tuve tras la famosa escena de sexo en Historia de un clan. El impacto y lo que se dijo me afectó mucho. Y fue entonces cuando mamá vino y me dijo sin vueltas: “Si no te vas a bancar lo que digan los demás de vos, no te dediques a esto”. Tenía razón. Cambié el switch, y empecé a disfrutar más. Ahora, me engancho solamente con lo que vale la pena.

–¿Te ves parecida a tu madre?
–[Piensa]. Mamá es muy, muy buena, ojalá haya heredado eso. Papá también es buenazo. Veo las fotos de mamá y soy la viva imagen de ella cuando era chica.
–¿Te costó encarar esa escena fuerte?
–No, la verdad que no. En el momento, me sentí cómoda, pero el golpe mediático me hizo mal. Era un papel chico, tengo un largo camino para recorrer en la actuación y por unos minutos de escena, me habían puesto la vara muy alta. Quería gritar “bájenme de esa instancia, me falta mucho por hacer”. También creo que fue porque era la “hija de” que sobresalía y rompía con la imagen más inocente de las Trillizas de Oro. Mi trabajo en esa telenovela me sirvió para eso, para correrme de ese lado naif y ubicarme en otra imagen.
–¿La de femme fatale?
–Bueno, no para tanto, pero sí en la imagen de una mujer real. Quiero correrme del papel de chica buena, es tiempo de ser mujer.
–¿Cómo te llevás con tu cuerpo?
–Me siento muy cómoda. También entiendo que es una cuestión de trabajo y lo vivo así. Soy consciente de que que no tengo curvas de modelo. [Risas]. Jamás voy a pretender ser Pampita, porque no lo soy. Después de años, tengo en claro cuál es mi mejor perfil. Igualmente, tengo que seguir descubriéndome. No estoy acostumbrada a posar.
–¿Te gustaría trabajar afuera? ¿Fantaseás con Hollywood?
–Claro que sí, pero estoy lejos. Sueño con trabajar con Adam Sandler, o Denzel Washington. Son sueños lejanos.
–El año pasado, por lo pronto, tuviste la suerte de bailar con Mick Jagger…
–[Risas]. Creo que nunca me di cuenta de la magnitud de su figura hasta que nos fuimos de la fiesta con mi prima Sonia y mi hermana. Para mí, en ese momento, era un tipo más y bailamos. Pero apenas salimos de la fiesta (en la casa de Marcela Tinayre, en Barrio Parque) nos dijimos: “Qué locura lo que acabamos de vivir”. Pasan esas cosas en este medio…
–Y están lejos de tu otro trabajo, como radióloga en el Hospital Fernández.
–Sí, es otro mundo, mi cable a tierra, un cachetazo de la vida real que me mantiene en eje. Los pacientes a veces vienen asustados y hay que contenerlos. Siempre tuve ganas de seguir algo relacionado con la medicina y por eso lo primero que hice fue el curso de ingreso en enfermería. Pero me exigía muchísimo y no iba a poder mantener las dos carreras a la par. Investigué radiología y me decidí a estudiar. Ahora tengo una cuenta pendiente con Médicos sin Fronteras. Es algo que quiero y sé que voy a hacer en algún momento.
–El año pasado, encontraste el amor. Contame de tu candidato.
–Es diseñador industrial, trabaja de carpintero. Viste qué bien está el carpintero: es un bombón. [Se ríe]. A Eugenio, en realidad, lo conocía de cuando él hacía longboards y siempre que nos cruzábamos, uno de los dos estaba de novio. Hasta que un amigo que tenemos en común me dio su teléfono porque yo estaba buscando alguien que me hiciera una biblioteca. Vino a casa a tomar las medidas y al final nos quedamos hablando horas… Hasta que me invitó a comer. Y así empezamos a salir. Tenemos un montón de cosas en común. Nunca habíamos intercambiado más de una palabra y de repente, pegamos onda y nos descubrimos. Yo siempre le digo: “¿Te diste cuenta que si yo no te hubiese pedido la biblioteca, no estaríamos juntos?”. Pero él me dice: “Tarde o temprano, yo te iba a tirotear”. [Se ríe].
–¿Es romántico tu novio?
–Es romántico, pero a su manera. Está en los pequeños detalles y para mí eso es importantísimo. Se fija en esas cosas minúsculas que sabe que me gustan y eso me encanta. En el proceso de conquista y coqueteo, esos gestos terminaron de enamorarme. Es tranquilo, vergonzoso, tímido y muy bueno.
–¿Entiende tus dos carreras?
–Sí, es muy comprensivo.
–¿Lo celan tus escenas subidas de tono?
–Creo que no se sienta a mirarlas, las evita.
–Tus padres llevan más de treinta años juntos, ¿te gustaría seguir sus pasos?
–[Piensa un rato]. Yo soy un poco más moderna. Apostaría al amor, pero de acá a diez años, y ahí revería el contrato para otros diez años más. El casamiento para toda la vida hoy me suena muy fuerte.
- Texto: Jaqueline Isola
- Fotos: Matías Salgado
- Producción: Georgina Colzani
- Asistente de Fotografía: Sebastián Umpiérrez
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