La literatura de Daniel Moyano resiste el paso del tiempo y el silencio
A treinta años de la muerte del escritor, el interés por su obra se renueva gracias al trabajo de investigadores y editores que destacan el carácter excepcional de un autor que optó por el exilio desde 1976
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“Yo nací en un país precario que en 1930, año de mi nacimiento, comienza su descenso, su caída. Una caída estrepitosa hasta la situación actual. He vivido, me he criado en un país provisional”, afirmó el escritor Daniel Moyano en abril de 1989, en diálogo con la investigadora Virginia Gil Amate para la revista Quimera. Faltaban poco más de tres años para la muerte del escritor argentino que, en libros de cuentos y novelas, desarrolló una narrativa entrecruzada por variaciones de lo que llamó un “sentimiento del tiempo” –con vivencias o recuerdos de niños y jóvenes que, pese al desarraigo y los ambientes hostiles, sostienen esperanzas y sueños–, acentos poéticos y una musicalidad que se manifiesta tanto en las voces de narradores y personajes como en los argumentos, y que se revela incluso en los títulos de varias obras: Mi música es para esta gente (1970), la novela El trino del diablo (1974), Un silencio de corchea (1999), donde reunió cuentos e historias de su experiencia como músico rural en el noroeste argentino, y Tres golpes de timbal, que se publicó en España en 1989 y con la que ganó el premio Boris Vian en la Argentina en 1990. Como observa la doctora en Letras Cecilia Corona Martínez en la introducción de El vuelo del tigre (novela de 1981 reeditada por Corregidor), “lo musical entonces deja de ser un recurso meramente formal o temático, para revelar una concepción del mundo donde se explican y a la vez pierden relevancia las circunstanciales alteraciones de un orden armónico y absoluto”.
A treinta años de la muerte de Moyano, que se cumplieron el 1° de julio, su literatura todavía resuena y sigue vigente gracias al trabajo de investigadores locales, su familia y editores de sellos independientes como Alción, Caballo Negro y Corregidor. Aunque fue considerado un escritor de provincias –como otros grandes con quienes se lo vincula: Juan José Hernández, Héctor Tizón, Elvira Orphée, Antonio Di Benedetto–, Moyano nació en Buenos Aires. A los cuatro años su familia se mudó a la provincia de Córdoba y, a los siete, vivió una tragedia: su madre fue asesinada por el padre de Moyano, lo que provocó la ausencia de este por varios años (mientras estuvo en prisión) y que él y su hermana crecieran en casas de parientes y en instituciones. “Todos los tíos me dieron material para los cuentos”, ironizó.
En 1959, se instaló en La Rioja y se casó con Irma Capellino. Allí participó en la creación del Conservatorio Provincial de Música y cofundó el diario El Independiente. Trabajó como albañil, plomero, músico, fotógrafo y periodista. Ricardo, Beatriz (que murió de leucemia) y María Inés, sus tres hijos, nacieron en esa provincia. En marzo de 1976, un día después del golpe de Estado, fue secuestrado (igual que sus libros, que fueron quemados en un cuartel junto con los de otros autores); cuando recuperó la libertad, dio inicio a su largo exilio en España, donde vivió hasta su muerte, a los 61 años. “Cuando me dijeron que podía abandonar la provincia, me fui a Buenos Aires, gestioné mi pasaporte, volví a La Rioja y en una semana levanté mi casa”, le dijo a su amigo, el escritor y periodista Andrew Graham-Yooll.
Allí, en España, comenzó una nueva etapa de su producción con novelas como El vuelo del tigre y Libro de navíos y borrascas (1983), donde la violencia política, la represión y el exilio son abordados de modo oblicuo y simbólico, mal que les pese a los críticos que censuraron en su obra cierta inclinación por la alegoría. Sin embargo, las novelas y cuentos de Moyano condensan y al mismo tiempo trascienden el contexto histórico. En El vuelo del tigre, ambientada en el pueblo imaginario de Hualacato, los Aballay crean un nuevo idioma con el idioma para eludir el control de un régimen despótico.
“El acceso a la obra de Moyano vivió los mismos accidentes que su derrotero productivo –dice el profesor e investigador Diego Vigna–. Después de su período riojano, donde publicó algunos de los libros más valiosos de la narrativa argentina, como las novelas El trino del diablo y El oscuro, y los cuentos de La lombriz y El fuego interrumpido, debió exiliarse en España y allí atravesó un largo período de silencio, que terminó con la publicación de El vuelo del tigre. Ese cambio abrupto impactó en la pérdida de su voz y también de sus lectores, junto a la postergación editorial. En dictadura sus libros argentinos no circularon, y en España el interés por su obra fue demasiado lento”.
Con el cambio de siglo, las cosas cambiaron. “Distintas iniciativas surgidas en Córdoba devolvieron a su obra la atención que merece –agrega Vigna, que en 2019 publicó Los desvalidos, donde analiza la relación entre textos periodísticos, ficciones y fotografías de Moyano–. Desde la academia se puso en valor su archivo literario y periodístico, se recuperó su trabajo fotográfico, y algunos sellos comenzaron a reeditar sus títulos. Caballo Negro publicó los cuentos completos y lanzó la Biblioteca Moyano, que promete la edición de un libro por año. Ya distribuyeron dos novelas: Los pájaros exóticos, antes inédita, y Una luz muy lejana. Hoy la ficción moyaniana llega a viejos y nuevos lectores desde el interior del país”.
Uno de los impulsores de la revalorización de esta obra impar es el profesor, escritor e investigador Marcelo Casarín, que escribió el prólogo de los cuentos completos lanzados en 2016. “Las narraciones de Moyano dan cuenta de cierta incomodidad escritural constitutiva: esa lengua heredada, ese castellano de extramuros que busca alfabetizar a las comunidades originarias y, al mismo tiempo, es apropiada por nuevos hablantes que fuerzan la impuesta estandarización peninsular en el afán de encontrar modos de nombrar la novedosa configuración cultural de América –dice Casarín, que coordinó la edición crítica de Tres golpes de timbal para la colección Archivos de Alción–. El castellano de América, dice Moyano a su manera, nos hace saber de dónde venimos la gran mayoría de los que habitamos el sur del continente: de España, pero también de Italia, de Europa central y de Asia. Y adónde llegamos: a un vasto territorio ocupado por comunidades diversas: mexicas, aymaras, guaraníes y comechingones, cuyas lenguas alteraron el léxico, la prosodia y la sintaxis de ese castellano con el que también tienen que lidiar los escritores que Moyano admira: Augusto Roa Bastos, Juan Rulfo, Romilio Ribero”.
Su obra, su lenguaje discreto y de aspiración sinfónica, siguen un precepto propio: “Inventar lo que no está para que sea”.