Daniele Archibugi. Tras una ciudadanía mundial para abordar los problemas globales
Promotor del cosmopolitismo, el intelectual italiano y profesor en Harvard visitó la Argentina y propuso soluciones para el drama de los migrantes y la justicia penal internacional
En los primeros años del siglo XX, durante una de las tantas temporadas porteñas dirigidas por Arturo Toscanini, el genial director invitó a un joven y talentoso violinista llamado Corrado Archibugi a tocar junto a la orquesta del recién inaugurado Teatro Colón. Fascinado con el esplendor y la cultura de la Argentina de entonces, un país próspero y cosmopolita como pocos, el violinista decidió instalarse en Buenos Aires. Aquí integró la Orquesta Estable del Colón y se dedicó a la enseñanza del instrumento durante doce años, hasta que en 1924 decidió regresar a su Italia natal.
Días atrás, un nieto de Corrado, el académico Daniele Archibugi, miembro de una destacada familia de intelectuales (hijo de un escritor y una filósofa del arte, hermano de una multipremiada directora y guionista de cine), visitó la Argentina invitado por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UBA, con el auspicio del Consejo Nacional de Investigación de Italia. Aquí ofreció una serie de conferencias y seminarios sobre temas de su especialidad: el proyecto cosmopolita en el siglo XXI y la ciudadanía mundial, el problema de los refugiados y el papel de la justicia penal internacional en la guerra de Ucrania, entre otros.
Profesor de Harvard y de la London School of Economy, Archibugi es autor de ensayos como The Global Commonwealth of Citizens. Toward Cosmopolitan Democracy (Princeton University Press), donde expone su teoría del cosmopolitismo, y Crime and Global Justice: The Dynamics of International Punishment (Polity Press), en el que aborda la problemática de la convivencia civil tras las guerras y las violaciones de los derechos humanos.
En diálogo con LA NACION, el académico sostuvo que no existe una verdadera crisis de migrantes en Europa, sino una instrumentación de los nacionalismos en busca de consensos; en su opinión, los migrantes deberían representar la gran solución al decrecimiento demográfico del Viejo Continente. También habló de la guerra en Ucrania y la necesidad de que sean los propios rusos los que derriben a Putin.
La conversación comenzó por una de sus ideas más difundidas, el cosmopolitismo; una teoría, según el intelectual, muy simple. “Aun siendo ciudadanos de Estados particulares, antes somos ciudadanos del mundo y debemos ejercer esa ciudadanía como productores, no como consumidores pasivos o como meros ‘turistas del mundo’ –dice–. El ciudadano cosmopolita debe participar de los procesos de globalización con acciones individuales y con una clara responsabilidad global, como lo hacen de hecho muchos jóvenes respecto del cambio climático. Debemos buscar las instituciones que se correspondan con la posibilidad de participación en la vida política mundial. El cosmopolita siempre va a sugerir fortalecer las instituciones internacionales y, a la vez, abrir nuevos canales de comunicación que establezcan puentes directos entre los ciudadanos de distintos países. Esa es la esencia de esta teoría”.
El mundo, sin embargo, y en particular Europa (con la creciente problemática de las migraciones y los debates acerca de las políticas en esa materia), parece orientarse en dirección opuesta. La discrepancia entre los gobiernos de Emmanuel Macron y Giorgia Meloni respecto del desembarco que Italia le negara a un buque de migrantes rescatado en el Mediterráneo, por ejemplo, aumentó la tensión sobre el tema: Francia acusa a Italia de falta de solidaridad, pero mientras tanto, desde el Elíseo solo aceptaron recibir a los refugiados a título excepcional.
¿Cuál es la respuesta del cosmopolitismo? “Las fuerzas nacionalistas están exagerando el problema de los refugiados –considera Archibugi–. El número es pequeño y debemos recordar que se trata de países que han experimentado guerras que nosotros mismos comenzamos o que no fuimos capaces de resolver ni moderar. Me refiero a Afganistán, Siria, Irak y Libia. Sí es importante que la principal política de la UE sea la redistribución de cuotas entre todos los países bajo condiciones de proporcionalidad a las respectivas poblaciones, porque muchas veces los migrantes se quedan en los países más cercanos al área de conflicto. En lugar de bloquear el ingreso, pienso habría que gestionarlo correctamente”.
A este panorama se sumaron los refugiados de Ucrania. “Son muchísimos más; la guerra está expulsando a millones de personas que en pocos meses entraron a la UE y allí no hubo problemas para recibirlos —advierte Archibugi—. Países como Polonia y Hungría recibieron cantidades enormes de refugiados ucranianos.” ¿Cuál es la diferencia? “Que esperamos que la guerra termine pronto y que esos refugiados regresen a su país para ayudar a la reconstrucción. La expectativa respecto de los otros migrantes, en cambio, es que no regresen a sus países de origen.”
¿Esa diferencia de criterio y de trato obedece a una conducta racista por parte de la población o al interés nacional de cada país? “No creo que haya racismo. Para mí es una clara instrumentación de los nacionalismos para fortalecer su consenso popular.” ¿Acaso no existe una emergencia? “No –sostiene Archibugi–. No existe tal emergencia ni llega ninguna ‘invasión’. Es una cuestión instrumental. La UE tiene la posibilidad, los recursos e incluso la necesidad de recibir gente de otros países a los que pueda educar e integrar al mercado del trabajo. Tenemos mucho que aprender de los países de inmigración como Estados Unidos y Canadá, incluso la Argentina. Tomar una visión cosmopolita de la ciudadanía implica que no será la idea de compartir un pasado aquello que nos une, sino compartir un futuro común. Una vez un taxista de Montreal me dijo: ‘Algunos llegaron antes, otros después, pero al final aquí todos somos canadienses.’”
A esto se agregan dos preocupaciones típicas del Viejo Continente: el envejecimiento de su población por un lado y el agotamiento del espacio natural y los recursos, por el otro. “Europa sufre de una importante declinación demográfica y la proyección es dramática respecto del personal calificado. Una de las medidas para abordar ese tema es justamente tomar migrantes. Allí hay que ver la conveniencia de todos: si los dejamos solos y sin ayuda, sin recursos ni educación, esos migrantes van a ser un gran problema. Pero si tenemos la capacidad de formarlos como los obreros y técnicos que hacen falta, van a ser parte del recurso del desarrollo”.
Entre otras propuestas del cosmopolitismo que promueve el académico, sobresale la creación de un parlamento mundial y una reforma en la estructura de las Naciones Unidas. “En Europa ya tenemos un parlamento de 27 países. No tiene mucho poder, pero es importante para discutir problemas de la región. Y si se puede con 27 países, ¿por qué no con 123, para tratar una agenda de prioridades mundiales como el medio ambiente y el cambio climático? También tenemos propuestas para que los Estados respeten las sentencias de la Corte Internacional de Justicia. Se trata de introducir políticas que hagan de la ONU algo real para la gente. Hoy lo vemos claro en la guerra de Ucrania. ¿Qué está haciendo la ONU?”
En el campo de la economía, dos grandes impactos modificaron el mapa mundial: la pandemia y la guerra en Ucrania. “Es muy posible que al cabo de la pandemia estemos iniciando otro ciclo económico a nivel global —observa Archibugi—. Cada día se producen avances, descubrimientos y oportunidades. La idea de hacerlos disponibles para todos, eso es cosmopolitismo, al contrario de lo que sucede con las vacunas del Covid que en muchas partes del mundo todavía no las tienen. Y respecto de la guerra, si se consigue pararla hay una buena perspectiva para recuperar el desarrollo desde sectores como la tecnología. Yo espero que sean los propios rusos quienes volteen a Putin. Esa sería la mejor solución para esta guerra y para pensar en la integración de una Rusia democrática. Confío en que ellos mismos entiendan que esta guerra no le conviene a nadie, tampoco a ellos, que es una gran pérdida en vida humanas y una profunda vergüenza para su propio país.
Y finalmente, su opinión respecto de la Argentina. “Buenos Aires es una ciudad vital, con mucha cultura y librerías. Yo me siento en casa, pero la Argentina es un país que debe modernizarse con otro tipo de liderazgo. Son demasiados conflictos sociales ¿Todos los días una protesta? —plantea—. Otra cosa que percibo es que ha crecido la desconfianza en la democracia porque se hicieron muchas promesas de desarrollo, que no se cumplieron. Cuando yo era chico escuchaba miles de historias sobre la Argentina. Era el país que se proyectaba como líder del mundo. Mi abuelo Corrado nunca más volvió, pero jamás dejó de hablarnos de los años maravillosos que vivió en un país dorado.”