Pudor en animales de invierno
La dupla de Santiago Loza como dramaturgo y Lisandro Rodríguez como director sigue proponiendo una potente teatralidad. Ya con la obra anterior, He nacido para verte sonreír , se metieron de lleno en las relaciones difíciles, en aquel vínculo entre madre e hijo, y ese padre que está por venir y que acecha. Hoy, en Pudor en animales de invierno siguen por ese camino de investigación y reflexión sobre los lazos familiares y ponen en escena a un padre con su hijo.
Como obra ganadora del concurso Proyectos Teatrales -organizado por el Festival Internacional de Buenos Aires- propone una escenografía que se luce, y mucho. Es vasta y costosa, y por eso, para esta ocasión, dejaron su tan cuidado espacio Elefante y se mudaron al Espacio Callejón, que es, claro, mucho más amplio. Organizada en dos plantas, la casa del joven soltero se muestra entera para la platea: la cocina con su comedor diario en la planta baja y el dormitorio con el baño en la planta alta. Por esos espacios se moverán y se chocarán padre e hijo durante esa breve visita, la última, la única. La incomodidad oprime y allí, en esa intimidad, el pudor aparece.
El padre viene de un pueblo a la ciudad para visitar a su hijo. Sólo una noche pasarán juntos en la nueva vida que el joven ha creado, una vida que parece haber dejado muy lejos aquella de pueblo, y el padre, de a poco, va mostrando su dolor, tal vez su enojo, de que su hijo lo subestime. El joven no tiene sueño. Dormir, esa noche, implica acostarse con su padre al que poco conoce y no sabe, ninguno de los, cómo acercarse. Tal vez un abrazo los ayudaría a atravesar ese momento de incomodidad, pero ninguno se anima a dar ese paso. Y la noche pasa, y el chico no duerme, y en esa mezcla del dormir y la vigilia todo podría ser un sueño, ¿lo es? ¿El padre está ahí por única vez?
Para complejizar aún más la situación, una mujer desnuda vive en la heladera. Ella es testigo de todo, y lo contiene, parece ser ése su rol principal. Ese elemento quizá sobrenatural puede formar parte de la serie de fantasías que en un insomne aparecen o, también, una mujer desnuda puede, justamente, llevar al límite el pudor para reflexionarlo, acercarse sin miedo a esa vergüenza del desnudo.
Las actuaciones son inmejorables. Martín Shanly, el hijo, tiene un magnetismo pocas veces visto y pisa fuerte en el escenario. Ricardo Félix, el padre, encuentra el punto justo para mostrar a aquel hombre sencillo que no sabe cómo estar con su hijo. Por último, Valeria Roldán da una clase de la simpleza del cuerpo, de cómo, en definitiva, somos animales disfrazados o vestidos y que podemos, con total naturalidad, desvestirnos y ser animales sin pudor.
Dirección, puesta en escena y música en vivo: Lisandro Rodriguez. Autor: Santiago Loza. Intérpretes: Martín Shanly, Ricardo Felix y Valeria Rolán. Escenografía y vestuario: Mariana Tirantte. Asesoramiento artístico: Leticia Mazur. Luces: Matías Sendon. Asistente de dirección: Sofía Salvaggio. Sala: Espacio Callejón (Humahuaca 3759). Funciones: Viernes, 21.30. Duración: 60 minutos.
Nuestra opinión: muy buena.
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