¿Se puede cuantificar? La inteligencia no es lo que parece
En 2007 el neozelandés James R. Flynn (1934-2020), profesor de Ciencias Políticas y reputado investigador de la inteligencia humana, publicó un libro titulado ¿Qué es la inteligencia?, en el que profundizaba sobre lo que ya se conocía como el Efecto Flynn. Este describe un fenómeno detectado por el propio investigador hacia 1980, cuando advirtió que, década tras década, el cociente intelectual (CI) promedio de la humanidad aumentaba. ¿Por qué, entonces, no estábamos en otro mundo y otro modelo de vida y de cultura, menos depredador, más pacífico, menos materialista, más cooperativo, menos indiferente, más empático? Como el Efecto Flynn dio en el centro del narcisismo humano casi nadie se hizo estas preguntas.
Mientras tanto, en el tiempo transcurrido desde entonces la digitalización del mundo y de la vida se disparó sin freno y, como señala el periodista y ensayista Ramón Hernández, “todos nos sentíamos cada vez más inteligentes y copartícipes de los inventos, hallazgos y avances en el mundo de las ciencias y de las artes, aunque cada vez entendíamos menos los procesos y las teorías electromagnéticas”. Hernández, venezolano nacionalizado español, director de las ediciones online de las revistas Cambio 16 y Energía 16, premio nacional de periodismo y autor de varios libros, entre ellos Colón, entrevista imaginaria y Revelaciones de Luis Tascón, el chavismo por dentro: engaños, verdades y traiciones, es un perspicaz observador de los fenómenos contemporáneos. En un artículo titulado La simplificación del lenguaje y la pérdida del pensamiento complejo, publicado en febrero último, pone la lupa sobre la falacia que encierra la creencia a ciegas en el Efecto Flynn.
Según el científico neozelandés y sus seguidores, como resultado del Efecto en los próximos 50 años la capacidad de nuestra especie de razonar, crear, inventar, imaginar y resolver problemas se habría duplicado. Pero, como bien denuncia Hernández, “cada vez es mayor el horror-terror al pensamiento complejo, a la elaboración abstracta, a la lectura de libros que requieren algún esfuerzo del lector.
El mínimo esfuerzo se ha impuesto y aparecen los daños directos y también los colaterales”. Al respecto cita las investigaciones de Christophe Clavé, profesor de estrategia de la HEC (Escuela de Estudios Superiores de Comercio) de París, y autor del libro Los caminos de la estrategia. Lo que Clavé encuentra va en dirección opuesta al optimismo de Flynn. Al compás de la revolución digital se extendió la incapacidad generalizada de describir emociones a través de palabras.
La preponderancia de pantallas y redes empobreció el lenguaje como herramienta de pensamiento y expresión. Todo se reduce a estar “muy impactado o muy afectada”, a emojis. Y nada más. “Falta vocabulario, faltan conexiones de ideas, sinapsis, y también comparaciones críticas”, señala Hernández. “El razonamiento verbal se ha constreñido, pero con las esperanzas puestas en la inteligencia artificial y la computación cuántica”. Mientras tanto Clavé descubrió, contradiciendo al Efecto Flynn, que en los últimos 20 años ha disminuido el nivel de inteligencia, medido por pruebas, en los países más desarrollados.
Hernández suma algo que es evidente y preocupante: “Apenas se manejan entre 400 y 750 palabras, un vocabulario básico, válido para lo esencial. Casi han desaparecido las sutilezas lingüísticas que permiten elaborar y formular un pensamiento complejo. Al desaparecer los matices y la relatividad, se impone el alto contraste. Los gritos, los insultos, las acusaciones, el asalto al cielo”.
La inteligencia no es cuantificable. Se trata de una puerta que se abre desde adentro, requiere abandonar la pereza mental y usar los dones propios de cada uno para explorar, con atención, actitud y coraje espiritual, el sentido de la propia vida. Eso es inteligencia natural, lo demás es artificio.