Reseñas: Saliva en la boca, de Lucía Igol
“Yo nunca había cortado el pelo en mi vida, pero cuando llegó la primera clienta le dije: ‘Siéntese por acá’ con una sonrisa y ella se sentó sin preguntar.” Así, con decisión y arrojo, empieza el primer cuento de Saliva en la boca, debut literario de Lucía Igol (Buenos Aires, 1993). Aunque el libro se compone de siete relatos muy distintos entre sí, el coraje de esta primera narradora –una empleada de limpieza que toma por asalto el rol de peluquera– hace de punta de lanza y de postulado poético. Después de todo, como la peluquera, quien escribe siempre está haciéndolo por primera vez y también, siempre, un poco a ciegas.
Si hay una constante en estos relatos es la idea de mentira, de fabulación como también la pregunta sobre el límite: ¿cuánto es demasiado? En el cuento “Saliva en la boca”, la protagonista esconde un embarazo para no perder su puesto de conductora en un programa de televisión. En “Princesa” la narradora le miente a sus compañeros de oficina para obtener distintos beneficios: les dice que tiene una hija discapacitada. Un día, a la salida del trabajo se encuentra con una niña en la plaza. Ella también sostiene una ficción: escarba la tierra buscando a Princesa, su amiga-bicho-bolita. Igol describe cierta farsa que es esconde en lo real. En “Silvio” muestra a un personaje que solía ser obsesivo, convertirse en linyera. Quien narra es una mujer con la que Silvio solía trabajar que ahora está de novia con un hombre, por lo menos, tibio. Detrás de cada relato se intuye un gran trabajo de composición de escena; las tramas tienen giros inesperados; los personajes están vivos. Hay dos cuentos que giran en torno a la escritura o la docencia: “El guardapolvo” y “Jacinto Almeyda”. El primero podría pensarse en la tradición de Hebe Uhart y su célebre “Impresiones de una directora de escuela”, solo que aquí no está ese tono desilusionado de la protagonista de Uhart, sino la pregunta por la desmesura: ¿qué puede hacer la maestra frente a las groserías que le dice Marcelito, el alumno rebelde?, ¿los dibujos que el chico le hace ver, donde está desnuda y degollada, implican un riesgo real? El libro cierra con “Jacinto Almeyda” donde se cuenta una reunión en la casa del poeta que le da título al cuento. ¿Cómo puede ese hombre ser un poeta?, parece preguntarse la protagonista; ¿cómo puede su amiga, que ganó un premio plagiando a Neruda, salirse con la suya? ¿qué va a hacer ella con sus poemas llenos de lugares comunes y fallas?
En cada relato, Igol presenta un universo particularísimo por el que se mueven estas narradoras –salvo en uno, son todas mujeres– desbordadas e incómodas. Una escritora que se lanza sin prejuicios y con entusiasmo al género más canónico de la literatura argentina y ofrece un libro que provoca la felicidad de los buenos descubrimientos.
Saliva en la boca
Por Lucía Igol
Notanpuán
122 páginas, $ 26.000