Cuando los clásicos hablan de nosotros
Shakespeare por dos, La degustación de Titus Andronicus y Hamlet, y el megadocumental El Capital dialogan con la realidad que nos rodea
El país y el mundo pasan por horas cruciales. La taquicardia financiera de Occidente y los estallidos sociales en Chile y en Gran Bretaña se cruzan en un clip vertiginoso con nuestros propios avatares (los febriles escarceos políticos que desembocan en las primarias de hoy, la conflictiva situación en el noroeste argentino, los ya habituales crujidos en torno del sombrío caso Schoklender y el muy hipócrita caso Zaffaroni).
Buenos Aires, como gran metrópoli del espectáculo, se deja interpelar, al mismo tiempo, por obras clásicas gigantescas del teatro universal, puestas provocativas y experiencias multimediáticas colosales, cuyas estéticas, voces y formatos dialogan en paralelo con nuestro acontecer. Siempre con la incondicional presencia de un público entusiasta, hacen reflexionar sobre lo que nos sucede y conducen a profundidades donde, por lo general, se encuentran más respuestas que en la superficie.
En la semana que pasó hubo tres experiencias artísticas únicas y enriquecedoras: dos Shakespeares (la versión aluvional de Titus Andronicus , por La Fura dels Baus, y el Hamlet , del teatro oficial de Buenos Aires, según la concepción del gran Juan Carlos Gené) y la exhibición de El Capital , el monumental documental de nueve horas de Alexander Kluge, basado en la obra máxima de Karl Marx.
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Lo terrible y lo banal, el reclamo de la presunción de inocencia al mismo tiempo que se difama por otro lado, el ser y el parecer, el juicio justo o la venganza, el doble discurso y los hechos. Disyuntivas entre las que se debate el ser humano, paradojas individuales y colectivas, que nos acompañan durante toda la vida y que está en la conciencia de cada uno resolver de manera equitativa o distorsionada (si apuran urgencias facciosas).
Las obras de Shakespeare mencionadas plantean, de una manera extrema, esas oscilaciones con parlamentos y acciones descarnadas que desnudan los tortuosos laberintos de los hechos y las razones o sinrazones que los determinan. Como un mecanismo perverso e imparable cuya loca dinámica no puede tener otro destino que un final aciago.
Es inevitable, en medio de la multitud reunida dentro de la gran carpa de GEBA, donde la Fura representó el regreso triunfal de Tito a Roma con sus prisioneros godos enjaulados, asociarlo con la imagen que hace unos días recorrió el mundo en la que se lo veía a Hosni Mubarak, que supo tener durante casi treinta años en su puño a Egipto, indefenso y enfermo, humillado detrás de indignos barrotes.
No deja de ser, sin embargo, una gran enseñanza para los gobernantes de cualquier latitud, o para los que pretenden serlo, que el poder tarde o temprano, se diluye y si no se supo ser justo ni se trató con respeto y generosidad a los adversarios o se incurrió en groseras corruptelas y manejos arbitrarios, tarde o temprano, terminará pagando sus miserias.
En La degustación de Titus Andronicus (tal como rebautizó la obra el grupo catalán) 28 espectadores comparten en cada representación el banquete caníbal (en verdad se sirve cochinillo, que representa los cuerpos cocinados de los hijos de Tamora, la emperatriz de Roma) mientras se ejecuta el sangriento desenlace que La Fura convierte en un juego morboso. Banaliza cínicamente al conjunto -obra, intérpretes y público-, en una suerte de divertimento muy adecuado para estos tiempos de cruzados linchamientos mediáticos. La obsesión caníbal de esta obra temprana de Shakespeare funciona como metáfora oportuna en un tiempo donde el escarnio y la tergiversación y el abucheo son la actividad virtual preferida. Un ruido constante, escandaloso y lapidador, que "se traga" las discusiones de fondo y donde el que vocifera triunfa, exaltado por sus acólitos, aun cuando sus argumentos sean endebles.
Tampoco parece casual que en la cartelera porteña convivan cuatro versiones de Hamlet , la obra magna del escritor inglés que une lo más oscuro y abyecto de la ambición por el poder, con pulsiones sexuales casi incestuosas y la locura que ponen en marcha otra feroz venganza. Allí también encontramos resonancias de miserias humanas a las que es preciso cerrarles el paso o impedir que se ahonden.
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"El comunismo está de moda", provoca al auditorio lleno de la Fundación Proa, en La Boca, el escritor Alan Pauls en su estimulante presentación de El Capital , de Kluge, que dura nada menos que nueve horas y media (se vio en tres partes y en versión abreviada; el sábado próximo, desde las 11, se proyectará de corrido). Es un megadocumental involuntariamente pop, bastante sesentista, que enlaza teatro, música, cortos, dibujos, tipografías, entrevistas, clips y charlas telefónicas en el intento vano de pasar del papel a la pantalla grande la biblia marxista. Kluge retoma en 2008 los apuntes que Sergei Eisenstein hizo en 1927 tras filmar Octubre .
La obra, cuyo título original es Noticias de la antigüedad ideológica , es, según Pauls, un "proyecto arqueológico" que rescata lo viejo para reconvertirlo en nuevo en estas horas de convulsión planetaria, cuestiones que la modernidad había dejado de lado y que el vendaval de la historia deposita nuevamente ante nuestros ojos. Que hoy la lucidez nos asista dentro del cuarto oscuro para que soplen las brisas benevolentes del progreso y la concordia social.
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