Lo sagrado: una reflexión sobre los alcances del pasado
Con coautoría, dirección y actuación de Julio Chávez, la obra explora la disyuntiva entre un filósofo y escritor que vive y crea en un pueblo alejado, y un joven que alguna vez fue su hijastro, quien vuelve para confrontarlo
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Autoría: Camila Mansilla y Julio Chávez. Dirección: Julio Chávez. Intérpretes: Julio Chávez, Rafael Federman, Eugenia Alonso y Claudio Medina. Vestuario: Alejandra Robotti. Escenografía: Ariel Vaccaro. Iluminación: Matías Sendon. Música original: Diego Vainer. Objetos: Leonela Moyano. Sala: Paseo La Plaza (Corrientes 1660). Funciones: viernes, a las 19.45; sábados, a las 19.30; y domingos, a las 19. Duración: 75 minutos. Nuestra opinión: buena.
¿A quién pertenece el pasado reciente? ¿A los que lo vivieron o al escritor testigo que toma ese material para sus publicaciones? Desde autobiografías hasta ficciones, esta tensión entre verdades relativas y derechos enfrentados permanece porque, según el punto de vista, ambas sustentan sus razones: “el affaire Puig” sería nuestro ejemplo más cercano, la traición al pueblo natal -según aquellos vecinos de General Villegas- o la gloria de novelas que dieron fama a esa localidad.
En Lo sagrado aparece esta disyuntiva. Es la última obra de la pareja creativa formada por Camila Mansilla y Julio Chávez: ambos son autores de Después de nosotros, Un rato con él -dos obras en el circuito comercial donde Chávez actuaba- y Como quien mata a un perro, en el off, donde dirigía. Pero esta vez cumple los tres roles, de coautor, protagonista y director, igual que en la película Cuando la miro, que estrenó en 2022.
En una época donde todavía reinaba el teléfono fijo y la máquina de escribir, Rafael (Chávez), filósofo y escritor, vive en un pueblo alejado y ventoso cerca del mar. Acaba de terminar un libro titulado “Lo sagrado” cuyo foco son los cuatro años en que convivió en pareja con una mujer y su pequeño hijo, a quien nunca volvió a ver hasta la noche en que se desarrolla la obra. Convertido ya en un joven, Gael (Rafael Federman, Lorca, el teatro bajo la arena y Eduardo Strauch en el film La sociedad de la nieve) visita a su antiguo padrastro con el único objetivo de que cumpla una vieja promesa.
Con una escenografía realista (un gran living rústico con escritorio y un enorme ventanal de fondo), la luz opaca de un ambiente nublado y una música de suspenso (de Diego Vainer), la obra se estructura en dos actos: en el primero, los diálogos despliegan información y las pistas para delinear lo que vendrá. En esa primera parte, aparte de Rafael y Gael, aparecen otros dos personajes que no estarán en la segunda: José (Claudio Medina, película Durazno sangrando y, con Chávez, El tigre Verón, de Pol-Ka) como un trabajador todoterreno del dueño de casa y Adela (Eugenia Alonso, Edmond, Memorias de una maga), la secretaria y ama de llaves que esa noche se despide, después de muchos años, de su histórico empleo. Sin avanzar en cuestiones argumentales, las discusiones entre Adela y José, por un lado, y sobre todo, Adela y Rafael, por otro, funcionan especularmente e iluminan la idea central de que cada uno -entre lo enunciado y lo no dicho, al modo de Pinter- recorta la historia a su manera y construye su propio pasado.
En la segunda parte, el choque entre el escritor y el joven condensa el núcleo dramático. Hasta podría decirse que toda la obra se circunscribe a ese momento. Están a distancia, siempre en tensión, casi sin tocarse. Desde que Gael cuenta sobre sus trastornos psiquiátricos, la instalación de ese dato provoca una especie de temor a que, en cualquier momento, todo estalle. Es el mismo Gael quien da cuenta burlonamente de esa amenaza latente. En medio de esa tirantez, queda planteada la opción filosófica acerca de la intimidad y la escritura, el peso de las palabras y el de los gestos, las realidades y sus relatos.
Toda la obra está construida para confrontar estas dos posturas. Las muy precisas actuaciones se ajustan a esta dualidad. José y Adela se muestran más vulnerables y emocionales, más cercanos, mientras que Rafael y Gael son rígidos, inamovibles. El intercambio entre Chávez y Alonso es un gran momento de la obra por donde asoma parte del iceberg pero sin consecuencias. Después, frente al hierático e inconmovible Gael de Federman, la debilidad pasa al otro lado, con un Chávez potente pero a la vez siempre en un tono al borde de la exasperación. La obra termina con las voces en off de Rafael y de Gael, sobre el sonido de tipeo de máquina de escribir: quizás un final que deja abierta otras posibilidades, que no cierra en algo definitivo. Y que abre el juego a que los espectadores salgan pensando en qué residirá “lo sagrado”.
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