Cambiar uno para transformar el mundo
Si no nos conforman ni el aire de los tiempos ni el estado de las cosas en el mundo, no esperemos un cambio milagroso. Como señalaba Hannah Arendt (1906-1975) en La promesa de la política, el mundo tal como lo concebimos es el producto de las acciones e interacciones humanas. Otra cosa es el universo, cuya existencia es independiente de la presencia humana, y además la trasciende. Cuando decimos mundo nos referimos al mundo humano. La diferencia es importante, y, si la tomáramos en cuenta, podríamos reenfocar nuestras expectativas. Quizá no se trate de cambiar el mundo, como solemos pretender para mejorar las cosas, sino de que cambie el ser humano. Es cierto que lo primero, desde esta perspectiva, es imposible. Pero, a la luz de los hechos, lo segundo no es fácil.
Aunque la reflexión de Arendt está relacionada con la política y su función necesaria para la convivencia humana, bien podría vincularse a una consigna de la física cuántica. Según esta, el observador es siempre, e inevitablemente, parte del fenómeno que observa. Eso que vemos en el mundo y que no nos gusta, no es ajeno a nosotros. En El orden del tiempo, su obra más reciente, el italiano Carlo Rovelli , figura decisiva en la física contemporánea, se ocupa de recordarlo: "Toda experiencia del mundo es interna; cada mirada que posamos sobre el mundo, parte, en cualquier caso, de una perspectiva concreta". Esa perspectiva es la propia de cada persona y comprende su situación y sus relaciones con otros acontecimientos (así llama Rovelli a todo lo que existe en el universo).
¿Qué es, entonces, la realidad que desearíamos o nos propondríamos cambiar, o que otros (desde políticos hasta gurúes de distintos tipos) nos prometen transformar? Nada que pueda unificarse ni definirse de una manera única e inamovible. La "realidad", o llamémosle el mundo, es un conjunto de eventos (una ley, una piedra, un vínculo amoroso, un país, una guerra, el protagonista de una película, la película misma, un número, una religión, una idea, un árbol) que existen cada uno a su manera, en un tiempo y un espacio propio. Ese conjunto está intervenido siempre por la mirada de quien lo describe. Y esa ni siquiera es toda la realidad, sino apenas la que nos rodea y nos incluye. Somos pequeños pedazos de la Naturaleza, una piecita entre muchas otras en el gran espacio del cosmos, explica Rovelli con un estilo depurado que se desliza con claridad y exquisita sensibilidad en el corazón de complejas cuestiones científicas. Interactuamos con otras piezas en la pequeña fracción del universo a la que pertenecemos.
Cambiar el mundo, más aún si es para mejor, resulta un propósito tan plausible como ambicioso. Y puede resultar también un abono a la decepción. Pero, a la luz de lo que expone el físico italiano, un proyecto parece posible. El de transformar esa modesta porción del universo en la que nos toca vivir. Sacándola de la ciencia y transportándola a la cotidianidad, la idea podría expresarse así: preguntate cómo es la sociedad en la que te gustaría vivir, y comenzá por vivir de esa manera en los espacios que habitás y transitás. Es decir, tu pareja, tu familia, tu trabajo, tu vecindario, tu círculo de amigos, la calle, los espacios públicos y comunes. Cada pieza interactúa con otras y en esa interacción ambas se modifican. Por otra parte, esa parcela de la vastedad en la que existís es apenas una pieza de un engranaje mayor, y al modificarse es probable que incida en este. Pero paremos ahí, porque quien mucho abarca poco aprieta. Si el mundo es el mundo humano, y si nuestra mirada sobre él nos incluye, antes que esperar cambios mágicos, milagrosos o providenciales, acaso lo mejor sea empezar por cambiar lo posible. Nosotros. Ya se dijo que como es adentro es afuera, que como es en pequeño es en grande y que como es adentro es afuera.
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