El lado político de un texto sensible
Ficha técnica: NADA DEL AMOR ME PRODUCE ENVIDIA / Autor: Santiago Loza/ Dirección y musicalización: Alejandro Tantanian/ Intérprete: Soledad Silveyra/ Escenografía y vestuario: Graciela Galán/ Sonido: Guillermo Perulán/ Luces: Omar Possemato/ Asistencia de dirección: Ernesto Donegana/ Sala: Maipo, Esmeralda 443/ Funciones: lunes, a las 20.30/ Duración: 60 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
Una nueva versión del magnífico texto, ya emblemático en la creación dramatúrgica de Santiago Loza, aporta hoy una renovada lectura a una historia sensible, con un personaje carismático, ambos desarrollándose en un tiempo social y político convulsionado: la década del 50. La trama aparenta ser sencilla, una costurera de barrio, cargada de una muy profunda soledad, admira a Libertad Lamarque y, por esas extrañas cosas del destino, termina relacionándose con ella y con Eva Perón. Un vestido, que ambas requieren, la obliga a entrar en una profunda crisis existencial, determinante para su vida.
Si en la bella puesta de Diego Lerman y María Merlino (que hace poco bajó de cartel), Nada del amor me produce envidia era trasladado a escena en un clima de profundo y bello romanticismo, en la actual mirada de Alejandro Tantanian y Soledad Silveyra esa misma dramaturgia adquiere una interesantísima trascendencia política. La costurera aquí da cuenta de una sociedad fragmentada, en la que los enfrentamientos entre peronistas y antiperonistas son arrasadores, aun en el mundo del espectáculo. Ella decide aislarse de ellos, no hablar, mirar para otro lado cuando sus clientas tocan el tema. Pero puesta ante estas dos mujeres, no sólo descubre que el poder la lastima, sino que ella puede animarse a tomar una decisión, lamentablemente trágica, que la salvará de sentir dolor, contradicción, miedo.
Extraña manera de salvarse, por cierto. Inquieta y conmueve su decisión, pero más aún ese entorno conflictivo que la quita de su amoroso mundo. ¿Es imperdonable que esto suceda? Lo es, si la mirada ahonda en la sensibilidad de una individualidad con la calidad de ese personaje. Y, sobre todo, cuando en el final se destaca que, más allá de un vestido quemado, ciertos personajes políticos trascienden las anécdotas populares o, en definitiva, los hacen más fuertes porque así lo quiere el imaginario de hombres y mujeres que llegarán después a mantenerlos en pie.
Lo que pide este espectáculo es: ¡Por favor, no juguemos -ni desde el mundo del espectáculo, ni desde el político (a veces se mezclan)- con la humildad, la sencillez, las expectativas, la sinceridad de las clases humildes!
Tantanian es impiadoso con los mitos (ya lo demostró en Muñequita , en Las islas ). Se anima a hacerlos tambalear, a derribarlos y con unos procedimientos poéticos que conmocionan los sentidos. Es su manera de exponer la historia y movilizar la conducta del espectador, la reflexión. Es muy elocuente en eso. Y aquí transforma a esa criatura tan frágil, tan delicada, en inigualable testigo de un momento muy inquietante de la Argentina.
Soledad Silveyra construye a una costurera sensible, entrañable. Relata esta historia de manera apacible. Descubre cada momento con una fuerte ingenuidad y eso la torna extremadamente creíble. Su trabajo está muy apoyado en la necesidad de revelar el valor de cada palabra. Es consciente de que cada construcción literaria abre al espectador un campo de imágenes que lo movilizan. Y se deja llevar y conduce porque sabe que, si construye junto con el público, su mundo será más real, su tremenda realidad se tornará más vital, y consterna.
Los rubros técnicos son, además, muy atractivos. Si al principio resulta extraña esa caja/habitación que construye escenográficamente Graciela Galán, poco a poco, va adquiriendo una dimensión sofocante y elocuente y, significa más, cuando las luces de Omar Possemato la recorren y la revalorizan, la fortalecen, una y otra vez.
Sólo una observación: los intermezzos musicales deberían ser más breves. La obra ya tiene su musicalidad. Aíslan y hasta desprotegen un poco a la actriz y a la historia y, como público, uno necesita que eso no suceda. Porque la distancia, la toma el personaje al final, cuando descubre que su mundo ha sido destruido. Ya lo anticipó la costurera: "Era un vestido para una reina. Como que si hubiera reina de la Argentina, seguro que en algún momento usaba ese vestido. Pero éste no es un país de reinas, mucho viento y tierra para una reina, mucha salvajada dando vuelta, poca gente fina como quien dice?".
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