El nuevo libro de cuentos de Mariana Enriquez encarna una mirada visceral sobre las obsesiones por el cuerpo y la enfermedad
En un presente que camina al borde del abismo, la literatura de terror resurge con todo su brillo de neón. Crisis ecológica, nacionalismos extremos, muertos por la pandemia, las guerras, el terrorismo, la amenaza de la inteligencia artificial o del fin de las democracias, la manipulación genética, o tan solo individualidades en transición, sin destino fijo, son apenas algunas de las cuestiones que anticipan el fin de una era. Quizá por eso han venido surgiendo en simultáneo, en distintas partes de América Latina, autores, en particular narradoras, que logran captar esos miedos tan inasibles como cotidianos en ficciones que van de la angustia existencial al éxtasis. Son escritoras que ganan concursos literarios y son adoradas por un público fiel que lee todo lo que publican dentro de un fenómeno que merece ser llamado terror glam.
La argentina Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) ocupa un lugar central en ese panorama, con una estética que aúna el espíritu rebelde del rock y un lenguaje capaz de revelar eso que, de tanto mirarse, ya nadie ve. Su esperado tercer libro de cuentos, Un lugar soleado para gente sombría, que acaba de publicarse, provocó una inusitada avidez, con listas de espera en las librerías para obtener un ejemplar.
Los doce cuentos que integran Un lugar soleado para gente sombría no aportan tal vez demasiadas sorpresas, pero no defraudan, ya que mantienen el pulso y la temática de sus historias anteriores. Esta vez sus relatos encarnan una mirada visceral sobre una época obsesionada con el cuerpo y las enfermedades. Un buen ejemplo es “Metamorfosis”, que narra la historia de una mujer madura que se resiste a envejecer, siente rabia frente a la transformación de su cuerpo y hace algo muy drástico para sentirlo propio de nuevo.
En “Los pájaros de la noche”, relato inspirado en la artista visual Mildred Burton, a la que Enriquez admira, explora los bordes inciertos de la enfermedad mental. Es una historia que se acerca a la leyenda, con mujeres convertidas en pájaros como castigo y una nena artista que les habla, y pinta a otra a la que solo ella ve. Es el cuento más entrañable del conjunto.
La poética de Enriquez tiene su mito de formación: de chica aprendió a leer en los manuales de anatomía patológica de su mamá, con malformaciones y órganos expuestos. Creció así, coleccionando además las imágenes espeluznantes que veía en la televisión y las revistas de los siniestros años setenta. El silencio y la fascinación por lo monstruoso dieron origen a una imaginación capaz de explorar los miedos escondidos en el fondo de la rutina.
En su primer libro de cuentos Los peligros de fumar en la cama, inauguró el terror social, que enlaza temas como los desaparecidos y el terrorismo de Estado con adolescentes que juegan a la ouija. Le siguió Las cosas que perdimos en el fuego, una serie de relatos que terminaron de consagrarla con historias que hablan de la desigualdad de género, como el cuento que da nombre al libro y narra a una secta de mujeres que elige quemarse como forma de tener poder, o bien las secuelas del terrorismo de Estado a través de una casa embrujada que se vuelve el escenario macabro de la aventura de un grupo de chicos en “La casa de Adela”. Esa trama reaparece como parte de su novela Nuestra parte de noche, que en 2019 le valió el Premio Herralde.
A Enriquez le gusta decir que quiere ser leída y entendida por todos. Y se nota en su estética llana, de frases claras que muestran sin vueltas los sucesos, con una destreza para construir escenas de alto impacto sensorial, que recuerdan a uno de sus maestros Stephen King. Esa vocación coincide en su caso con el fervor que despierta en los lectores que la siguen en redes sociales, hace filas interminables para obtener un autógrafo en las presentaciones o agotó las entradas en la gira que hizo el año pasado con No traigan flores, un espectáculo en el que ella misma narraba sus cuentos.
Enriquez no es la única representante de este fenómeno del terror latinoamericana. La autora boliviana Liliana Colanzi (Santa Cruz de la Sierra, 1981) obtuvo el premio Rivera del Duero 2022 por los cuentos de Ustedes brillan en lo oscuro, una serie de historias que recurren a lo sobrenatural para mostrar miedos universales, con arquitecturas que cruzan espacios y tiempos, y juegan con la tradición ancestral de su región y la violencia de la colonización. La chilena Lina Meruane (Santiago, 1970) ganó en 2023 el mismo premio por los cuentos de Avidez, un volumen que ronda lo siniestro con hijos que visitan la tumba de sus padres, trillizas macabras, niños caníbales. También la argentina Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) captó el reconocimiento con múltiples premios, como el prestigioso Shirley Jackson por su novela de terror Distancia de rescate.
Hay un impulso más poético en el terror de Las voladoras, los cuentos de la autora ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) que aborda cuestiones como la violencia de género, la opresión, la sexualidad. Su trabajo con el lenguaje tiene una textura más sutil, con más espacio para las resonancias de lo invisible de la experiencia. También los cuentos de otra ecuatoriana, María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976), adoptan las formas de un horror visceral.
Los cuentos del nuevo libro de Enriquez, por el contrario, hablan al oído, pegados a las experiencias de sus lectores, en geografías urbanas y bien contemporáneas. El tiempo es el gran monstruo que las historias intentan exorcizar. Por eso los fantasmas recorren la mayoría de los relatos, se instalan en el presente de los personajes para devolver la consciencia de un pasado que quieren enterrar. Sucede en “Mis muertos tristes”, con una médica que cuida del fantasma de su madre y es capaz de hablar con todos los fantasmas de su cuadra para ayudarlos a volver; y también en el cuento que da título al libro, “Un lugar soleado para gente sombría”, uno de los mejores de la colección.
Contra el exotismo de otras épocas, el terror latinoamericano tiene los pies bien plantados en la propia tierra, pero con resonancias de temas globales. Las nuevas tramas, lejos de la ingenuidad de otros tiempos, condensan lo sobrenatural en lo ordinario hasta rasgar esa parte de verdad que solo aparece a oscuras.
Un lugar soleado para gente sombría
Por Mariana Enriquez
Anagrama
232 páginas, $ 21.500
Las voladoras
Por Mónica Ojeda
Páginas de Espuma
128 págs./$19.900