Evocación del Quijote y Sancho
"Los enredos de Hildeberto", de Héctor Presa. Vestuario: Lali Lastra. Música: Angel Mahler. Asistente: Esteban Abuin. Intérpretes: Héctor Presa, Lali Lastra, Matías Zarini y Mónica Spada. Puesta en escena y dirección: Héctor Presa. En el Teatro de la Galera, Humboldt 1591. Horarios especiales de vacaciones. Consultar en el 4771-9295. Entrada: $ 6.
Nuestra opinión: muy bueno
Con escenografía simple y muy funcional, compuesta de cañas, arbustos y algunas telas, el Teatro de la Galera propone a su audiencia trasladarse a la época de los juglares.
Una compañía está por representar una obra en la plaza, ya colmada de espectadores. Falta Hildeberto, de cuyas ocurrencias y distracciones hacen comentarios sus otros compañeros. Cuando éste aparece, comienza una secuencia, con diálogos cruzados y toda clase de malentendidos, que resulta desopilante.
La función del conjunto se propone relatar algunas andanzas de Don Quijote, pese a las interrupciones de Hildeberto, a quien cualquier palabra da pie para un comentario.
Se recrea la escena en el mesón donde Don Quijote se hace armar caballero, el combate con los molinos de viento, el ataque al retablo, la obsesión por Dulcinea, el combate con el Caballero de la Blanca Luna y el retorno y la muerte del Quijote.
Héctor Presa hace de Sancho Panza en algunos casos y simplemente del criado, en otros. Lali Lastra es el ama, la mesonera, y comparte con Mónica Spada el armado de algunas ambientaciones escenográficas. Spada es relatora (cuando Hildeberto se lo permite), Dulcinea y Caballero. Y Matías Zarini además de tener con sus colegas la difícil función de quedarse serio durante toda la obra, sosteniendo las ocurrencias de su criado, es el amo de Hildeberto, jefe de la Compañía y Don Quijote.
Las interrupciones de Hildeberto permiten aclarar términos, conceptos de época y cultura para los chicos, a la vez que sus rupturas mantienen en constante carcajada a la platea.
Por fidelidad al texto
Hasta que llega el final, con un anticlímax algo inesperado.
Después de tanta risa, sorprende la triste experiencia de ver morir a Don Quijote. Algunos chicos de la platea se preocupan y preguntan. Poco a poco, la audiencia se da cuenta de que esa parte del relato va en serio.
Indudablemente, la historia es así. Pero, para dejarles la sonrisa a los chicos, tal vez el relato debió cortarse antes. Es necesario reconocer que al comienzo de la obra se crea un vínculo entre los juglares y la gente: un vínculo de juego, de travesura, de cierta picardía inocente. Tal vez por eso se tiene la necesidad de volver a la plaza, a que Quijote vuelva a ser el patrón de la compañía, que Sancho vuelva a ser Hildeberto y haga algún lío más, y que el clima de farsa retorne. No alcanza con una frase consoladora; se necesita el equilibrio de retomar el principio.
De todos modos, el público puede disfrutar de un trabajo de alto nivel estético, muy bien sincronizado, con desempeños parejos, en el que el histrionismo de Héctor Presa cuenta con un apoyo sólido en el resto del elenco y donde el humor divierte enormemente.
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