El actor, fallecido el 11 de agosto de 2014, dedicó gran parte de su carrera a hacer reír al público, aunque también se lució en papeles de enorme peso dramático que dejaron a la vista su talento y ductilidad
Cuando subía al escenario, Robin Williams usaba el mejor disfraz de todos los que tenía. De sorprendente agilidad mental, podía hacer reír a la audiencia improvisando la mayor parte de su discurso. Se transformaba en un cómico que conseguía las sonrisas de la platea sin herir a nadie. Hay muchas pruebas de la rapidez con la que Williams podía armar un monólogo para entretener al público, una práctica que aprendió en sus años como comediante de shows de stand-up por los Estados Unidos. Pero, cada vez que salía del escenario, mostraba su lado más oscuro: atormentado, depresivo y adicto a las drogas. “No es la persona que te gustaría para que cuide a tus hijos, pero es un deleite trabajar con él. Es muy tímido e inseguro, pero dan ganas de abrazarlo”, decía de él Dustin Hoffman, en el rodaje de Hook. En Robin Williams convivían dos personalidades: el payaso triste y el payaso alegre.
El lado oscuro de un genio
En 2003, para los Critic’s Choice Awards había tres actores nominados: Jack Nicholson (por Las confesiones del Sr. Schmidt), Daniel Day-Lewis (Pandillas de Nueva York) y Robin Williams (Retratos de una obsesión). El rol por el que estaba nominado no era el personaje típico que solía interpretar el comediante. El personaje más oscuro de toda su carrera, un trabajador de una casa de revelado de fotografía que se obsesionaba con una familia. Un hombre solitario, extraño, mentalmente inestable, estaba en las antípodas del alegre Peter Pan que había interpretado en Hook.
Salma Hayek anunció que había un empate antes de anunciar a los ganadores de la velada. Nicholson y Day-Lewis subieron a recibir sus premios y, en un gesto de gentileza, lo invitaron al podía a Williams, quien provocó las mayores carcajadas de la noche: “Estoy entre dos grandes actores, yo solo soy un actor peludo. Vine con nada y me voy con nada. Llegué sin expectativas y me voy sin expectativas, fue una noche budista para mí”.
Robin Williams era un confeso adicto a la cocaína. Admitía que en Hollywood la droga era algo común y que su adicción no estaba causada por nada en particular: “Está ahí. Latente. Espera el momento en el que bajes la guardia, en el que creas que está todo bien, para que en un instante te des cuenta que no está nada bien”.
De Vietnam a La sociedad de los poetas muertos
La primera nominación al Oscar que recibió Robin Williams fue con Buenos días, Vietnam. La película era el vehículo perfecto para llevar directo al estrellato al actor de stand-up que le gustaba improvisar. Como el DJ Adrian Cronauer, el actor nacido en Chicago pude experimentar su faceta más energética, mordaz y vibrante delante de un micrófono, en el contexto de una de las guerras más traumáticas para la historia de Estados Unidos.
El suceso de Buenos días, Vietnam llamó la atención de un cineasta australiano que comenzaba a crecer en Hollywood. Peter Weir buscaba a su profesor John Keating, el docente capaz de inspirar a sus alumnos para hacerlos relucir su verdadero potencial en una institución rígida y seria, en La sociedad de los poetas muertos. El productor de Buenos días, Vietnam, le dio un consejo a Peter Weir: “Primero, filmá toda la película tal cual está escrito el guión. Después, dale rienda suelta a Robin Williams y decile que haga lo suyo. Ahí vas a descubrir cosas que nunca habías pensado, porque él es capaz de elevar el material original a niveles inimaginables”.
Cuando se estrenó, en 1989, La sociedad de los poetas muertos no tuvo críticas muy favorables. El argumento, la historia de un profesor que enseña a sus estudiantes algo más que el valor de las obras de Walt Whitman y otros grandes nombres de la literatura, no parecía inspirar demasiada confianza al estudio.
La gran sorpresa llegó cuando Christopher Reeve le insistió a su amigo Robin Williams para ir a ver la película un viernes a la noche. En la escena en la que los estudiantes se paran en las sillas, los espectadores de la sala de cine se pusieron a aplaudir de pie. Reeve estaba llorando al terminar la función. La sociedad de los poetas muertos se iba a convertir en un clásico popular y la favorita para Robin Williams.
La frase “carpe diem” fue seleccionada como una de las mejores de la historia para el Instituto de Cine Americano. Peter Weir reconoció la maestría de Williams para decir la frase en cámara: “Sabía cuando tenía que actuar de manera exagerada y cuando el momento requería algo más sutil”. Entre múltiples nominaciones al Oscar, La sociedad de los poetas muertos fue la segunda para Williams como actor.
El despertar del actor dramático
Aunque en Hollywood estaba triunfando, en su vida íntima las cosas no iban muy bien. Estaba transitando un divorcio y fuera de cámara sus compañeros de La sociedad de los poetas muertos lo veían serio, pensante, algo solitario. Todos los actores jóvenes destacaban que Robin Williams era una presencia inspiradora para trabajar: los saludaba, les hacía preguntas para hacerlos sentir cómodos y se mostraba servicial. El actor que luchaba contra las adicciones había encontrado un reemplazo inusual para las drogas que conocía: los videojuegos. El año en que se estrenó La sociedad de los poetas muertos nació Zelda, su hija: el nombre viene de la princesa de The Legend Of Zelda, la saga de Nintendo que pudo ayudar a distraer a Williams en sus momentos más difíciles.
Con Pescador de ilusiones, la comedia de fantasía con Jeff Bridges, llegaba la tercera nominación al Oscar para Robin Williams, que encantaba a Hollywood con su gracia. Un año antes, había coprotagonizado Despertares junto a Robert De Niro; aunque estaba intimidado por trabajar junto al actor de Toro salvaje, los dos hombres desarrollaron una amistad que fue más allá del set.
Despertares esconde algunas similitudes con La sociedad de los poetas muertos, aunque sean simbólicas: Williams interpreta a un doctor que prueba una droga experimental capaz de “despertar” a uno de sus pacientes del estado catatónico en el que se encuentra, aunque tenga a la institución médica en contra. No fue la única película en la que Williams interpretó a un médico que lucha contra el orden institucionalizado: lo volvió a hacer en Patch Adams, la historia del doctor que se viste de payaso para visitar a sus pacientes.
La voz del niño interior
En la cima del éxito, Steven Spielberg convocó a Williams para ser Peter Pan en Hook. El proyecto entusiasmó al actor que se veía reflejado en el personaje. “Tengo un terapeuta que me aconseja jugar con el niño que alguna vez fui”, explicaba. Spielberg volvería a trabajar con Williams, una década más tarde, en Inteligencia artificial, con un papel mucho más discreto.
En 1992 los estudios de animación de Disney se encontraban en su segunda época dorada. La sirenita y, en especial, La bella y la bestia, eran éxitos comerciales que conquistaban a la crítica y hasta recibían nominaciones al Oscar. El siguiente proyecto era Aladdin. El productor Jeffrey Katzenberg tuvo una idea novedosa: contratar a un actor de renombre para el papel más exigente de la película: el Genio de la lámpara. Todos estaban en contra de la idea, porque había actores entrados para darle voz a los personajes animados: entrenamiento que la mayoría de los actores de Hollywood no tenían. El proceso de trabajo no fue menos inusual.
Williams leyó sus líneas, tal cual estaban en el guión de Aladdin, todas las veces que fuera necesario repetirlo. Hasta que empezó a improvisar y convertir lo que debían ser sesiones de voz de 2 minutos en unas de 8 o 10 minutos. El genio era descripto como una presencia hiper energética, divertida, una mezcla entre Groucho Marx y el físico de Arnold Schwarzenegger. Tenía que ser “exuberante, frenético, pero mostrar la vulnerabilidad de un niño”.
Después de horas de trabajo filmando Hook para Steven Spielberg, Williams iba directo a los estudios de Disney para darle voz al Genio de la lámpara mágica. Los animadores quedaban deslumbrados por la capacidad de improvisación de Williams, pero al mismo tiempo pensaban cómo iban a hacer para darle vida a las grandes ocurrencias del actor.
Cuando Aladdin se estrenó en 1992, fue uno de los éxitos más grandes del año. Los críticos alabaron la interpretación vocal de Robin Williams, que incluso cantaba dos números musicales en la película. El diario The New York Times destacó “Un amigo fiel”, la carta de presentación del Genio frente a Aladdin, como uno de los más grandes triunfos en la historia de Disney. Para Williams fue la oportunidad de introducirse en un medio que amaba: la animación. Era fanático de los dibujos animados de Warner Bros. y de algunos animé, como Neon Genesis Evangelion.
El hombre que encontró la felicidad
Williams trabajó con varios cineastas de renombre: con Woody Allen en Deconstruyendo a Harry, con Kenneth Branagh en Hamlet, con Christopher Nolan en Noches blancas y con George Miller en Happy Feet (la segunda vez que dio vida a un personaje animado: no estaba del todo convencido en hacerlo porque temía que Hollywood convirtiera en hábito el contratar actores famosos que le sacaran el trabajo de los actores de doblaje). Hizo películas que fueron exitosas en taquilla aún sin contar con el visto buena de la crítica, como Papá por siempre, Jumanji o Una noche en el museo. Pero el Oscar, los aplausos y el reconocimiento definitivo llegó con En busca del destino.
Basada en un guion original de los jóvenes Matt Damon y Ben Affleck, también coprotagonistas de la película, con la dirección de Gus Van Sant, En busca del destino fue un éxito para el cine independiente de los Estados Unidos el año en el que Titanic arrasaba con la venta de entradas. Robin Williams interpretó a un terapeuta afligido por la muerte de su esposa. La soledad del personaje reflejaba la vida del propio Williams. Van Sant, el director, se mostraba sorprendido por lo distinto que era trabajar con la persona, no con el actor. No había verborragia ni humor en Robin Williams cuando no estaban filmando. Al contrario, había una persona que cada vez que gritaban “corte” preguntaba si su trabajo había estado bien o mal.
Antes de la ceremonia del Oscar, Williams había admitido en una entrevista que uno de sus mayores inspiradores para la comedia era Peter Sellers. Y que se identificaba con el autor de la novela Desde el jardín, que se había suicidado. El actor de Jumanji confesaba que muchas veces temía quedarse sin chispa, sin gracia. Quizás lo confesó como una trágica premonición de su propio suicidio. La realidad es que, en esa misma entrevista, terminó aceptando que, en sus mejores momentos, podía vencer esos temores.
Cuando llegó la noche del Oscar, Mira Sorvino presentó la categoría a mejor actor de reparto. En esa ceremonia, Williams no dependió de la gentileza de otros ganadores para subir al podio. Emocionado, dijo: “Esta es la primera vez que me quedo sin palabras”.
Dónde ver las películas:
- En busca de la felicidad: Movistar Play
- Aladdin: Disney+
- La sociedad de los poetas muertos: Star+
- Buenos días, Vietnam: Star+
- Jumanji: Netflix, HBO Max, Paramount+
- El hombre bicentenario: HBO Max
- Happy Feet: Prime Video, HBO Max, Movistar Play
- Patch Adams: HBO Max, Movistar Play
- Una noche en el museo: Disney+
- Deconstruyendo a Harry: Qubit, Prime Video
- Papá por siempre: Disney+
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