Reseña: Una libertad luminosa, de T.C. Boyle
Los orígenes del LSD son conocidos. En la neutral Suiza, durante la Segunda Guerra Mundial, el químico Albert Hofmann logró sintetizar la sustancia y sufrir (primero por error) sus inesperados efectos psicotrópicos. Una libertad luminosa, de T.C. Boyle (Estados Unidos, 1948), tiene como disparador al doctor helvético, su asistente y aquel famoso paseo en bicicleta de retorno a casa en que el mundo parecía ondularse.
Importa más lo que viene después: la divulgación que de la droga hizo Timothy Leary en Harvard, y su traspaso a la contracultura de los años sesenta. Con el encantador y manipulador Leary, Boyle suma otro personaje de existencia comprobada (después del arquitecto Frank Lloyd Wright, el sexólogo Alfred Kinsey y John Harvey Kellogg, el inventor de los cornflakes) a su prolífica narrativa.
Una libertad luminosa (Outside Looking In, en el original, es más explícito) debería ser por su tema alucinógeno un terreno fértil para el talento más esperpéntico de Boyle, pero en sus novelas el estadounidense tiende –a diferencia de en sus cuentos– a narraciones más estructuradas, con un ojo en cierta tradición clásica y, tal vez, en el lector de tranco largo. La trama sigue entonces, después del introito suizo, las acciones de ese lector de Las puertas de la percepción que fue Leary (no falta la sombra de Aldous Huxley), y diverge hacia un estudiante de psicología y su mujer (Fitz y Joanie) que, tras participar en una de las fiestas del académico, se embarcan en un viaje sin retorno. El tour psicodélico incluye México y finaliza en el estado de Nueva York. Boyle vuelve a explorar con fuerza satírica –menos evidente aquí que en otros libros– esos momentos de clivaje en que un paradigma cambia para siempre.
Una libertad luminosa
Por T.C. Boyle
Impedimenta. Trad.: Jon Bilbao
414 páginas, $ 5850