
El poder sin límites y su efecto en la salud mental
Son líderes que llegan al mando a través del voto pero luego no se quieren ir y destruyen las instituciones; un fenómeno que crece y que conviene analizar desde la psicología
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El poder puede enfermar a la persona que lo ejerce y perjudicar gravemente a la sociedad cuando no existe alternancia en el gobierno. En algunos casos, esto acarrea problemas de salud mental en el líder, que comienza a endiosar su figura y a alejarse de la realidad y del llano porque solo vive para sostenerse en el poder. Llegado un punto, hará todo, incluido esquivar o violar la ley, para mantenerse en la cima. Así describen psicólogos, politólogos y pensadores el fenómeno del poder que deviene patología, conocido también como síndrome de hubris, palabra de origen griego que significa “desmesura” y que alude a la megalomanía de líderes que se creen por encima de todo. La multiplicación de ejemplos a lo largo del globo ha encendido una alarma, desde el momento en que representan una grave amenaza a las democracias.
“La percepción distorsionada de la realidad se agudiza cuanto más tiempo se permanece en el poder”, dice Aníbal Pérez-Liñán, doctor en Asuntos Internacionales y politólogo que vive en Estados Unidos desde hace más de 20 años. La democracia bien entendida, con poderes independientes, pone un límite razonable a quienes ejercen el poder, sobre todo en la primera magistratura. “Aunque imperfecta, la democracia sigue siendo el sistema menos imperfecto de todos. Pero está cuestionado en todo el mundo –señala Pérez-Liñán–. Lo que hemos visto en los últimos cinco años, incluso en democracias de países industrializados que parecían seguras, es que también están en peligro”.
En Venezuela y Nicaragua se impuso el modelo del autócrata de manual”
El politólogo menciona ejemplos. Entre ellos, Estados Unidos, donde un Donald Trump incapaz de aceptar una derrota electoral alentó una reacción entre sus seguidores que terminó en la toma del Capitolio, en enero de 2021. También Hungría, donde el primer ministro Viktor Orbán acaba de obtener el cuarto mandato consecutivo y busca consolidar un régimen autocrático y nacionalista. Más cerca, y en la otra vereda ideológica, están los ejemplos de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro en Venezuela, y el de Daniel Ortega en Nicaragua, que persiguen brutalmente a sus opositores. “No hay democracia que esté enteramente a salvo”, dice Pérez-Liñán.
José Eduardo Abadi, médico psiquiatra y profesor catedrático de la Licenciatura en Psicología de la UADE, apunta: “El poder debe ser un ejercicio transitorio luego del cual el líder ha de correrse para que otra persona tome el lugar. Cuando el poder encarna en la persona deja de haber democracia y empieza la aventura autoritaria y dictatorial. Se llega a un narcicismo patológico donde ‘el poder soy yo’. Se trata de un sujeto que tiene concentrada su energía en sí mismo. Hay una ausencia de registro del semejante”.

Las tres P
En su libro La revancha de los poderosos, Moisés Naím, escritor y columnista venezolano, miembro del think tank Carnegie Endowment for International Peace, define a los que llama “autócratas 3 P”: “Son dirigentes políticos que llegan al poder mediante unas elecciones razonablemente democráticas y luego se proponen desmantelar los contrapesos a su poder ejecutivo mediante el populismo, la polarización (ellos contra nosotros) y la posverdad (basada en la opinión más que en el dato objetivo). Al mismo tiempo que consolidan su poder, ocultan su plan autocrático detrás de un muro de secretismo, confusión burocrática, subterfugios pseudolegales, manipulación de la opinión pública y represión de críticos y adversarios. Cuando la máscara cae, ya es demasiado tarde”.
Uno de los casos más claros de permanencia en el poder es el de Vladimir Putin
Por lo menos 134 países cuentan con algún tipo de limitación formal de mandatos, según el autor, pero siempre hay algún líder que, después de cumplido su período, hará todo lo posible por quedarse.
Otro ejemplo citado por Naím de los muchos que existen en América Latina es el de Evo Morales: “Demostró una desvergüenza sin igual cuando intentó esquivar los límites de su mandato”. En 2016, el entonces presidente boliviano realizó un referéndum para cambiar la norma que lo limitaba, pero un 51,3% de los bolivianos lo mandaron a su casa. “Logró más tarde que el Tribunal Constitucional compuesto por magistrados que él había escogido fallara en noviembre de 2017 que la propia Constitución era inconstitucional, porque los límites que imponía al mandato presidencial violaban su derecho intrínsecamente humano a presentarse a las elecciones”, recuerda Naím. Según publicó LA NACION en ese momento, se habilitó la reelección indefinida de todos los cargos electivos, incluido el del presidente. Hasta que llegó el caos y el resto es historia conocida.
Volver al llano, a su casa sin un cargo, a ser humanos e imperfectos, es algo impensado para esta clase de líderes.
En Venezuela y en Nicaragua se impuso el modelo del autócrata “de manual” con un discurso polarizante, la persecución de la oposición y el fin de la alternancia con elecciones cuestionadas a nivel internacional. “Hay una negación de la realidad, aun cuando la evidencia empírica indica lo contrario”, asegura Pérez-Liñán.
En el mundo, uno de los ejemplos más claros de permanencia en el poder es el de Vladimir Putin, que decidió y conduce la invasión a Ucrania. El presidente ruso concluyó su segundo mandato en 2008 y según la Constitución de 1993 no podía presentarse a un tercero. Entonces logró imponer a su segundo como presidente y quedarse como primer ministro. Volvió a la presidencia en 2012 y prolongó el mandato de 4 años a 6. Finalmente dio el golpe de gracia a la democracia en 2020 . “Hizo que la Duma, que es un Parlamento a su servicio, aprobase una ley que le autorizaba a presentarse a otras dos reelecciones más, hasta 2036″, consigna Naím, que en 2011 recibió el Premio Ortega y Gasset al periodismo en español.
Dominio y control
Rosendo Fraga observa que los regímenes parlamentarios no tienen limitaciones para la reelección. “En el primer país de Europa por su electorado, que es Alemania, Ángela Merkel completó cuatro mandatos de cuatro años cada uno. Esto muestra que la búsqueda y permanencia en el poder no sólo se da en los regímenes presidencialistas”. La canciller alemana estuvo 16 años en el poder, vale señalar, gracias a un régimen democrático que lo permite y que tiene herramientas para remover a un líder que pierde representatividad. “Tampoco es una característica particular de Occidente. Se da también, e incluso con mayor intensidad, en Oriente. Pero la limitación de la permanencia en el poder resulta clave para evitar sus excesos”, afirma Fraga.

La ambición desmedida de poder denota características psicológicas que se potencian cuando el líder se aferra y permanece en él. “Las personas que acceden a un poder político total necesitan dominar y controlar las circunstancias, más que trabajar en la gestión”, afirma el psicólogo y psicoterapeuta Miguel Espeche, coordinador general del Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano de CABA. “Quieren transformar el mundo que los rodea para convertirlo en una extensión de sí mismos. Si uno quiere dominar al mundo, el otro es un estorbo. Entonces, cuando ya no existe barrera para detener el deseo de dominar, las personas se creen un dios. En este punto harán todo lo posible para conservar el poder. Volver al llano, a su casa sin un cargo, a ser humanos e imperfectos, es algo impensado para esta clase de líderes. El objetivo entonces no es servir sino permanecer”.
Según el especialista, estos procesos de dominación total generan fenómenos patológicos. “Las personas del entorno pasan a ser marionetas que dicen lo que el líder quiere escuchar. Llegan los transtornos narcisistas y hasta los delirios paranoides, porque todo lo que no es yo es peligroso. Son patologías psiquiátricas. El ansia de dominación es proporcional a la fragilidad psíquica de la persona que, insegura, se vuelca a su defensa ante la percepción de un mundo hostil que hay que disciplinar”.
Abadi coincide. “El poder narcicista, que sirve a sí mismo y no al otro, genera la necesidad de concentrar todavía más poder. No hay un punto de llegada en el que la persona se da por satisfecha. Se vuelve autoritaria, dictatorial, egocéntrica e insaciable”, describe.
Basta recordar el cuento o fábula “El rey desnudo”, de Hans Christian Andersen, publicado en 1837, para entender cómo estos líderes se alejan fatalmente de la realidad en tanto su entorno no se atreve a decirles las cosas como son. Por miedo a su ira y su castigo, aquellos que lo asisten le repiten solo lo que quiere escuchar. En el caso del cuento de Andersen, con consecuencias patéticas para el propio rey.
Esta negación de la realidad obedece a razones concretas. “Está asociada a la ausencia de preguntas, a mandatos innegociables, a una fantasía de sentirse dueños de la verdad, superiores. También, a tensiones persecutorias. Hay siempre alguien que me quiere robar el lugar y voy a tener siempre enemigos a los que reprimir. Estos líderes autoritarios necesitan adversarios para ser reconocidos, para enfrentar, pero al mismo tiempo estos adversarios tienen que ser eliminados”, dice Abadi. La falta de debate, de disenso deviene, según el especialista, en pobreza intelectual. “Estos líderes quedan anclados en una única visión, y eso inhibe cambios, creatividad, aprendizajes”. En un análisis más profundo, Abadi opina que en esta tendencia también “hay una fantasía de inmortalidad, una negación de la finitud”.
Espeche apunta que estas personas nunca van a respetar los tres poderes que hacen a una República, o un Poder Judicial que esté por encima de ellos. Están en contra de otros poderes a los cuales hay que rendir cuentas”. En el caso de los presidentes, lo sano es que quien gobierna no pueda hacer lo que quiera, afirma Abadi. “Los límites que imponen los otros poderes impiden los desbordes narcisistas”.
¿Puede alguien llegar mentalmente sano al poder y luego enfermarse a causa de ese mismo poder? “Si hay una predisposición a quedar capturado en una versión narcisista, sí. En cambio, una persona con madurez psíquica y capacidad de reconocer al otro como aliado y no como usurpador tiene herramientas para liderar bien. La salud mental implica la capacidad de ser un genuino ser social”, dice Abadi.
En la revista digital española neurología.com, un profesional de la medicina que firma J. González García escribió un artículo sobre la psicopatología del poder. Allí recuerda que, para aminorarla, “los generales romanos victoriosos recibían a su entrada en Roma el regalo de una corona de laurel y un esclavo que, ante los vítores del pueblo, les susurraba ‘recuerda que eres mortal’”. El relato sugiere que nadie está exento y que, para prevenir que el poder se le suba a la cabeza a los funcionarios, conviene afinar los criterios de selección de cargos públicos y evitar las reelecciones o los cargos vitalicios que favorezcan este tipo de conductas.
Hace unos días, el rector de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Alberto Barbieri, sorprendió con un anuncio: aunque estaba habilitado, no se va a postular para un nuevo mandato porque cree que la alternancia es sana para las instituciones. Una actitud poco común entre los líderes de la actualidad.
Versión nacional
En la Argentina hay una grieta institucional entre un país federal, que tiene una lógica democrática, y otro que tiene una lógica feudal, afirma Pérez-Liñán. Esto se ve en muchas provincias y municipios, pero también en sindicatos encabezados por líderes que se han perpetuado en sus cargos.
Rosendo Fraga señala que la Constitución de 1853 impuso un límite concreto: un solo mandato presidencial de seis años; solo dejando pasar un período se podía acceder a un segundo mandato. “Este modelo se trasladó a las provincias –apunta–. En 1983, al restablecerse la democracia, todas las provincias tenían un solo mandato que no permitía la reelección inmediata”.
Durante la presidencia de Carlos Menem, la reforma constitucional de 1994 redujo el mandato a cuatro años con posibilidad de una reelección. Luego Menem buscó, sin éxito, la re-reelección. Durante el segundo mandato de Cristina Kirchner, sus seguidores impulsaron la idea de una “Cristina eterna”.
“En la región las constituciones por lo general incluyeron reelección. En el caso de Brasil existe la misma fórmula que en la Argentina: cuatro más cuatro; pero después dejando pasar otros cuatro se puede ser presidente durante ocho años más. Es decir, cabe la posibilidad constitucional de ser presidente dieciséis años sobre veinte”.
Las instituciones están para moderar las apetencias de poder de los políticos, que siempre buscan alcanzarlo, retenerlo o recuperarlo –dice Fraga–. La vocación política genera un autoconvencimiento de ser uno la mejor garantía para alcanzar el bien común, y eso también explica la vehemencia respecto del poder. La permanencia se da en todas las fuerzas políticas en mayor o menor medida, aunque los liderazgos populistas acentúan esta tendencia. Por lo general, las reformas constitucionales de las últimas décadas se hicieron más para prolongar la posibilidad de permanencia en el poder que para acortarla”.




