¿Yo, señor? Los campeones en el juego del Gran Bonete
Alguna fuente sitúa sin demasiado énfasis su origen en España, pero la mayoría de las consultadas lo considera, junto al Martín Pescador y El Escondite, un juego nacido en la Argentina. Al parecer, lo jugaban ya hace mucho tiempo los chicos durante las fiestas folclóricas en el norte. Y no es aventurado decir que todos hemos jugado al Gran Bonete. Si bien el diccionario define al bonete como el gorro de cuatro puntas usado por seminaristas, jueces y eclesiásticos o, en otra acepción, como el segundo estómago de los rumiantes, no queda claro cómo llegó la palabra a este juego en el que cada participante niega ser el poseedor de aquello que está perdido (en el origen era un pajarito) y acusa de ello a otro de los participantes. Como cada uno tiene asignado un color, la frase para desligarse luego de los consabidos “¿yo, señor?”, “sí, señor”, “no, señor”, “¿pues entonces quién lo tiene?” es, por ejemplo: “Lo tiene Azul”. Tras la negativa de todos los jugadores, la conclusión es que lo tiene el Gran Bonete, descripto en algunos textos como una suerte de idiota.
A la luz de la realidad, parece confirmarse el origen argentino de este juego y queda en evidencia que ha dejado de ser un pasatiempo infantil (hoy los chicos se vuelcan a la Play Station y a juegos electrónicos y virtuales que no les requieran ni imaginación, ni movilización, ni socialización, y les aseguren aislamiento y sedentarismo). Se trata de una práctica adulta y cotidiana verificable en casi todos los ámbitos, actividades y vínculos. Cada gobierno al asumir demuestra ser un experimentado team de jugadores de Gran Bonete. No son responsables, según ellos, de ninguna mala praxis, de ningún acto de corrupción, de ninguna malversación económica, social o moral. “¿Nosotros, señor? No, señor. Fue el gobierno anterior”. El gobierno anterior dirá, a su vez, que el culpable fue su antecesor y así hasta el origen de los tiempos. En las relaciones de pareja, en las familiares, en el deporte (donde nunca se pierde por fallas propias sino por acciones de grandes bonetes como el árbitro, la suerte o el estado del campo), en la economía (donde jamás fallan las propias previsiones o los propios cálculos, sino que las debacles y crisis son culpa del clima o de factores internacionales) y en donde se busque hay miles de personas jugando al Gran Bonete.
Durante la pandemia que padecemos, con su secuela de confinamientos y prohibiciones que, a su vez, generaron quiebras económicas y emocionales, pérdidas de trabajos, proyectos y esperanzas, hubo grandes exhibiciones de granbonetismo. Por ejemplo, la letal mala praxis en la adquisición y aplicación de vacunas, que se pretendió atribuir a factores exógenos. O las impúdicas celebraciones en la residencia de Olivos, primero negadas y luego atribuidas por el ocupante de la residencia a su mujer, antes de estallar en furia por haber sido descubierto en falta y atribuirlas finalmente al… ¿Gran Bonete?
Cuando se practica entre chicos este juego puede ser entretenido (al menos por un rato), pero entre adultos es un flagrante ejercicio de irresponsabilidad. Así se define al acto por el cual se busca un culpable (siempre ficticio) para las faltas propias. Responsabilidad proviene del término latín respondere y consiste en la facultad de responder por las consecuencias de las propias acciones, elecciones y decisiones. Es una facultad siempre individual e intransferible. No existen responsabilidades colectivas, porque en ellas se esconde y esfuma el responsable real. Solo los humanos podemos ser responsables, porque solo los humanos somos agentes morales, que comprenden las características y efectos de sus conductas, aunque las nieguen. Cuando esto ocurre se cae en la irresponsabilidad y en la inmoralidad. Y también esta es una elección con consecuencias. Visibles o no, estas existen. Y el jugador lo sabe.