Reseña: Dios duerme en la piedra, de Mike Wilson

Los libros de Mike Wilson (St. Louis, Misuri, 1974) son singulares. El más conocido, Leñador, sigue con lupa las actividades de un protagonista autoexiliado en un bosque. En Ártico, todo se cortaba en forma de verso. En estas ficciones todo se da por intersección: nacido en Estados Unidos, Wilson vive y escribe en Chile, en castellano, un movimiento que arrastra hacia la literatura latinoamericana paisajes del hemisferio del norte y, también, un modo de narrar.

En Dios duerme en la piedra se ausculta la marca de los westerns errantes y salvajes de Cormac McCarthy, pero también el eco más amplio de los grandes relatos americanos. En el libro, un vaquero solitario avanza sobre su caballo por lugares desiertos, con su rifle siempre presto encima, y algunos elementos clave, como su bota de agua.

El protagonista no se detiene, como si en el movimiento estuviera su único destino. En el trayecto va encontrando personajes insólitos o descastados: desde una sacerdotista que ataca un niño (y a la que mata de un disparo certero) y bandoleros hasta un grupo de leprosos. La naturaleza, lo mineral, todo parece impregnar esa vida. No hay psicología en la superficie, aunque aparezcan sueños o recuerdos: lo primero son las acciones y las conductas. Con una prosa lírica y encabalgada, surcada de ecos rapsódicos y religiosos (“se acuerda de un dios, del Dios de sus padres, de ser niño y sentarse entre los devotos de una pequeña capilla rural”), el nómade avanza sin pedir permiso y sin pausa. El final fósil, impecable, hace alianza con lo latinoamericano: lleva la impronta de cierto cuento de Antonio Di Benedetto.

Dios duerme en la piedra

Por Mike Wilson

Fiordo

112 páginas, $ 6500