La lechuga: humor a través del estereotipo, que atrasa 40 años
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Autor: Césari Sierra / Elenco: Juan Paya, Sabrina Carballo, Nicolás Maiquez, Pablo Cerri y Marina Castillo / Dirección: Nicolás Scarpino / Teatro: El Picadero / Funciones: Jueves, a las 22,15 / Duración: 80 minutos / Nuestra opinión: regular
Para aproximarse a La lechuga hay que entender claramente y de antemano la propuesta: la búsqueda de la risa, por la risa en sí, sin importar el verosímil ni la lógica del propio texto. Luego del fabuloso éxito de Chicos católicos, Juan Paya y Nicolás Maiquez vuelven a escena, pero esta vez poniéndose al servicio de un texto ya estrenado en la Argentina, en otra versión y con dirección de Martín Rechimuzzi en El Tinglado en 2015.
El argumento es bien sencillo. Mientras un padre agoniza, se reúnen los hermanos para decidir qué hacer con él. El abanico que ellos constituyen es por sí variado: la mujer goza de cierto bienestar económico y es quien ha quedado a cargo del progenitor. Uno de los hermanos está casado, tiene una prolífica descendencia y, a juzgar por lo que se dice, vive de manera humilde y sacrificada. El tercero, y último en ingresar a escena, es homosexual y no ha tenido la aprobación paterna ante su identidad. Su universo está más centrado en vivir en Ibiza que en el sacrificio de su hermano o en la dedicación familiar de su hermana. Ante este argumento, el humor negro es obviamente lo que prima, aunque se ve debilitado por las permanentes intromisiones de un humor directo, lineal, poco sutil, pero muy celebrado por el público, que aplaude desde el momento mismo del inicio. Las construcciones arquetípicas de los personajes (los ricos, los pobres, los gays) deja mucho que desear en lo ideológico, pero es profundamente eficaz en su relación con la platea.
El texto del venezolano César Sierra se ve permanentemente interrumpido por chistes sobre el cotidiano local (referencias a la situación político-económica argentina), así como por ciertas interacciones con la misma platea, rompiendo en ese sentido la estructura que el texto en sí tiene. La puesta en escena es absolutamente convencional, ya que todo está puesto en el desempeño actoral. En este sentido sobresale Sabrina Carballo, quien hace esfuerzos desmedidos por establecer vínculos en una familia que acaba siendo pura máscara, y para quienes disfrutan de los trabajos arquetípicos (el gay en un tono cercano a cómo la televisión de los años 80 lo retrataba) encontrará en Nicolás Maiquez una fuente inagotable de risa, puesto que ha demostrado tener un enorme talento para este tipo de construcciones.
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