Una francesa bien aporteñada
La actriz francesa Dominique Sanda, que desde hace varios años reside en la Argentina, transita por uno de los momentos más emotivos de su vida personal y artística: hace algunos días el embajador francés Francis Lott le impuso la condecoración de Caballero de la Orden de Honor en nombre del presidente de su país.
"Estoy sinceramente conmovida por esta distinción -dice durante un diálogo con LA NACION-, ya que no se trata sólo de un reconocimiento a alguna de mis películas, sino que es una distinción que Francia otorga a quienes, de alguna manera, aportaron su talento al espectáculo, a las letras o a las ciencias... No sé si merezco esta recompensa, ya que siempre me consideré una trabajadora del cine, del teatro y de la televisión, pero no puedo ocultar el orgullo que me produjo esta Orden de Honor que es, sin duda, un aliciente a mi trayectoria de más de treinta años."
De profundos ojos claros y ademanes señoriales, Dominique Sanda repasa su carrera internacional y fija sus recuerdos en aquellos años juveniles, cuando el director Robert Bresson la convocó para protagonizar "Una mujer dulce".
"Por esos tiempos -apunta- tenía dieciséis años y todavía no había decidido qué hacer con mi vida. Era muy tímida y bastante inconsciente, y el verme de pronto encabezar el elenco de "Una mujer dulce", mi primer film, y trabajar de la mano de Bresson, la alegría se unió a la responsabilidad que debe tener toda actriz. Notaba que debía crecer como mujer ya que a esa edad todas somos muy frágiles, pero el éxito del film y la repercusión internacional que tuvo me indicaron que mi destino estaba en ponerme en la piel de personajes que se multiplicaron no sólo en Francia, mi país, sino en todo el mundo".
-¿Robert Bresson, pues, se convirtió en tu guía y en tu maestro?
-Sin duda. El fue el padre artista que nunca había tenido y el que me indicaba el camino que debía seguir. En 1969, un año después de rodar "Una mujer dulce", me llamó Maximilien Schell para integrar el reparto de "First Love", y confieso que me sentí confundida frente a la cámara. Esto me pasaba, simplemente, porque Bresson no estaba a mi lado... Noté que lo necesitaba, que precisaba su ternura y su talento. Pero con el transcurrir de mi carrera comencé a madurar y los miedos fueron quedando de lado.
Esta parisina de cutis terso y hablar pausado se fue convirtiendo en una de las actrices más fulgurantes de la cinematografía internacional. Títulos como "El conformista", de Bernardo Bertolucci; "El jardín de los Finzi Contini", de Vittorio de Sica y "Sin motivo aparente", de Philippe Labro le permitieron atravesar las fronteras de su país y rodar en Italia y los Estados Unidos. "Debo confesar -dice sin signos de rubor- que soy muy rigurosa a la hora de elegir los guiones, pero esto no significa que no haya protagonizado películas que hoy deseo olvidar... Creo que son las reglas de juego en una profesión como la nuestra, aunque en lo personal lo desechable me sirvió como ejemplo para saber elegir con más cuidado, con más ímpetu interior."
-En "Violencia y pasión" actuaste a las órdenes de Luchino Visconti. ¿Qué te quedó de esa experiencia?
-Luchino era un realizador muy personal. Mi participación en esa película fue muy breve, pero pude conocer a un director inteligente aunque algo distante de sus actores. Con él, sin embargo, aprendí a valorar la conjunción de apasionamiento y talento que lo convirtieron en una gran figura tras la cámara.
En su carrera no faltó su unión con John Huston en "El emisario de Mackintosh", donde compartió el elenco con Burt Lancaster, o aquella emblemática "Novecento", de Bernardo Bertolucci o su notable personaje en "La herencia de los Feramonti", de Mauro Bolognini, o esa atrevida aventura titulada "Más allá del bien y del mal", de Liliana Cavani.
La escuela de la vida
"Todos ésos -señala la actriz- fueron títulos emblemáticos en el cine mundial, y estoy muy orgullosa de hacer participado en ellos. Pero siempre notaba que me faltaba una base firme para componer tal diversidad de personajes. Yo no tengo una formación académica dentro del arte, ya que mi escuela fue y es la vida. Hacer cada película significaba para mí un nuevo desafío que no era sólo el modo de exhibirme, sino poseer una dualidad en el talento para superarme y ser verdaderamente una actriz."
-¿De qué manera te vinculaste con el cine nacional?
-En 1988 me llamó Edgardo Cosarinsky, un excelente intelectual argentino que reside desde hace muchos años en Francia, y me propuso rodar aquí "Guerreros y cautivas", un film basado en un cuento de Jorge Luis Borges. Leí el guión y rápidamente viajé a este país. La filmación la hicimos en Río Negro, y allí me enamoré del paisaje, de su cielo, de sus enormes planicies, de la cordialidad de la gente. Presentí que la Argentina podía ser mi tierra de adopción, aunque volví a Europa para protagonizar dos films, uno dirigido por Lina Wertmüller y otro por Dino Risi. En 1990 recibí un llamado de María Luisa Bemberg, que me dijo que tenía un papel para mí en "Yo, la peor de todas", y retorné a Buenos Aires. Entonces me afinqué aquí. Luego vinieron mis participaciones en "El viaje", de Fernando Solanas, y en "Garage Olimpo", de Marco Bechis, y mi carrera se diversificó entre Europa y la Argentina.
-Además de tu incorporación a nuestro cine, ¿hubo otro motivo por el cual fijaste aquí tu residencia?
-Hubo otro motivo muy personal. Aquí conocí a Nicolás [se refiere a Nicolás Cutzarida, profesor de filosofía y ex periodista], con quien me casé, y desde ese momento me siento plenamente feliz, ya que hallé en él a alguien cálido y amable que comparte me pasión por la música, por la literatura y por la pintura. Estar viviendo en Buenos Aires significa, en términos económicos, ganar menos que trabajar en Europa o en los Estados Unidos, pero el dinero no es todo, el dinero no compra la felicidad, que es lo más entrañable que poseo.
La charla prosigue entre anécdotas y recuerdos, recala en los momentos de dicha, entre ellos su participación en "Juana de Arco en la hoguera", espectáculo que en 2002 se ofreció en el Teatro Colón, y de algunas penurias personales, y mientras el sol se esconde en los añosos árboles del Rosedal, frente al cual Dominique Sanda posee su departamento repleto de libros y de cuadros, ella explica que su próximo proyecto será protagonizar otra película en nuestro país.
"Todavía es una idea de la cual no quiero dar demasiados detalles -finaliza-, pero mi destino está aquí, en esta Argentina que me brindó amor, cariño y un gran respeto."
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