Blanca: un tranvía de deseo por el conurbano bonaerense
Dramaturgia: Natalia Villamil / Intérpretes: Monina Bonelli, Héctor Bordoni, Marcelo Pozzi, Mariano Sayavedra y Leticia Torres / Vestuario: Gustavo Alderete / Iluminación y escenografía: Gonzalo Córdoba / Dirección: Cintia Miraglia / Sala: Cultural San Martín /Nuestra Opinión: Buena
Es difícil hacer Tennessee Williams en la Argentina. No porque falten intérpretes o directores capaces de encarar el desafío que plantea uno de los principales dramaturgos del siglo XX, sino por los costosos derechos de autor. Un truco existente para lidiar con este problema consiste en hacer una adaptación que repita personajes y situaciones de sus obras en otros contextos. Es el caso de Blanca, adaptación al conurbano bonaerense de Un tranvía llamado deseo.
Al entrar a la sala, el público es recibido por una banda de música conformada por los actores. El espacio escénico se despliega a lo ancho y a corta distancia. En el vestuario, el cuero marca la regla, y sumado al sonido, toda la propuesta se enmarca en un universo de heavy metal. La elección es interesante, porque en el metal la materialidad del sonido es muy pregnante y concreta sin que falten alusiones a hadas, dragones y duendes. La escenografía de Gonzalo Córdoba traza un cuadrilátero de durlock y tapa a los actores de la cintura para abajo. Podemos verlos, entonces como si se estuviesen hundiendo, siempre cabeceando para intentar mantenerse a flote.
En la primera mitad de la obra abundan contrapuntos a los gritos que no alcanzan a acumular verdadera tensión. Con el correr de la pieza, se despliegan dos actuaciones en altísimo nivel: la de Monina Bonelli, como Blanca, y la de Héctor Bordoni, como Jony. Cada vez que aparecen, todo fluye mucho mejor. El deseo poético de Blanca en medio de la decadencia generalizada y el amor sincero y siempre limitado de Jony resultan conmovedores. En medio de esta intimidad siempre expuesta y el clima endogámico, el aspirar a cualquier otra cosa es demolido una y otra vez.
Quizás, más que las obvias similitudes con el original de Tennessee Williams, corresponda analizar las diferencias entre lo que significaba ser un buscavidas en un mundo de una inmigración que se pensaba pujante y lo que puede ser hoy ese mismo sueño en un escenario de sálvese quién pueda. El sueño de Blanca es, así, todavía más lejano y sin asidero que el de Blanche. No es solo el enfrentamiento entre culturas y modos de ver; es, también, la imposibilidad concreta de realizarse en ese límite social que lucha por aferrarse a algo para no quedar fuera de todo.
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