La música callada y la soledad sonora de Villa Victoria
En su casona de Mar del Plata, hoy abierta al público, Victoria Ocampo pasaba sus veranos, recibía visitas ilustres, entre ellas la de la poeta Gabriela Mistral, y escribía su obra
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MAR DEL PLATA
Alguna vez Victoria Ocampo escribió: “Cada autor, grande o pequeño, genial o mediocre, escribe un solo libro a lo largo de su vida, aun cuando cambie de título o de tema”. Tal vez por eso se empeñó en titular a varios de ellos Testimonios –son algo más de diez–, a pesar de reconocer la razón que tenían sus editores al aconsejarle que, al menos por una vez, los llamara de otra manera. Finalmente Victoria accedió y su libro se tituló, a partir de una frase del Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, Soledad sonora: “La noche sosegada/ en par de los levantes de la aurora/ la música callada/ la soledad sonora”.
Nadie se baña dos veces en el mismo río, afirmaba Heráclito: las aguas corren y el tiempo pasa. Ni estas, ni quien nadó en ellas, son los mismos. Algo similar sucede con los libros. Nunca leemos dos veces el mismo texto, por más que nos acompañe quién sabe desde cuándo: con el paso del tiempo, le dice cosas diferentes a ese lector distinto en que nos hemos convertido.
Comencé a leer a Victoria Ocampo siendo un estudiante secundario y la sigo leyendo o releyendo –con intermitencias– muchos años después, hasta ahora, en esta mañana de enero, cálida como la del verano de 1979 en que la escritora murió. Ayer, viernes 27, se cumplieron 44 años de su muerte.
Villa Victoria, la casa que habitó aquí, en Mar del Plata, sigue manteniendo su encanto a pesar de que no se oyen más en ella las voces que la habitaron, “la música callada, la soledad sonora” de la que hablaba San Juan de la Cruz. Es una casa centenaria, de madera, que el padre de Victoria, ingeniero, importó de Inglaterra y fue armada acá por técnicos especializados. Un ejemplar único en Latinoamérica. Muchos recordarán que Victoria la legó a la Unesco, que años después la remató, con todos sus objetos, y que la compró la Municipalidad de General Pueyrredón, a la que pertenece Mar del Plata.
Precisamente en estos días se realizan visitas teatralizadas. Recuerdos de Avelina, a cargo de la actriz Mónica Pari, rescata anécdotas de la histórica ama de llaves que Victoria tenía en Mar del Plata, y que la sobrevivió. Avelina ocupaba una pequeña casa de dos plantas, de ladrillo, situada a metros de la casa principal, a un costado del jardín.
Es sabido que a Victoria le encantaba venir a Mar del Plata apenas despuntaba el verano y quedarse hasta que mediaba el otoño. Su playa preferida estaba en Punta Mogotes, a la que iba manejando su auto. También se hizo construir una casa racionalista, luego modificada y convertida en hotel, que en su momento fue considerada, incluso por su misma dueña, “la casa más fea de Mar del Plata”.
Gabriela Mistral, poeta chilena galardonada con el Premio Nobel, como tantos otros intelectuales y artistas se hospedó en Villa Victoria. Le dedicó su poema “Recado a Victoria, en la Argentina”: “Victoria, la costa a que me trajiste,/ tiene dulces los pastos y salobre el viento,/ el mar Atlántico como crin de potros/ y los ganados como el mar Atlántico./ Y tu casa Victoria, tiene alhucemas,/ y verídicos tiene hierro y maderas,/conversación, lealtad y muros…”
A Victoria Ocampo y a Gabriela Mistral las unieron varios rasgos en común. Ninguna de las dos fue madre. Gabriela tuvo como hijo adoptivo a un sobrino huérfano que se suicidó, siendo adolescente, por una pena de amor. Esa muerte, a los 18 años de edad, la devastó. En su poema, Mistral evoca a una Victoria aún joven fascinada por los chicos: “La casa y el jardín cruzan los niños;/ellos parten tus ojos yendo y viniendo;/sus siete nombres llenan tu boca,/ los siete donaires sueltan tu risa/ y te enredas con ellos en hierbas locas/o te caes con ellos pasando médanos”.
Otro rasgo en común era la apariencia física: las dos altas, corpulentas y con aire imponente. Ambas, testarudas, descendían de vascos. Victoria tenía un carácter rápido; podía enojarse y desenojarse en un minuto. En una comida, hubo que retirar de la mesa las copas de cristal que, en medio de una discusión, Victoria se dedicó a romper con un empeño digno de mejor causa. Mistral y ella tenían solo un año de diferencia: la chilena había nacido el 7 de abril de 1889; Victoria, en esa misma fecha, pero de 1890. Ambas murieron en enero, con una diferencia de 22 años. La escritora chilena en 1957; la argentina, en 1979.
Las dos fueron feministas, a su manera. María Esther Vázquez publicó en 2002 un libro cuyo subtítulo define muy bien a Victoria Ocampo: “El mundo como destino”. Vázquez solía recordar aquella frase de san Agustín que Victoria repetía a menudo: “Si Dios hubiera querido que la mujer dominara al hombre, la habría extraído de la cabeza, y de los pies de haberla destinado a ser su esclava. Pero Dios sacó a la mujer del costado del hombre porque quiso que fuera su compañera y su igual”. Mistral, menos fervorosa, sentía que la bandera del feminismo estaba en manos de las mujeres de clase alta, quedando excluidas las de los sectores pobres, que se dedicaban a servirlas.
Victoria, que publicó en Sur algunos de los libros de Gabriela, no dudó en agradecerle que hubiera firmado el pedido internacional de personalidades y artistas, en los aciagos años 50, cuando la escritora argentina estuvo presa por orden del gobierno de entonces. Medios oficialistas atribuyeron esta libertad al hecho de que hubiera intervenido Gabriela Mistral.
Como muchas mujeres de su época, Victoria Ocampo se casó joven, en 1912, y tuvo un matrimonio desdichado que se disolvió en 1922. Poco después de su casamiento, en plena luna de miel, Victoria se enamoró en Roma, a primera vista, de un primo de su marido: Julián Martínez, que trabajaba en la embajada argentina y fue el gran amor de su vida. También Julián se enamoró de ella y la carta de despedida, que él le mandó años después, cuando la relación había terminado, es una de las cartas de amor más emotivas y hermosas escritas por un hombre.
En 1977, ya enferma, Victoria fue la primera mujer en ingresar a la Academia Argentina de Letras. Años antes había sido operada, en Estados Unidos, de un cáncer de paladar, incurable. La foto la muestra con las solapas del abrigo levantadas, que ocultan la mandíbula, y la mirada más triste y desolada del mundo. Sin embargo, en su discurso de recepción, la gracia y la ironía estuvieron presentes en cada una de sus palabras, señala María Esther Vázquez. Por eso, cuando Victoria finalmente murió, en Villa Ocampo, su residencia de San Isidro, más de un año y medio después, su muerte sorprendió a todos: no era inmortal, aunque lo pareciera.
Ramona Victoria Epifanía Rufina Ocampo había nacido en la casa de sus padres, luego demolida, en la esquina de Viamonte y San Martín, en Buenos Aires, donde años después funcionó la sede de la revista Sur. Hoy una placa de mármol recuerda ambos hechos.