Momento clave. El ataque que no fue y la paz que se hundió con el Belgrano
En el libro Malvinas. Cinco días decisivos (Editorial SB), los autores despliegan un narración detallada, contada desde adentro, sobre cómo a principios de mayo de 1982 la guerra de Malvinas pudo haber tomado un rumbo distinto; aquí, ofrecen una síntesis de su relato
UNA INESPERADA Y TRÁGICA NOTICIA LLEGADA DESDE LOS MARES DEL SUR
Minutos antes de la firma de un plan de paz propuesto por el presidente peruano, el Belgrano fue atacado
Por José Enrique García Enciso
Malvinas. Cinco días decisivos es un libro escrito por dos personas que ocuparon posiciones diferentes durante el conflicto del Atlántico Sur. En mi caso, en la Secretaría General de Presidencia de la Nación. En el caso de vicealmirante (R) Benito Rotolo, como piloto de combate, primero en el portaaviones 25 de Mayo y luego desde tierra, en la Tercera Escuadrilla Aeronaval de Ataque, que hundió un buque adversario, la fragata HMS Ardent, y averió y posiblemente hundió otro, la fragata HMS Atelope.
Cuando nos conocimos, mucho tiempo después, comenzamos a compartir experiencias que resultaron complementarias para entender mejor lo ocurrido en el Atlántico Sur. De esas conversaciones surgieron respuestas para ambos. Para Benito, porque el 2 de mayo la flota argentina estaba en condiciones de atacar la flota británica, lo que podría haber cambiado el curso de la guerra, pero no lo hizo. Benito no conocía los episodios concernientes a la mediación en curso del presidente del Perú, Fernando Belaúnde Terry, que había solicitado a la Argentina que el 2 de mayo no hubiera ningún hecho bélico. Y así fue que Belaúnde anunció ese día que a las cinco de la tarde, hora peruana, las siete hora argentina, se firmaría la paz.
Sin embargo, a las 6.45 de la tarde, hora argentina, llegó la noticia del hundimiento del ARA General Belgrano, que llevaba rumbo a Ushuaia y estaba fuera de la Zona de Exclusión. La paz no se firmó.
Mi tarea en Presidencia de la Nación había comenzado en octubre de 1981. Estando en Corrientes, recibí una llamada del doctor Francisco Arias Pellerano, director de la carrera de Ciencias Políticas de la UCA, que me pedía que viajara en forma urgente a Buenos Aires. Dado el respeto y el afecto que sentía por él, así lo hice. Al llegar, me dijo que me había recomendado para una tarea muy especial y que debía entrevistarme con el coronel Antonino Fichera. Así se me convocó para una tarea reservada. Debía estudiar todos los antecedentes del caso Malvinas desde el punto de vista británico, y razonando como un británico. Pensaban que por haber estado yo pupilo en un colegio de gran tradición británica, el San Jorge, era el indicado para la tarea. Debía considerar su propuesta no como un pedido o una oferta, sino como una convocatoria. Respondí que sí. A partir de aquel momento, tuve una plataforma de enorme valor para seguir de cerca lo que sucedió entonces.
En el libro trato de relatar, con la mayor honestidad posible y con fidelidad al contexto del momento, cómo y por qué se llegó al 2 de abril. Pero relato también episodios sucedidos luego de esa fecha en los que me tocó participar. El primero, la mediación del general estadounidense Alexander Haig. Haig presentó su propuesta de mediación, que incluía un proyecto de posible autodeterminación para los isleños, lesivo para la Argentina, el 28 de abril, y pidió respuesta inmediata. La Argentina pidió tiempo para el análisis. Haig informó al senado norteamericano que la Argentina había rechazado su propuesta y no tenía voluntad negociadora. El Senado, con el único voto en contra del senador Jesse Helms, votó por el apoyo total a Gran Bretaña.
El 1° de mayo, Gran Bretaña atacó con inusitada fuerza y causó muchas bajas argentinas. La alarma en América Latina fue enorme. Perú envió esa misma noche un plan de paz que consideraba los reclamos argentinos. Fue aceptado. Como dijimos, minutos antes de la firma llegó la noticia del hundimiento del Belgrano.
A los veinte días, un enviado del senador Helms, Clifford Kiracofe, llegó a Buenos Aires. Me tocó ser su traductor y luego asistirlo. Preguntó por qué nos habíamos negado a negociar con Haig. Se le dijo que se habían presentado cinco propuestas alternativas, pero no lo creyó. El general Héctor Iglesias, entonces secretario general de la Presidencia, ordenó que se las mostraran. “El general Haig no fue, pues, un mediador imparcial”, concluyó Kiracofe. Y volvió a Estados Unidos a informar a Helms. Poco después, Haig renunció.
Junto al entonces mayor Horacio González, hicimos llegar la documentación referida a la propuesta del Perú y su aceptación por parte nuestra al legislador británico Tam Dalyell, quien acusó a Margaret Thatcher de haber ordenado hundir al Belgrano sabiendo que la Argentina había aceptado la propuesta peruana. Durante un año y medio enviamos documentación a Tam vía Holanda, para que no fuera interceptada. En Buenos Aires me había contactado Desmond Rice, quien escribió con el periodista Arthur Gavshon El hundimiento del Belgrano, primer libro publicado en Gran Bretaña luego del conflicto que explica el punto de vista argentino.
Toda la documentación presentada en el libro es original, pues fui autorizado a conservarla luego de que se enviaran copias certificadas a la Comisión Rattenbach. Esperamos que Malvinas. Cinco días decisivos, que trata de reflejar fielmente aquel momento y aquel contexto, sea de utilidad para quienes aspiran a conocer más en profundidad lo sucedido entonces. Y también, para la defensa de nuestros derechos irrenunciables sobre las islas Malvinas.
Licenciado en Ciencias Políticas, senador en Corrientes; coautor del libro Malvinas. Cinco días decisivos
LA IMPROVISACIÓN IMPIDIÓ EL MEJOR USO DE LA FLOTA DE MAR
Las órdenes contradictorias lo hicieron todo más difícil para los que estaban embarcados librando la guerra
Por Benito I. Rótolo
Llegué al portaaviones 25 de Mayo cuando ya había zarpado y varios días después de que la bandera argentina flameara en las islas, el 18 de abril de 1982. Una semana antes estaba en Francia, en la base aeronaval de Landivisiau, junto con el teniente de navío José Arca, listo para recibir los dos últimos cursos de vuelo del moderno avión Super Etendard. La recuperación de Malvinas nos causó una gran sorpresa. Nos comunicamos con el agregado naval y su respuesta fue tranquilizadora: lo consideró un hecho político para agilizar las negociaciones sobre Malvinas; no se podía pensar en un conflicto armado.
Nuestra flota no era de primer nivel, pero estaba bien balanceada y tenía proyección oceánica, gracias al portaaviones y su grupo aéreo. En un punto advertimos que no habernos retirado de las islas, como estaba planeado, complicaba toda negociación. Permanecer en ellas era la excusa perfecta para que Gran Bretaña justificara la recuperación militar. Por otro lado defenderlas no había sido previsto, y no había plan para esta etapa del conflicto. La improvisación que siguió complicó mucho el aprovechamiento de las capacidades operativas de nuestras fuerzas.
Ante la presión de los comandantes, el 30 de abril nuestra flota salió al encuentro de los buques británicos cuando estos se acercaron al norte de las islas. Navegando a su máxima velocidad (20 nudos), en disposición antisubmarina y silencio radar, nuestro grupo portaaviones puso entonces rumbo al norte de las islas para atacar ese grupo de la marina británica que, como después confirmamos, era el portaaviones Invencible con siete destructores.
Al crucero Belgrano, con sus dos destructores escolta, se le ordenó rumbo este y más al sur, para generar otra amenaza y crear una distracción táctica, con la misión de atacar blancos de oportunidad.
De acuerdo a la orden que había recibido el almirante Allara, comandante de la flota de mar, si los británicos iniciaban un desembarco había que atacarlos. Comenzamos las operaciones aéreas de exploración y protección antisubmarina. Esa misma tarde, un avión explorador nos trajo la posición de los buques británicos.
En el libro Malvinas. Cinco días decisivos hago un detallado análisis de las posibilidades de este encuentro naval, asumiendo, como sucedió, que podíamos evitar la detección de los submarinos británicos. Podíamos tener buenas posibilidades de averiar el portaaviones británico.
Años después, en 1990, conocí en una reunión oficial al almirante británico Jeremy Black, quien era el comandante del Invencible durante el conflicto. Con buen humor, respeto y precisión, intercambiamos información sobre todo lo que se vivió aquel día, de un lado y del otro. Black reconoció que la sorpresa con la que estuvimos a distancia de combate, la ventaja de la exploración por nuestra parte y el alcance de nuestros aviones de ataque seguramente nos hubiese dado ventajas de haber librado allí una batalla naval.
Sobre este punto, poco después de que terminara el conflicto, se supo que el gobierno británico autorizó a hundir el portaaviones 25 de Mayo a partir del 30 de abril, porque lo detectaron navegando a 100 millas de la costa patagónica y aplicaron el principio de autodefensa, ya que desde esa posición los buques británicos quedaban dentro del radio de acción de los aviones de ataque del 25 de Mayo. Esto ratifica la oportunidad que tuvo la flota argentina cuando fue a interceptar al Invencible y su grupo, ya que los submarinos británicos Conqueror, Splendid y Spartan tenían la orden de encontrar y hundir el 25 de Mayo, pero no lo lograron.
Los británicos asumieron siempre que estaban en guerra y sus acciones mantuvieron coherencia alrededor de la idea de recuperar militarmente las islas. En cambio, la conducción político-militar argentina se manejó esperanzada en que se iba a lograr alguna negociación con Gran Bretaña antes de llegar a un conflicto armado.
El día 2 de Mayo finalmente se le ordenó al almirante Allara suspender el ataque y replegarse a posiciones iniciales. Ambas fuerzas comenzaron a tomar distancia, ya que los británicos se alejaron hacia el Este y nosotros al Oeste, sobre nuestra costa. En ese repliegue, el submarino Conqueror, que había detectado al crucero Belgrano la noche anterior, recibió la orden de hundirlo, fuera de la zona de exclusión. Lanzó tres torpedos a muy corta distancia. Dos de ellos impactaron en el buque argentino.
Cuando recibimos la noticia a bordo del portaaviones hubo una reacción unánime de volver sobre la flota británica, pero Allara no fue autorizado. Teníamos un fuerte sentimiento de frustración por las contradicciones de las órdenes recibidas, y nadie aceptaba perder esta oportunidad.
Con mucho pesar rendimos honores a los valientes tripulantes del Belgrano, que con un buque poderoso pero muy viejo estaban dispuestos a entrar en combate y en esa acción de guerra mostraron coraje y profesionalismo. Los que fallecieron entregaron lo mejor que tenían: sus vidas.
En el informe Rattenbach se observa severamente a la Junta por no utilizar correctamente el único elemento estratégico que tenía el país, que era la flota de mar.
Aviador naval, fue comandante de la Aviación Naval y subjefe de la Armada; coautor de Malvinas. Cinco días decisivos