A los botes: el sálvese quien pueda del peronismo
Parados frente al mismo espejo, el que adivina el futuro, el peronismo y Juntos por el Cambio reciben respuestas contrapuestas. El problema de la oposición es la pelea desorbitada de sus múltiples candidatos; el drama del oficialismo es la precipitada fuga de sus dirigentes hacia refugios territoriales seguros.
"La fragmentación del peronismo en el poder no es un mero dato electoral"
¿Es acaso tan irreversible que el poder cambiará de manos a fines del año próximo? Si se repasa la geografía de ambos espacios parece haber una certeza compartida. No todo es lo que parece. Ni da lo mismo.
La fragmentación del peronismo en el poder no es un mero dato electoral. Tiene un impacto tan directo sobre la marcha del Gobierno que la explicitación del sálvese quien pueda de las últimas semanas apenas termina de confirmar.
La reunificación del kirchnerismo y del peronismo detrás de la táctica de Cristina Kirchner, en 2019, no fue mucho más allá de un concreto aprovechamiento de la oportunidad que había dejado la gestión de Mauricio Macri.
El gobierno delegado por Cristina a Alberto Fernández nació entre las desconfianzas de la primera hora, atravesó los primeros reproches de la vicepresidenta apenas las encuestas encumbraron a su delfín durante la primera etapa de la pandemia y terminó con una toma por asalto de ministerios, cargos y cajas recaudadoras.
Todo el ruido interno ocurrió mientras los resultados de la gestión del gobierno cumplían la regla que dice que en la Argentina siempre se puede gobernar peor.
Acaba de comenzar un nuevo capítulo en forma más abierta y explícita hasta dejar ver una situación llamativa
Un presidente completamente desdibujado, una vicepresidenta más inquieta por su situación judicial que por la marcha de la administración y un socio minoritario, Sergio Massa, que un par de meses atrás terminó de aprovechar la oportunidad del descontrol de la economía para apostar una ficha por él mismo.
Acaba de comenzar un nuevo capítulo en forma más abierta y explícita hasta dejar ver una situación llamativa: el albertismo tendrá un tardío protagonismo generado por la omisión antes que por la acción y la capacidad de atracción política del Presidente.
Habrá albertismo porque del gabinete se están yendo todos los que pueden y son reemplazados por gente que se anima a quedarse junto a Fernández.
La fuga centrífuga del escenario nacional empezó, a su manera, por Cristina Kirchner, cuyas huestes camporistas ofician como opositores del propio gobierno en el que controlan el 75 por ciento del presupuesto nacional, los fondos jubilatorios, los recursos de la obra social de los jubilados y administran las grandes empresas estatales (YPF y Aerolíneas).
Esta ficción presentada como una realidad incluye un retiro hacia las zonas más postergadas del conurbano, con Axel Kicillof como candidato a la reelección en la provincia de Buenos Aires.
¿Cristina buscará una banca para tener fueros parlamentarios? No suele ser tan lineal en sus desplazamientos, aun cuando la situación judicial casi le exija ponerse a salvo de una condena a prisión efectiva.
En cualquier caso, la diáspora ya comenzó. Los ministros Jorge Ferraresi y Gabriel Katopodis volverán a sus refugios municipales de Avellaneda y San Martín, tal como ya hizo en Hurlingham Juan Zabaleta.
A un destino igualmente módico marchará a Tucumán el jefe de Gabinete, que de ser el responsable de la administración nacional pasará a oficiar como comandante de la campaña de su rival Osvaldo Jaldo, que irá por un mandato de gobernador.
La migración convive con el desinterés en ocupar las vacantes tanto en el kirchnerismo como en otros sectores del peronismo. Los gremios tienen como preocupación inmediata las paritarias reabiertas por la inflación mientras ven crecer como una posibilidad cierta que los presidenciables que vienen coinciden en prometer reformas de las viejas leyes laborales.
Los intendentes del conurbano ya empezaron a blindar sus espacios, no solo de los rivales opositores, sino del kirchnerismo, que quiere ir por ellos para ocupar sus espacios.
Salvo Kicillof, que por ahora no mostró interés en despegar su suerte de una eventual derrota nacional, el resto de los gobernadores peronistas ya definieron que pondrán en juego su territorio durante el primer semestre del año. Santa Fe y Tucumán anunciaron fechas suficientemente despegadas de las elecciones presidenciales como para intentar geolocalizar sus chances.
Como ajeno a esta desbandada, el ministro Massa administra su propio gobierno en un ensayo atado a los resultados de su gestión que espera que termine en una candidatura presidencial o, como mínimo, en un retiro del gobierno con algo de capital político como para tener futuro luego de esta fallida experiencia compartida con Alberto y Cristina.
Massa espera recoger frutos fuera de la sombra del árbol kirchnerista, aunque todavía mantenga vínculos personales con quienes ya empiezan a atacarlo desde ese costado. ¿Se imagina presidente o miembro de una coalición que regenere algo así como una tercera vía entre el kirchnerismo radicalizado y una oposición también corrida hacia un extremo en prevención del crecimiento del fanatismo reaccionario?
Massa nunca dejará de pensarse a sí mismo como un protagonista, hasta el extremo de saltar desde sus amigos de La Cámpora hasta amigos radicales, peronistas y exmacristas que hoy militan en Juntos por el Cambio y sus adyacencias.
El ministro tiene un problema que puede hacer peligrar sus intenciones. La oportunidad de al menos maquillar el desastre económico es a la vez una enorme amenaza. Por ese estrecho y abismado sendero no solo camina la ambición del ministro, sino también la supervivencia de millones de argentinos empobrecidos.ß