Bosques: los pulmones del planeta
¿Cuánto dióxido de carbono cabe en un árbol? De cuidar y estudiar las especies que limpian el aire que ensuciamos se ocupan los científicos del Centro de Clima de Curitiba. Al rayo del sol, su trabajo es así
Curitiba (Brasil).– Un sol de 9 AM con ínfulas de mediodía. Este sol no abrasa; este sol aplasta. Estamos en Curitiba, a 105 kilómetros de la Reserva Natural de Río Cachoeira, distrito de Antonina, Brasil. En plena ruta el asfalto le da paso a la irregularidad del camino; es indicio de que estamos cerca de la reserva. Allí funciona un Centro Regional de Clima; allí Robson Capretz, ecólogo de 32 años, trabaja para saber qué papel juegan los bosques en la captura de dióxido de carbono. Cómo y cuánto logra almacenar cada especie. Con ojos egoístas: cuánto y cómo pueden ayudar esos árboles a minimizar el daño que nosotros hacemos. Con su barba que atrapa transpiración, Robson cuenta que la primera graduación en Brasil de la carrera de ecólogo fue en 1979, que no hace tanto calor como otros días y que disculpemos su español (bastante bueno, por cierto).
El Centro de Clima, además de su laboratorio, tiene la casa en la que se alojan los voluntarios que ayudan a Robson con el trabajo de campo y su preocupación por la administración de bosques en cambio climático. La mañana se presenta para acompañarlos y descubrir de qué se trata esto de medir intangibles que lastiman tanto.
Botas de lluvia, pantalón largo que nos cubra de las ramas y a trabajar: iniciamos la caminata en el corazón del Bosque Atlántico del que hoy sólo queda el 7% (92.000 km2) de su superficie original. En punta picaron los voluntarios, empleados de HSBC de varios países de América latina que se anotaron en un programa de Responsabilidad Social Empresaria enfocado en la sustentabilidad que trabaja con el Climate Group, el Earthwatch Institute, el Smithsonian Tropical Research Institute y la World Wildlife Fund.
El sendero por el que vamos es un camino rural por el que se transportaba madera, hasta que declararon la zona reserva natural. Nos dicen que pisemos fuerte, "así se asustan los animales"; puede tratarse de monos, coatíes, culebras, y tenemos la suerte de no tratar con pumas, algo que sí mostró la cámara instalada allí: fotos nocturnas de una caminata animal elegante.
Luego de una travesía prolongada de fango con algún que otro resbalón y pendientes que ponen a prueba los pulmones, llegamos a alcanzar al grupo que ya está en zona de trabajo: 12 hectáreas con 22.100 árboles y 370 especies identificadas de las que Robson y equipo pueden hablar como si fueran sus hijos. Cada árbol que supere los 5 cm de diámetro está numerado y tiene un anillo de metal: se llama dendrómetro, es una cinta que tiene un resorte que se estira a medida que el árbol crece. João Maria, el guardabosque, ayuda a ubicar el árbol que figura allí a los voluntarios que acarrean las planillas con las mediciones de los meses anteriores. Ellos transcriben la medición actual y comienzan los comentarios y anotaciones: si creció, si está igual o si tiene manchas blancas con bordes rojos. En un caso se da que sí, lo cual quiere decir que vemos un hongo. Y eso tendrá un gran significado para Robson. Las planillas valen oro: allí figura el comportamiento de cada árbol mes tras mes. Esa información luego será cruzada con valores de temperatura, lluvias, humedad y vientos, y dará respuestas sobre ecosistemas tan complejos e importantes como las "florestas tropicales, responsables del ciclo de carbono, regulación de clima, entre otras cosas", según nos cuenta João.
En cada parcela hay cinco cajas de madera que hasta que João las levanta no sabemos qué función cumplen. Explica cómo pesarlas y eso dirá con exactitud la producción de miel de esas abejas tamaño mosquito. También pasan a formar parte de la planilla.
Otro dato importante es la producción y pérdida de hojas; para eso se coloca a los pies de los árboles una suerte de minicama de red que llaman colectora de residuos. Las hojas que caen son acopiadas y llevadas al laboratorio. Allí se ven. No son todas iguales, no poseen la misma información. Julio Majcher es el biólogo de 23 años que se encarga de clasificarlas y pesarlas, para después pasar a un análisis químico. "Podemos saber en qué estación se pierden más hojas y cómo las afecta el cambio climático", explica con una sonrisa. Wesley Rodríguez separa hojas y dice que hay que conocer Costa Rica, su país, y que los derrumbes, inundaciones y sequías son consecuencia del maltrato de los recursos naturales. Wesley tiene 41 años y se anotó como voluntario para aprender. "A mí me decían que el agua era una fuente inagotable. A mis hijos les enseñan que no, y ellos a mí. Estar más cerca de estas cosas me hará ver realmente qué estoy haciendo mal y qué puedo mejorar", dice. El grupo que está en el fango hace un alto en la rutina de medición para comer un sandwich, una fruta y luego continuar. La repetición de gesto que parece aburrida, el trabajo de hormiga con birome que hacen, cobra valor instantáneamente, cuando descubren que ese 0, 1 o 2 anotado servirá para que los científicos sepan qué está pasando y nos cuenten cuán tontos somos, pero cuánto podemos mejorar.
EL METODO DE CAPTURA
A través del proceso de fotosíntesis, los árboles toman la luz solar, agua del suelo y el dióxido de carbono de la atmósfera y lo transforman en tronco, madera, hojas, flores, frutos y también en raíces, logrando su madurez y crecimiento. La captura de carbono se realiza únicamente durante el desarrollo de los árboles. Estos absorben dióxido de carbono (C02) atmosférico junto con otros elementos en suelos y aire para convertirlos en madera. Para calcular la captura es necesario conocer el período en el cual el bosque alcanzará su madurez. Los índices varían de acuerdo con el tipo de árboles, suelos, topografía y prácticas de manejo en el bosque.
NUMEROS QUE IMPORTAN
En el informe Estado del Futuro 2011, que publicó recientemente el Proyecto Millennium, el desarrollo sustentable y el cambio climático son uno de los 15 desafíos globales de la humanidad. Según este trabajo, en mayo de 2011 el CO² atmosférico se encontraba en 394.35 ppm, el más alto en 2 millones de años; los humanos añadimos alrededor de 45 gigatoneladas de CO² equivalente en GEI (gas de efecto invernadero): la mitad es procesada por la naturaleza y la otra se acumula en la atmósfera. El 90% de los 950 desastres naturales de 2010 estuvieron relacionados con el clima.