Al recordar el año 1969, César todavía se estremece. Era apenas un muchacho de 19, que cursaba el segundo año de un instituto militar, un espacio exigente y en el cual residía toda la semana con apenas un franco los sábados por la tarde, hasta las 20:00 hs del domingo.
El 12 de noviembre amaneció tranquilo y con la promesa de una tarde especial: era el cumpleaños de su hermano, quien había invitado a unas cuantas personas a la casa familiar. Llegó un poco tarde y en compañía de un amigo, su novia y su hermana, a quien acompañaba, pero sin ningún compromiso alguno. "Mi amigo y yo vestíamos uniforme, razón por la cual llamábamos bastante la atención de los presentes", recuerda César con una sonrisa.
En un costado del salón estaba ella, Marita, sentada junto a su amiga, que la había invitado al cumpleaños para sacarla de su aburrimiento. Tenía 17 y a él le pareció hermosa. César la observó en silencio por unas horas sin dirigirle la palabra, hasta que su amigo, su novia y su hermana se despidieron de la reunión. "Quedé solo, pero con la idea de partir. Entonces comencé a saludar a los invitados hasta que llegué a Marita. Su mirada me sedujo justo cuando comenzaba la música y la invité a bailar", cuenta César.
El poco tiempo que les quedaba se escurrió entre sus dedos y apenas llegaron a intercambiar sus respectivos números telefónicos. "Jamás había sentido tanta atracción por una chica", confiesa él.
Los tres mandamientos
Marita y César comenzaron a verse los fines de semana, en el escaso tiempo disponible, hasta que formalizaron su relación. "Y seguimos así hasta el día de mi egreso, tres años después. Nos amábamos y éramos muy felices", continúa César.
Pero el peso de los mandatos creció hasta manifestarse, ineludible. Un día el padre de César lo llamó con la intención de mantener una conversación seria e inapelable. Le dijo: "Estoy muy orgulloso de lo que has hecho y de lo que sos, pero hay tres cosas que debés hacer sí o sí para que tengas un futuro feliz: Primero, tenés que comprarte un auto cero km; segundo, tenés que anotarte en un plan de viviendas y, lo más importante, tenés que dejar a tu novia y empezar a vivir la vida, porque estuviste siempre encerrado, no conocés la calle y el día de mañana vas querer hacer de casado lo que no pudiste hacer de soltero y eso es grave", sentenció.
César, que siempre había sido muy obediente de los consejos de su padre, acató su pedido. "Por lo tanto, decidí dejarla sin saber qué excusa poner y sufriendo muchísimo los dos", recuerda con emoción.
La ruptura coincidió con un cambio de destino de trabajo a otra provincia, Buenos Aires, en donde César compró un Fitito 600 cero km, se anotó en un plan de viviendas y se dedicó a conocer la calle.
Hasta cuándo
"Al cabo de tres años vividos con todo, una noche, antes de dormirme, recuerdo que estaba en la cama mirando al techo, cuando me pregunté `¿hasta cuándo vas a seguir viviendo así?´ Y decidí que quería formar una familia, razón por la cual comencé a pensar en las chicas que había conocido, y con cuáles de ellas podría casarme y compartir toda mi vida. Y en mi cabeza explotó el nombre de Marita. No cabía otra", rememora César.
Pero Marita vivía en otra provincia y César hacía más de dos años que no la veía. "Siempre tuve la convicción de que, si obedecía a mi padre, las cosas saldrían bien", continúa. "Entonces pensé en cómo volver a encontrarla y recordé que trabajaba en el centro de la ciudad, salía de la oficina a las 17:00hs y tomaba el micro en una parada específica para ir a su casa".
Un jueves por la noche, convencido de lo que hacía, César partió de Buenos Aires en su Fitito y llegó a su hogar paterno el viernes al mediodía, se dio un buen baño, se puso sus mejores ropas, se perfumó y salió, anhelando llegar a la parada del micro donde esperaba que estuviera ella a la hora calculada. "No saben cómo me está palpitando el corazón ahora que lo recuerdo, igual que ese día", expresa conmovido.
Un beso interminable
Al llegar, César observó la fila de personas que esperaban el micro y, de pronto, la vio y su pulso se aceleró, imparable. "Allí estaba hermosa como siempre. Ella no conocía mi auto, lo que me permitió acercarme sin que me percibiera. Bajé el vidrio de la ventanilla que daba a la vereda y cuando me vio se sorprendió tanto, que se puso colorada. Desde el auto la saludé y le pregunté `¿te puedo llevar hasta tu casa?´ Su respuesta fue afirmativa y subió", revela César feliz.
Ya en el auto y camino a su casa, César le dijo que necesitaba hablar un tema importante a solas con ella y le pidió que pararan en algún lugar antes de llegar. "Frenamos en un hermoso parque y yo no sabía cómo empezar. Me disculpé por haberla dejado sin un motivo válido y sin ruedos, de una, le pregunté si quería casarse conmigo. Ella se tapó la cara y comenzó a llorar. Nos abrazamos muy fuerte y nos dimos un beso interminable que dura hasta el día de hoy", cuenta César con un brillo especial en su mirada.
Al poco tiempo, Marita y César se casaron. "Con tanto amor, que hoy llevamos tan solo 43 años de matrimonio", afirma él. "Tenemos ocho hijos y, por ahora, once nietos. Hace unos días nació la nieta número once, Olivia. Ella, mi amor, mi Marita, está en México ayudando a mi nuera y a mi hijo por este nacimiento y les cuento un secreto personal: La extraño tanto como el primer día que tuve que dejarla y mucho más. La amo con toda mi alma".
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