El catedrático italiano, autor de un libro sobre el cardenal argentino declarado beato, revela la confianza que Pablo VI y Juan Pablo II le tenían a su biografiado
Cada vez que debía tomar una decisión que involucrara a América Latina, en los difíciles años que siguieron al Concilio Vaticano II y en plena época de la Guerra Fría, el papa Pablo VI preguntaba siempre lo mismo: “¿Qué dice Pironio?” Con esa revelación se encontró el catedrático e historiador italiano Gianni La Bella al investigar en los archivos del Vaticano y en otras fuentes la vida del flamante beato, para escribir el libro Eduardo Francisco Pironio. Biografía de un cristiano latinoamericano, que en estos días sale a luz en Roma, con un prólogo del papa Francisco.
“Pironio ha sido el hombre de confianza de Pablo VI para América Latina y un modelo para más de una generación de sacerdotes y obispos, que siempre pidieron su consejo”, reveló La Bella, profesor de historia contemporánea en la Universidad de Módena y Reggio Emilia, en una entrevista con LA NACION. Vino a la Argentina para ser testigo de la multitudinaria misa de beatificación de Pironio, celebrada en las puertas de la Basílica de Luján, donde descansan sus restos.
Nacido en la ciudad de 9 de Julio en 1920, el recordado cardenal argentino fue también el punto de contacto entre Juan Pablo II y los jóvenes, lo que quedó reflejado en las Jornadas Mundiales de la Juventud, que organizó en distintos países y continentes.
Pironio era el menor de una familia de 22 hermanos. Ordenado sacerdote a los 23 años y luego obispo auxiliar de La Plata, participó en el Concilio Vaticano II. Entre 1972 y 1975 fue obispo de Mar del Plata, donde sufrió amenazas, atribuidas a la Triple A, a lo que se sumó el secuestro y asesinato de la decana de Humanidades de la Universidad Católica de la diócesis, María del Carmen Maggi. En la Catedral marplatense aparecieron pintadas que acusaban al obispo de montonero y Pablo VI lo llevó a Roma como prefecto de la Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares, y lo nombró cardenal.
Con Juan Pablo II pasó a ser superior del Pontificio Consejo para los Laicos, en una etapa en la que la Iglesia buscaba la renovación de su mensaje y estilo pastoral para acercarse a las nuevas generaciones.
–¿Cómo surgió la relación cercana de Pironio con Pablo VI?
–Se afianzó en la Conferencia del Episcopado latinoamericano de Medellín, en 1968, donde los obispos del nuevo continente profundizaron las enseñanzas del Concilio Vaticano II y la opción preferencial por los pobres. Ya desde antes y hasta su muerte, en 1978, cada vez que debía tomar una decisión sobre la Iglesia latinoamericana, Pablo VI preguntaba “¿qué dice Pironio?”. Era una referencia notable y fue un hombre de confianza de Pablo VI.
–¿Incluso cuando Pironio estaba en la Argentina, antes de llegar al Vaticano?
–Sí, porque la amistad entre ambos nació en Medellín, donde Pironio fue durante una semana el “guardaespaldas” del Papa. Además, por temperamento, visión teológica, sensibilidad espiritual y personal eran muy parecidos.
–¿Qué quiere transmitir Francisco con la beatificación?
–Pironio es un hermano de vida de Francisco. El Papa habla muchas veces de él como un verdadero testigo, un pastor bueno y un modelo. Ha entendido profundamente la personalidad y la vida espiritual del cardenal. Generosamente escribió la introducción de mi libro.
–¿Por qué consideró valioso investigar la vida de Pironio?
–Porque es un personaje fundamental en la historia del catolicismo contemporáneo latinoamericano. Tuvo una dimensión protagónica en Medellín. Es el inspirador de la renovación de la teología latinoamericana. En la vida de Pironio hay dos amigos íntimos: el teólogo Lucio Gera y el cardenal Antonio Quarracino, dos figuras que son el día y la noche. Pironio ha sido un modelo para más de una generación de sacerdotes y obispos.
–¿Qué mirada tenía sobre la Teología de la Liberación?
–Una teología católica que ponía juntas la dimensión de la liberación humana con el trabajo por la justicia, los pobres y, al mismo tiempo, la verdadera liberación del pecado. Una liberación humana y una liberación que llega del evangelio.
–¿Esta visión lo distancia de quienes identifican la Teología de la Liberación con una concepción marxista?
–Nunca fue cercano a esta mirada en sentido marxista. Supo hacer una interpretación verdadera de esa teología. El arzobispo salvadoreño y hoy santo Oscar Romero escribió: “Pironio es el verdadero sentido de la Teología de la Liberación”.
–¿Cómo vivió los momentos de extrema polarización en la Argentina de los años 70, dominada por la violencia política?
-En esos tiempos Pironio habla muchas veces en público y trabaja en privado por una sincera reconciliación entre los argentinos. Predica la paz e insiste en que la violencia, de derecha o izquierda, no es la solución. En medio de esas tensiones, Pablo VI le pide que viaje a Roma para predicar los ejercicios espirituales a la Curia romana y lo designa prefecto de la Congregación para los Religiosos. El mundo religioso vivía una fase de mucha confrontación y el Santo Padre le pide que acompañe el camino de transformación en la etapa posconciliar.
–¿La visión de Pironio era muy distinta a la que predominaba entre los obispos argentinos?
–Era compartida por la mayoría, pero había un sector del Episcopado que empezaba a acercarse a posiciones de derecha y a los gobiernos militares. Pironio estaba convencido de que la enfermedad de la cultura contemporánea era la confianza en la violencia. Sostenía que nada bueno podía salir de esa visión. Lo toma como bandera personal y como obispo de Mar del Plata.
–¿Pablo VI le salvó la vida al sacarlo de la Argentina?
–No fue el único motivo, pero seguramente tuvo en cuenta las amenazas que recibía.
–¿Estando en Roma seguía atento a la realidad argentina?
–Pude acceder a documentos de los archivos del Vaticano que revelan la confianza entre Pablo VI y Pironio. Cada vez que los militares intentaban acercarse a Roma, el Papa siempre le pedía un consejo. Pablo VI tenía un amor particular a la Iglesia de América Latina. Estaba convencido de que la Iglesia latinoamericana podía unir lo tradicional y lo nuevo del Concilio, enlazar la tradición y la fuerza de la renovación. Pironio compartía esa visión. Defiende una correcta interpretación de Medellín. No es un documento de sociología religiosa ni político; es un documento eclesiástico.
–¿Hubo intentos de desvirtuar el sentido de los documentos de Medellín?
-Sí, absolutamente. Una parte importante de la Iglesia latinoamericana tenía una idea de contaminación con los ideales izquierdistas, el trabajo social, la injusticia, la lucha de clases. Crecía el enfrentamiento entre las visiones de derecha y de izquierda. Pironio era un hombre de diálogo y reconciliación. Un hombre de la palabra. Lo que más hizo en su vida fue predicar. Cuando predicaba, era el hombre más feliz del mundo. Lo confirman los documentos y las cartas que se conservan en los archivos de la Abadía de Santa Escolástica, en Victoria.
–¿Cómo fue la relación de Pironio con Juan Pablo II?
–Después de estar diez años al frente de los institutos religiosos, Juan Pablo II le encomienda presidir el Pontificio Consejo para los Laicos con una misión. Le dijo: “Pongo en sus manos el futuro de la Iglesia. Espero que haga con los laicos el bien que ha hecho a la vida religiosa”. Juan Pablo II tenía el corazón abierto a los jóvenes. Pironio se puso a su lado. Jamás tuvo una actitud protagónica, siempre fue el servidor del magisterio del Papa.
–¿Qué buscaba Juan Pablo II con esa misión?
–El papa polaco tenía muy clara la fractura cultural entre los jóvenes y la Iglesia. Era necesario construir un puente entre la Iglesia y el mundo de los jóvenes, que buscaban nuevos ideales. Pironio ayudó al Papa en la organización de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Así, el cardenal argentino vivió la tercera etapa de su vida con los jóvenes.