Hace 20 años, abandonó su trabajo en el correo y la carrera de Periodismo para abocarse de lleno a la actuación; antes de su debut en calle Corrientes con Reverso, donde comparte cartel con Carla Peterson, el intérprete conversó con LA NACION de su pasado, su admiración por Marlon Brando y la pasión que imprime a sus trabajos
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Luego de una de las intensas jornadas de ensayos de Reverso ¿Qué es real y qué no? y antes de volver a La Plata, su ciudad de pertenencia (y permanencia, aunque trabaje la mayor parte del tiempo en Buenos Aires), Diego Cremonesi hace un alto. En ese espacio, el actor de trayectoria en teatro, cine y TV, una carrera que -él insiste- forjó “desde abajo” y con espíritu autogestivo, también reflexiona su participación en esta nueva obra de Matías Feldman sobre el metaverso y los mundos virtuales como plataforma para exorcizar el dolor.
A Cremonesi, el reconocimiento más masivo le llegó recién cerca de sus 40 con la película que para él fue bisagra, Kryptonita, donde tuvo un lugar protagónico junto con figuras como Diego Capusotto o Pablo Rago. Y en la pantalla chica considera que su primer trabajo importante fue Un gallo para Esculapio, con Peter Lanzani. Más cerca en el tiempo, se destacó con personajes como “El Cuis” en El marginal y el asesor Javier Cach en Diciembre 2001; pero también participó en éxitos como Gilda, Monzón y El Tigre Verón, entre varios otros de la última década.
A partir de la cuestión puntual de un objeto que perdió y la complicación que esto conlleva en su vida cotidiana, la charla arranca con azarosas reflexiones: tradición judía de Kapará y la bioenergética. Si de energía se trata, este actor la tiene a montones; se lanza a hablar y encadena con soltura un tema con otro. Cremonesi es hincha fanático de Estudiantes y lo cuenta orgulloso durante la entrevista, pero además tiene siempre puesta la camiseta del actor, desde el más intuitivo y anónimo que se ganaba la vida animando fiestas, hasta el más profesional y reconocido de una serie de Netflix. Es un apasionado de su trabajo y no solo es una máquina de actuar y de crear personajes sumamente disímiles desde sus 24, cuando se dio cuenta de que a esto se quería dedicar en la vida; también es una máquina de producir pensamiento sobre el propio arte de la interpretación.
“Hace tiempo que estaba buscando un proyecto teatral así. Un día hablo con mi amigo Marco Antonio Caponi y me dice: ‘Escuchame una cosa, estamos ensayando una obra que es una bomba, y se nos bajó un compañero. Tenés que ser vos, decime que sí’. Me cuenta de Carla Peterson y del elenco en general, y me interesó mucho trabajar con ellos, así como con Matías Feldman porque es un tipo que viene de un palo muy diferente al que vengo yo teatralmente”, recuerda, en cuanto a la convocatoria para participar en Reverso. Cremonesi se formó con Ricardo Bartís y Alejandro Catalán, después de un tiempo de estudiar y hacer teatro en La Plata. “De pronto trabajar con Feldman era entregarme a una mirada muy distinta, y a mí me apasiona eso, desarrollar un lenguaje que no me genere comodidad sino un desafío”, agrega.
-Es tu primera obra en calle Corrientes, en el ámbito del denominado “teatro comercial”…
-Sí, estuve muy cerca de hacer una obra en el Picadero y vino la pandemia. Pero este no es un clásico espectáculo comercial donde viene un productor y te contrata, sino que hay un espíritu más de cooperativa; es una apuesta colectiva. Siento que es un híbrido. No es una obra que reniegue de lo comercial, sino que lo aborda con sus requisitos en relación al entretenimiento. Hay algo del universo que propone esta comedia dramática, el metaverso, que nos da una libertad lúdica.
-¿Cómo es tu personaje y qué pensás de estos nuevos mundos digitales?
-Siguiendo un chiste de la obra, mi personaje es “analógico” y yo también lo soy (risas). A mí me abruma bastante todo lo referente a la realidad virtual, la inteligencia artificial y los alcances de las nuevas tecnologías, me da impresión y miedo porque nos aleja de nuestro aspecto más esencial. Ves gente con esas gafas puestas que va por la calle como si estuviera adentro de una pecera. Y también en ese sentido, la vida pasa demasiado por las redes sociales, te van ganando, abrís demasiadas veces el Instagram sin darte cuenta. Vivimos cada vez más afuera y menos dentro de nosotros. Esta obra interpela porque surge la cuestión de lo que pasa cuando decidís escaparle a lo que te sucede, “esquivar el bulto”.
La comedia (y después, la alquimia)
Con Reverso, Cremonesi pega la vuelta. Después de tantos personajes dramáticos, de malo o border, vuelve a su género fundacional, la comedia. El actor cuenta que fue su sustento durante muchos años en el café concert y la animación de eventos que hacía con su personaje Paco Rimenver. “Pero después me hice conocido por papeles dramáticos; no se suele considerar que yo tengo un aspecto más clown también”, reflexiona.
-Sin embargo, trabajás mucho los contrastes en cada personaje…
-Sí, cuando abordo personajes dramáticos, siempre trato de escaparle a la solemnidad. Soy tan fan de la actuación de Marlon Brando como de Vittorio Gassman. Yo soy tano, pero me encanta también la actuación anglosajona. Me gusta mucho mezclar lo dramático con lo patético, con lo ridículo, me gusta hacer de tipos que pierden, no me gusta la actuación heroica. Me aburren esos personajes que siempre ganan, me divierte sufrir. La vida es una contradicción constante, que nos coloca en un lugar de ambigüedad e incomodidad permanentes. Y cuando me toca hacer de malo, intento buscarle otro giro, también quiero encontrar la complejidad ahí, nadie es malo y nada más. Tengo un gran sentido de responsabilidad cuando encaro un personaje, una necesidad de indagar en la cuestión alquímica de la actuación (en este caso la audiovisual), de lograr humanidad y de encontrar esa cosa que lleva a ganarle a lo que está escrito en el papel. Me pasó una cosa muy fuerte una vez. Estaba viendo Netflix y, de golpe, me aparece la imagen de Breaking Bad, serie de la que soy fanático, y al lado estaba Monzón, con mi foto al lado de la “bestia” que es Bryan Cranston. Estás puesto ahí en la misma carrera y hay que tratar de estar a la altura.
-Si bien te formaste en el teatro, rebuscaste mucho en tu carrera como actor de televisión, cine y series…
- Mi verdadera escuela audiovisual fue el cine independiente de terror, porque ahí encontré posibilidades de prueba que no tenía en la TV. Yo hacía un chiste sobre mis apariciones en las ficciones de Pol-ka; mi personaje se llamaba “Minuto y medio” (risas), que era lo que duraba el bolo que tenía por novela. Es muy difícil porque ingresás a algo que ya funciona, como un chico de la Puna recién llegado a a ciudad, que lo tirás en Constitución… Esa sensación es la que tenemos los actores o las actrices que venimos sin recorrido, cuando entramos en el sistema. Y en un momento empecé a decir “no soy cualquier policía, soy este”, como un intento de combatir esa vorágine, volverme particular y necesario, genuino. Cuando de pronto hay algo de lo artificial que se funde con vos, ahí está la magia misma de la actuación. Actuar no es solamente hacer bien tus partes, es entender todo el mecanismo, es saber cómo entrar y bajar de una calesita en movimiento sin frenarla, sin caerte y sin hacer caer al otro. Eso me genera mucha adrenalina y a la vez esa sensación te puede volver muy paranoico y obsesivo, porque lo que no te gustó ya no se puede cambiar, como sí sucede en el teatro, que es como una masa que va levando con las funciones. Me gusta lo versátil, disfruto tanto de Horacio Guarany como de Led Zeppelin o Wos.
A Diego Cremonesi solo le hizo falta participar unos minutos en el film Rojo para impactar con un personaje que, en pocas palabras y con gestos contundentes, marca el devenir del protagonista encarnado por Darío Grandinetti. En la película Chau Buenos Aires se tomó tan en serio su personaje, integrante de un quinteto de tango, que un bandoneonista profesional se maravilló de la precisión en su técnica de interpretación musical. En La afinadora de árboles, donde hacía de un carnicero, se internó días con alguien de ese oficio para aprender a chairar. A Cremonesi no le gustan las cosas a medias; se toma cada proyecto muy en serio. “Prefiero irme de mambo a ser tibio”, afirma. Así es que hace unos 20 años dejó su trabajo en el correo y la carrera de Periodismo en la ciudad de las diagonales para abocarse de lleno a la actuación: “Hice el primer curso y fue como haber probado una droga que no pude dejar; me puse muy voraz. Terminé haciendo un casting en la República de los Niños y quedé para el elenco estable de los infantiles, hice de papá de Hansel y Gretel, de ladrón de gallinas, de pirata bueno...”. Luego vino la creación de Paco Rimenver, un personaje que combinaba el clown con el stand-up y le dio de comer durante mucho tiempo, y el teatro independiente.
-¿Y cómo llegó el trabajo en tele y cine?
-No solía acceder a los castings, así que tenía que generarme un recorrido que me diera oficio. Hace 20 años, me proponías una porno y la hacía, si había alguna escena donde hubiese una discusión para poder actuar (risas); necesitaba la práctica de la interpretación frente a la cámara. Empecé a participar en producciones chicas, cine independiente de género, cortos de escuelas de cine, esa fue mi formación inicial en actuación audiovisual, que me abrió luego la puerta a trabajos más profesionales. A veces las condiciones ideales que vos soñaste no están y te las tenés que inventar, y a veces en esa maniobra terminan apareciendo nuevas posibilidades. Para mí siempre la formación es: “Hacé, aprendé y crecé junto con otros, de ahí pueden surgir luego oportunidades”. Es una apuesta muy a largo plazo pero es la única que es posta. Y ese fue el camino.
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