Contra los prejuicios: colonia de vacaciones en el Colón
Un ejército de caballeros (y caballeras) andantes avanza espada en mano. Son los soldados del Quijote. Sus espadas de cartón, adornadas con brillos que aumentan su poder, se elevan cuando cantan "con rabia", y se dirigen hacia los gigantes imaginarios al son del "con furia" que marca el texto de la partitura de Georg Philipp Telemann que suena desde el piano en la sala de ensayos Bicentenario del Teatro Colón. Suenan bien, dirigen la voz junto con el gesto guerrero y la mirada desafiante hacia los molinos de viento. "Si cantamos de pie hacemos más sonido", explica una niña. Algunos llevan sus cuadernos de notas, en los que asoman bocetos de vestuario y apuntes con la letra de las canciones.
Es la última clase de canto antes de compaginar lo aprendido aquí y en las sesiones de danza, en el encuentro de narrativa y en la clase de régie, para armar una escena operística como cierre de la semana de colonia de vacaciones en el Teatro Colón. Del otro lado del pasillo uno de los subsuelos del gran teatro lírico ensaya otro grupo, el de los mayores, los pasos danzados que imprimirán la dinámica de la escena quijotesca.
Sus protagonistas tienen entre seis y doce años, están divididos por edades en dos grupos de unos 25 chicos cada uno. Vienen de Avellaneda, Mendoza, Caleta Olivia o Santiago del Estero. En los grupos hay chicos que ingresan por primera vez a una sala de artes escénicas y otros que ya han dado sus primeros pasos en danza, canto o teatro. Se integran armónicamente algunos chicos con dificultades motrices u otros autistas. Durante un mes se alternaron programas de una semana en torno al Quijote de Telemann y a La Cenicienta, con partitura de Rossini.
Los escudos son brillantes y llevan inscripciones de aliento para el combate que emprenden. "Para proteger la canción", dice uno. "Lista para perseguir mis sueños", se lee en otro. "¡A la aventura!", proclaman varios.
"El primer balance es sumamente positivo, nos alienta a pensar el año que viene", dice María Victoria Alcaraz, directora general del Teatro Colón. "En 2020 tendremos nuevamente verano con chicos en el Colón, sin duda. Habíamos diseñado para este verano una propuesta acotada, en el sentido de que sólo ocupamos la mañana y un universo de 200 chicos, a ver si existía interés. A la segunda semana de abierta la inscripción se habían agotado los cupos. Habíamos pasado la primera prueba. Había que ver luego si era del agrado de los chicos. Al ponerse en marcha la colonia vimos cómo se soltaban y lo disfrutaban, para todos fue una alegría, también para el cuerpo docente del teatro."
Alcaraz apunta a una ampliación y renovación de públicos. "Hay muchos prejuicios sobre los niños en el Colón, que nosotros estamos dispuestos a romper: hacer al teatro suyo, como lo hicieron estos chicos, es el primer enlace sensible en esta construcción de formar nuevos públicos."
Para Lucía, de 8 años, lo más lindo fue "bailar ballet", lo más difícil, "aprender a cantar mucho rato". "Salió encantada desde el primer día", cuenta su padre, "nos explicaba los pasos de ballet, al segundo día iba en el subte conmigo tarareando ópera."
"Está feliz", dice también sobre su hija la madre de Elena, de 9 años, que vino desde La Plata. "La fascinó compartir la merienda con las bailarinas que le enseñaban." Ese momento de la merienda en la cantina de personal del teatro no es menor: es el espacio para comentar libremente, la pausa de la labor en desarrollo sintiéndose plenamente parte de la actividad, que los han tomado en serio como protagonistas de la experiencia. "Jugar, como actuar, es algo muy serio", dice Valeria Kovadloff, quien está a cargo del proyecto junto con Eugenia Schwartzman.
"Los chicos cruzaron el umbral de la magia", dice Mariana Cincunegui, la música convocada como coordinadora pedagógica de la colonia, en una propuesta asimilable a los opera-camp organizados en muchas de las principales salas líricas del mundo. Niños al fin, al bajar desde el Salón Dorado pre-guntan si se pueden deslizar por el mármol de la baranda de la escalinata. Ante la esperable negativa, se contentan con dejar caer suavemente por allí sus escudos de cartón iluminados con papel glacé. Han ganado la batalla por apropiarse del arte.
"Yo me alegro", dice sonriendo una empleada de la cantina del Colón al ver pasar raudamente la troupe infantil, camino a la siguiente estación de su raid creativo. Resume de alguna manera la sen-sación de aire fresco que recorrió este verano el teatro.