El cantante habló con LA NACIÓN y repasó su carrera y su vida: de sus difíciles primeros años a cómo comenzó con la música y por qué en un momento tuvo que tomar una decisión clave para seguir adelante
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No es fácil conversar un rato con Ricky Maravilla sin que la gente interrumpa para saludarlo, pedirle una foto o preguntarle, pícaros, “¿Qué tendrá ese petiso?” Y él responde siempre con una sonrisa amable porque sabe que este es el sueño que alguna vez le prometió su madre hace muchos años, en su Salta natal. Y lo disfruta. En una charla íntima con LA NACIÓN, Ricky Maravilla se sumerge en su infancia y adolescencia, y cuenta por qué abandonó el deseo de ser ingeniero para convertirse en artista. Dice que quien le dio el primer gran empujón fue Oscar Anderle, autor de los clásicos de Sandro, y habla de sus dos amores, su esposa Susana y madre de sus tres hijos, que falleció hace muchos años, y Taki Nataly, un amor inesperado. “Gracias a Dios y al público estoy viviendo un momento especial, muy bonito. Ya llevo más de 35 años de trayectoria y soy un artista que fui escalando de a poquito y no salió de repente y fue un éxito. Fui sumando escaloncitos y en esta instancia soy mundialmente reconocido”, se enorgullece el cantante mientras saborea un café con crema, en un bar cercano a su oficina.
-Con las canciones de La granja de Zenón ahora también te conocen los más chiquitos...
-Me siento orgulloso de haber conquistado cuatro generaciones: la de los abuelos, los padres, los hijos y ahora los más chiquitos. El primer tema que grabé en mi vida fue “El gallo y la pata”. Mi mamá, Marcelina, fue ama de llaves de una casa en la que crecí y tenían una estancia en San Agustín, en donde aprendí a enlazar, a cabalgar, a ordeñar. Y jugaba, interactuaba con los animalitos, cada uno tenía su nombre. Cuando Oscar Anderle me pidió grabar un tema se me ocurrió pensar en eso. En los 90 le dije al dueño de una compañía discográfica que hagamos El Rickito, un muchacho que interactuaba con los animales de la granja. Me dijeron que no iba a funcionar, que los dibujos animados eran otro tema. Y a los años veo que sacaron los dibujos animados, pero sin “el Ricky”. Estamos en un conflicto en este momento porque usan mis canciones. Espero poder estrenar El Rickito en algún momento.
-Desandemos un poco tu vida, ¿qué recuerdos tenés de tu infancia? Decías que tu mamá era ama de llaves...
-Mi vida fue todo casualidad. Mi madre, Marcelina, es de El Colte y mi padre, Rafael, de Seclantás, en los Valles Calchaquíes. Se conocieron en el campo y cuando se casaron fueron a la ciudad y ahí nací yo, más precisamente en Villa Cristina, muy cerquita del tradicional boliche Balderrama. Y es llamativo porque en ese barrio nacieron muchos artistas, cantantes, zapateadores, escritores, poetas... Mi papá falleció cuando yo tenía 2 años y no lo conocí. Mamá se quedó sin marido y sin casa, muy joven. Empezó a trabajar en una casa de familia donde lavaba, limpiaba, cocinaba y yo crecí ahí en la avenida San Martín al 400. Por esos años me hice amigo de los vecinitos que eran todos hijos de profesionales y veía que tenían hermosos juguetes. El día de Reyes Magos le pedí a mi madre que me ayudara a escribir una carta para que me regalaran una bicicleta. Soñaba con eso. Y esa noche fui corriendo para ver la bicicleta que me habían dejado, pero había un pequeño autito de plástico, muy chiquito. Me puse a llorar desconsoladamente y mamá me decía: “hijito, calmate porque los Reyes no pueden con todos los niños del mundo, pero no te olvides que algún día te van a hacer un gran, gran regalo”. Así me consolaba. Me decía: “además ellos son pobres igual que nosotros”. Y le respondí: “¿nosotros somos pobres? No quiero ser pobre. Le prometo estudiar, voy a ser ingeniero y le voy a regalar una casa y un auto y voy a llevarla a donde nació y conoció a mi papá”.
-Y estuviste a punto de estudiar ingeniería, pero elegiste ser artista, ¿cómo fue la llegada a Buenos Aires?
-Cuando yo tenía 8 años mi mamá conoció a una persona y me dijo: “hijito, Agustín se quiere casar conmigo”. Porque me consultaba todo como si fuese grande y fuera el hombre de la casa. Le respondí que era muy joven y que merecía tener un compañero y que yo iba a quererlo mucho. Se casaron y nacieron dos hermanitas. Al tiempo, mamá decidió venirse a Buenos Aires conmigo y con la más chiquita para buscar un futuro mejor. Y mi padrastro quedó en Salta porque estaba trabajando. No encontramos un lugar para quedarnos y la primera noche dormimos en un banco de la estación Retiro. Yo le decía: “mamá no se ponga triste porque Dios nos va a encontrar un lugar para quedarnos”. Y así fue.
-¿Y qué encontraron?
-Encontramos un hotelito de un señor rosarino, Pedro Berti, que nos vio afligidos y le dio a mi madre una noche de habitación, pero nos advirtió que si la bebé lloraba íbamos a tener que irnos. Esa noche estuvimos atentos, la beba se portó bien y nos dio una segunda noche, una tercera, y a la séptima, nos dijo que también le iba a dar trabajo; fue la encargada del hotel Pedrito y así empezó nuestra historia en Buenos Aires. A mis 11 años empecé a trabajar en un mercadito en la calle San Martín, entre Charcas y Paraguay. Iba puesto por puesto hasta que un italiano, Francesco Mallagrino, me pidió que lavara y acomodara la verdura. Después repartí verduras y al tiempo, fui encargado de una farmacia y perfumería y luego de otra, de una familia muy linda que me puso como encargado. Mientras tanto también estudiaba y me recibí de electrotécnico y técnico en comunicaciones y paralelamente, hacía un curso de radiotelegrafista. Entonces fui al Correo a pedir trabajo y me tomaron como mensajero: yo repartía telegramas por toda la zona de Congreso. Me recibí con un buen puntaje y un profesor que era jefe de personal de una compañía naviera me ofreció trabajo como oficial de comunicaciones. Mi primer viaje era a Sídney, Australia.
-¿Y qué pasó? ¿Viajaste?
-Yo estaba feliz, pero cuando le conté a mi mamá se puso mal, me pidió que no la dejara, que estaba acostumbrada a tenerme siempre con ella. Y la vi tan triste, que desistí.
-¿Por ese entonces ya cantabas?
-Sí, con mis compañeros de estudio formamos un conjunto musical y hacíamos folclore, después pasamos por los temas melódicos que estaban muy de moda y por el rock. Hice todos los géneros hasta recalar en la música tropical. Era para divertirnos. Empezamos siendo Los salteñitos y después fuimos Los soñadores, Los rebac, que eran las primeras letras de nuestros nombres, The Tigers...
-¿Y cuándo empezaste a pensar que podía ser tu forma de vida?
-Nunca lo pensé porque mi idea era ser ingeniero. Empecé a estudiar en la Tecnológica y al tiempo íbamos a tocar a peñas y una noche, un señor nos propuso cantar en una de sus tres confiterías bailables: era Mi club, en Suipacha y Tucumán. Aceptamos y cantábamos temas brasileros, rock, melódico, previo a shows de tango. Compartí el escenario con muchos maestros del tango, como Alberto Castillo, Juan D’ Arienzo, el maestro Pugliese, José Pepe Basso, Rufino, Mario Bustos, Jorge Falcón, el maestro Varela. Una noche me llamaron de una mesa dos personas que se presentaron como Oscar Anderle, autor de los temas de Sandro, y Hugo Piombi, presidente de una compañía discográfica. Me dijeron que les gustaba mi timbre de voz y me ofrecieron grabar un disco, algo que nunca había soñado y se dio.
-Por entonces no eras Ricky Maravilla todavía...
-No, era Ricky y el grupo se llamaba Maravilla tropical. Me dijo que tenía que ponerme un nombre artístico, de solista y como me llamo Ricardo, le sugerí Ricky, pero querían algo más. Y recordé una anécdota que me contó mi madre y que fue la razón por la cual llamé Maravilla tropical al grupo, y es que cuando nací, la partera me levantó en brazos, me miró y pegó un grito: “¡Qué maravilla!” (risas). Entonces quedó, Ricky Maravilla. Ese disco fue un gran éxito en Córdoba y ahí hice mi primera gira. Así fue como dejé la facultad y la carrera de ingeniería. Además, trabajaba como técnico de computadoras con las primeras máquinas fotocopiadoras que llegaron al país, Xerox. Era jefe del departamento técnico y tenía un sueldo importante.
-Pero elegiste otro camino, ¿por qué?
-Cuando le dije a mi mamá que quería ser artista y grabar un disco que iba a ser un éxito, me respondió: “hijito, ¿pero de qué vas a vivir?” Anderle me dijo que probáramos seis meses con la música y después, si quería, retomaba el estudio. Probé y seguí. Así fue mi entrada a la música, algo que nunca había soñado.
-Tu momento de mayor popularidad fue con el tema “Qué tendrá ese petiso”, pero ya llevabas tiempo en la música, ¿cómo fue?
-A principios de los 90 ya estaban sonando mis temas en el país y nos miraban de reojo, como si fuéramos música de segunda. Un sello grabó “Qué tendrá ese petiso” con ritmo tecno y fue un éxito en los lugares más top de Punta del Este. Me contrataron para hacer un show en un desfile, en donde estaba todo el jet set, artistas y deportistas. Estando ahí me di cuenta de que eso era lo que decía mamá que iba a pasar, ese era el regalo que me tenían guardado Dios y los Reyes. Me llevaron en avión a un hotel cinco estrellas, me esperaba una limosina para llevarme al lugar del show y los teloneros eran Los auténticos decadentes. Y conquisté a ese otro estrato social. Inmediatamente empezó a sonar el teléfono y estuve en la mesa de Mirtha Legrand, en los programas de Susana Giménez y de Marcelo Tinelli, y un montón más. Así que mi madre llegó a verme con todos ellos y estaba muy orgullosa, y le compré la casa y el auto que le había prometido, y el primer viaje que hicimos juntos fue a Salta, a su lugar de nacimiento. Este trabajo es una bendición, me divierto con la gente, veo el cariño con el que se me acercan, me abrazan.
-Hablás poco de tu vida privada, ¿tenés familia?
-Cuando empecé a trabajar como técnico con las máquinas fotocopiadoras conocí a quien fue mi esposa, Susana, que falleció hace muchos años. Nos casamos y nacieron tres hijos: Martín Miguel que se encarga de mis grabaciones y es operador de sistemas; Luis Enrique que es arquitecto y cantante, Alan Ricardo David, que es comerciante. Los tres cantan muy bien y son hermosos músicos. Y hace quince años que estoy con Taki Natali. A mis dos mujeres las conocí en un desfile porque Taki es modelo y Susana también lo fue; ellas desfilaban y yo hacía los shows. Susana me conoció cuando todavía no era Ricky Maravilla sino que estaba en un conjunto que se llamaba Espiga de oro. Ella me acompañó en todo mi crecimiento y sufrió mucho mi ausencia por las giras; quería que yo estuviera en casa y a veces no podía. Quería mejorar nuestra economía y trabajaba mucho, y ella me reclamaba. Después entendió que el sacrificio no fue en vano.
-¿Y cómo es tu historia de amor con Taki?
-También nos conocimos en un desfile y fuimos amigos durante tres años. Cada vez que me invitaban a algún lugar le preguntaba si quería acompañarme. Estábamos tan acostumbrados el uno al otro que un día se quedó en casa.
-Se dijo que tenés problemas económicos, ¿es verdad?
-Nada que ver. Trabajo desde niño.
-¿Te hiciste retoques en la cara?
-Nada que ver. Son inventos que me molestan, pero no vale la pena ir en contra de la corriente. Siempre tuve el mismo look y estoy igual. Yo sigo mi camino. Estoy terminando de escribir mi libro que es una autobiografía y quisiera plasmarlo en una película o en una serie porque mi vida es la de muchos provincianos que buscan un futuro mejor.
-Pero no todos están tocados con la varita mágica, como vos...
-Es lo que digo siempre que tengo la posibilidad. A veces los jóvenes, y no tan jóvenes, arman conjuntos musicales y saborean el aplauso del público, pero les digo que no se envanezcan y no dejen de estudiar. Conozco a chicos que probaron el escenario y largaron el estudio y es un error porque un título abre muchas puertas y yo creo que cada artista, paralelamente, necesita tener un estudio porque la varita mágica del éxito no les llega a todos. No es fácil el camino del artista. Yo creo que he tenido mucha suerte.
-¿Qué tuviste que dejar de lado por ser Ricky Maravilla?
-Muchas cosas. Yo vengo de cero, de no tener nada. Por cumplir con los contratos muchas veces no he estado en cumpleaños de mis hijos, en fiestas, y la familia es importante, me gusta compartir con ellos la mesa de los domingos en nuestra casa de Salta o en Buenos Aires.
-¿Te quedaron sueños por cumplir?
-Muchos sueños. Plasmar la película o la serie es uno de ellos. Ahora salgo en una serie que se hizo este año sobre la vida de Carlos Menem, haciendo de mí. Siempre me convocaba para sus reuniones cuando venía gente del exterior porque quería recibirlos con música. Fuimos amigos. Una vez me invitó a La Rosadita en Anillaco y fuimos en un avión privado con otras personas. Me recibió Carlos y me llevó con su camioneta a su casa. Había una mesa grande, me sentó a su lado, me cortó pan casero, fiambre... Fue lindo. Me decía que tenía que ser gobernador de Salta.
-Y lo intentaste, ¿qué pasó?
-Intenté postularme como intendente en un momento, pero me di cuenta que no tenía un buen equipo armado. Desistí porque no quise usar mi popularidad y después no poder cumplir con la gente, con lo que se espera de un intendente. No iba a poder cumplir con las funciones. Será en otro momento.
-¿Te interesa?
-Sí, me interesa trabajar por mi comunidad, por mi gente, pero sobre todo por la gente como yo cuando salí de Salta, con la valija llena de sueños, pero sin nada.
-¿Sos creyente?
-Muy creyente y me va bien. Con Taki vamos a la iglesia tres veces por semana y oramos.
-¿Pensás retirarte alguna vez?
-Nunca. Veo la respuesta de la gente, me siento bien, estoy perfecto en mis movimientos y voy a seguir. Hago gimnasia, me cuido en las comidas, no tomo alcohol, no fumo ni nunca fumé. Trato de hacer una vida sana y eso se nota con los años. Mi madre me decía: “divertite, sé feliz, pero siempre con un límite, nunca excedas los límites”. Y le hice caso.
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