En el sureste de China se prepara una batalla. "¡Zhunbei!", grita el director y empieza el conteo. ¡Uno, dos, tres! El asistente da la señal y unos 30 guardias se largan a correr en estampida. Perseguidos por algo o alguien que no se ve en escena, escapan por una calle de pueblo. Con sables en la mano, protegen un palanquín llevado por dos porteadores. Las cabezas rapadas y las trenzas negras que salen de la nuca y llegan hasta la cadera delatan que el episodio sucede durante la dinastía Qing, a fines del siglo XIX. El malón avanza a toda velocidad, entonces un guerrero desenvaina la espada frente a una cámara. "Corten, corten, corten", el director detiene la escena. Los extras se miran entre sí buscando al culpable. "Alguien sonrió", agrega.
Desde que en 1995 se instaló el primer estudio de filmación en el pequeño pueblo agricultor de Hengdian, se filmaron 1200 producciones de cine y televisión. Hay más de 400 sets que recrean palacios, casas y calles de diferentes geografías y épocas.
A pesar de los 30 grados, la humedad de casi el 95% y las tres capas de vestuario, nadie se queja. Con las caras rojas, los extras vuelven a sus posiciones, mientras un grupo de turistas armados con ventiladores portátiles y celulares se agolpa detrás de una valla improvisada. Uno de los técnicos les corta el paso y prohíbe las fotos una y otra vez.
"Ay, el protagonista de esta serie es mi actor favorito", dice Yan, una chica de 21 años que trabaja como guía en los estudios de cine. A Vincent Zhao, uno de los galanes de la televisión china, no se lo ve en esta toma, aunque es el héroe de Audaz. La novela, pautada en 50 episodios, narra la vida del maestro de artes marciales Huo Yuanjia, que vivió entre 1868 y 1910. Sin contar esta última, su biografía ya tiene más de siete adaptaciones entre cine y televisión. Huo sirve como un héroe nacional por haberse enfrentado a puñetazos y patadas con rusos, ingleses y japoneses en plena decadencia del Imperio, por lo que cada dos o tres años se actualiza el mito.
La escena de la fuga ya se repitió cinco veces, la última con dron incluido. Algunos descansan detrás de cámara, con la camisa en la mano, sentados en los pórticos de las casas de época. Los curiosos empiezan a dispersarse por los callejones empedrados en busca de la siguiente película. Es que Hengdian alberga más de 400 sets en menos de 500.000 metros cuadrados. En sus mejores temporadas, se han llegado a filmar 12 series y películas en un mismo día, por lo que las posibilidades de toparte con un equipo en plena acción crecen a cada paso. Según datos oficiales, este pueblo en la provincia de Zhejiang fue el escenario de más de 1200 cintas desde que el primer estudio fue inaugurado en 1995,casi el 70% de los melodramas vistos en las pantallas del país asiático.
Las cifras van en aumento. Si bien el gobierno autoriza que se exhiba un máximo de 34 películas extranjeras por año, estas solo representan el 25% de las entradas vendidas en el país con la mayor cantidad de cines en el mundo. Las cintas que cruzan la frontera, además, quedan sujetas a las reglas chinas. Bohemian Rhapsody, la biopic sobre Freddie Mercury y Queen, por ejemplo, se estrenó seis meses después con tres minutos menos. El Departamento de Publicidad, encargado de la censura, quitó los besos entre hombres, toda referencia a las drogas y, por las dudas, también las escenas drag del videoclip "I Want to Break Free".
La mezcla de nacionalismo, la protección de la industria local y el gusto de los censores pusieron en primer plano un tipo de film: el de época.
"Fomentar la salud y la prosperidad en el desarrollo de la industria cinematográfica, contribuir a la difusión de los valores centrales del socialismo […] y enriquecer la vida espiritual y cultural del pueblo", dictamina la Ley de Promoción del Cine de 2016. Con estos objetivos, las producciones locales conviven con remakes de comedias romántica o series como Sex and the City y reproducciones de las películas de acción. La reversión de Mulan se presenta "menos occidentalizada y más cercana a la leyenda original", según la prensa china. Lo cierto es quela mezcla de nacionalismo, la protección de la industria local y el gusto de los censores pusieron en primer plano un tipo de film: el de época.
"Hengdian, el Hollywood chino", dicen los carteles en las plazas y edificios públicos, mientras que en la calle principal cuelgan los afiches de las películas más reconocidas, como La emperatriz de China, o Héroe de Zhang Yimou, y La Momia 3: La tumba del emperador Dragón, además de los títulos de los cuales Occidente nunca escuchó hablar. Concubinas reales en intrigas palaciegas, luchadores en posición de Kung-fu y generales dirigiendo las tropas del reino se multiplican en los postes de luz de este pueblo de 100.000 habitantes, un número casi ínfimo para las dimensiones chinas.
La otra revolución cultural
Ubicada a más de 200 kilómetros de Shanghái, entre cerros verdes y plantaciones de maíz, Hengdian no tiene una estación de tren, ni aeropuerto, pero sí pistas de helicópteros y 13 réplicas a escala real de palacios y capitales antiguas. Un paseo de 20 minutos en taxi basta para recorrer 3000 años de historia. La fortaleza del emperador Qin con su rampa de 99 escalones, la Ciudad Prohibida con sus tejas de colores y cientos de pabellones, un barrio de Hong Kong de los años 30, el Palacio de Verano, destruido por los ingleses y franceses en 1860, hoy lucen en pie con todos sus detalles y molduras. Claro que la piedra es cemento; el bronce, papel maché y el jade, vidrios de colores.
"Esto es Cantón en 1800", explica Yan con ayuda de un traductor en su celular. Viste el típico gorro Piluso, una remera turquesa con el logo de la agencia y una camiseta negra de mangas largas que la protege del sol. Indica la calle principal donde un camión hidrante prepara una escena de lluvia. Señala el pasaje de los fumaderos de opio y el callejón de las Mei Nü, que significa literalmente "bellas mujeres" y es un eufemismo para hablar de prostitutas. Cada rincón refleja el tipo de producciones que hicieron famosa la ciudad: melodramas históricos que exaltan valores nacionales, dirigidos sobre todo a la población media del interior. De hecho, la revista Caijing contabilizó más de 700 millones de soldados japoneses "muertos", en Hengdian, durante 2012.
Hace veinte años nada de esto era imaginable para un pueblo dedicado a la agricultura. En 1995, tras las políticas de reforma económica, Xu Wenrong, dueño de una de las primeras empresas privadas de la zona (dedicada a la venta de productos electrónicos), construyó el set de la película La guerra del opio y sentó las bases del primer estudio. Con el presupuesto más caro hasta el momento, el lanzamiento de la película fue organizado para que coincidiera con el traspaso de Hong Kong al gobierno de Pekín en julio de 1997.
El éxito fue rotundo y la asociación cine y política quedó sellada. Al año siguiente, se construyó la fortaleza del emperador Qin Huang Shi, el unificador del Imperio en el siglo III antes de Cristo. Después continuaron una Ciudad Prohibida sin la clásica foto de Mao Zedong en la Puerta de Tiananmen, la capital de la dinastía Song, tomada de una pintura del siglo XII, templos, jardines y murallas. La última locación, inaugurada en 2015, es una reconstrucción kitsch del Palacio de Verano en un predio con edificios occidentales donde la Puerta de Brandeburgo sirve de entrada a la Catedral de San Basilio en Moscú o al Gran Palacio de las Artes de París. En el salón central de un símil Palacio de Viena, entre estatuas de mármol de las siete artes, una pantalla repite en loop un video promocional de la ciudad.
Esta masividad y producción seriada colocaron Hengdian en el libro de récords como el estudio a cielo abierto más grande del mundo, con un área 27 veces superior a los Universal Studios y Paramount juntos. Sin bares, cafés, ni otros restaurantes que los de comida local, parrillas coreanas o hot pot, la ciudad da la sensación de ser una gran escenografía. Solo los edificios de los alrededores, unos iguales a otros, recuerdan que aquí también vive gente.
¿Faltan campesinos, luchadores, guardias o concubinas para tu película? Según la Asociación de Actores, hay más de 12.000 extras registrados en la zona. Mei, con el típico vestido de mangas anchas, sale de la escena para tomar aire. Reclinada sobre un árbol con flores de plástico, contesta unos mensajes en el celular. Tiene 24 y hace menos de un año se recibió en la carrera de Actuación en la Universidad de Xi’an. Es la hija de la protagonista de Falsa princesa, una telenovela que cuenta la historia de una campesina que se disfraza y termina casándose con el heredero al trono. Según Mei, no es difícil conseguir un papel en Hengdian, pero sí mantenerse en la carrera hasta obtener un rol interesante. "Apenas me alcanza para sobrevivir", dice y se seca el sudor sobre una gruesa capa de maquillaje.
Las cintas que cruzan la frontera quedan sujetas a las reglas chinas. Bohemian Rhapsody se estrenó seis meses después con tres minutos menos.
Yo soy alguien, del director hongkonés Derek Yee, puso en primer plano a los actores de reparto. Protagonizada por extras reales de Hengdian, la película narra a través de la vida de Pang, un adolescente venido del norte, las esperanzas y sinsabores de los inicios (y no tanto) de la profesión. Mientras, las verdaderas estrellas solo hacen cameos. Lo cierto es que en Chinawood los extras no la tienen tan fácil; al aburrimiento y al esfuerzo físico de la reiteración, se suma una paga que ronda los US$10 o US$15 por jornada.
"En mi pueblo me decían que me parecía a un actor, así que me vine a probar suerte", dice Zhang con 44 años encima y un look de monje budista. Llegó hace dos meses de la provincia de Heilongjiang, en la frontera con Rusia, y no soporta el calor del sur. Sin formación ni mucha experiencia, su perfil no se destaca entre la mayoría de las tropas de la Segunda Guerra Mundial, los soldados imperiales o los vendedores de tofu.
El gran sueño chino
Según algunos actores, la cifra que determina la fama en un país tan poblado como China son más de 10 millones de seguidores en las redes sociales. Historias como la de Zhao Liying alimentan el sueño de los miles de adolescentes. A los 16 años, sin haber terminado la escuela, llegó para trabajar en roles secundarios. Su golpe de suerte fue en 2006 cuando ganó un juego de talentos y terminó firmando contrato con la Huayi Brothers. Hoy es una de las actrices mejor pagas.
La cifra que determina la fama en un país tan poblado como China son más de 10 millones de seguidores en las redes sociales.
Los deseos de éxito también cruzan las nacionalidades. En WeChat, el servicio de mensajería más usado en China, se difunden solicitadas entre los grupos de occidentales. "Se busca un modelo varón y una mujer, de 20 a 30 años, que sepan nadar, para dos días de filmación", "se necesita un hombre mayor para hacer de artesano en un comercial de anillos de diamantes", "serie de TV necesita una actriz de 25 a 30 años para hacer de española. Tal vez tenga que hablar castellano, seguro inglés y chino. Para 25 días en julio y agosto", son algunos de los posteos que circulan.
Las universidades en las ciudades vecinas Yiwu y Jinhua también funcionan como semilleros para los realizadores. Los pagos son considerablemente altos: oscilan entre US$70 y US$150 al día, por lo que no es complicado encontrar a algún estudiante extranjero de intercambio con ganas de hacer una changa. Mariano, un cordobés de 30 años, todavía se acuerda de la vez que hizo de mayordomo. Cuando se le pregunta por sus líneas, repite de memoria en tono castizo: "Señor Fernando, hoy unas personas trajeron un cartel que dice: «Lo que sale barato, sale caro»".
Otros que empezaron como él hicieron carrera. Amro Zaghlool, un egipcio de 30 años, llegó de Alejandría después de la crisis política de 2011, para estudiar un máster. Fanático de Jackie Chan desde chico y con un buen manejo del mandarín, decidió probarse como extra en una escapada con amigos. "«Uno, dos, tres… fuego» era lo único que tenía que decir en chino. Lo repetimos decenas de veces porque yo decía «uno, dos, tres… feliz», «uno, dos, tres… feliz» y todos se reían. ¿Viste que kaichú suena parecido a kuàihuo?", cuenta sobre su primera experiencia ante cámaras.
Después de varios bolos, apareció la oportunidad en 2014: uno de los actores principales de la película La defensa de Zhen Hai, en la que Amro actuaba de marinero, nunca se subió al avión. Conclusión: él terminó con el gorro de capitán. "No sabía ni de qué se trataba, ni quién era yo, nada. En algunas escenas tenía que hablar en francés, así que me pusieron un profesor", cuenta en un café chic de Jinhua. En YouTube se lo ve en plena batalla, dirigiendo las tropas, apuntando contra barcos enemigos, aunque en los créditos figura el actor original.
A partir de ese rol fue coleccionista de antigüedades chinas, hijo de millonarios, chef francés, mandarín occidental, entre otros tantos papeles. Lleva filmadas más de 40 películas y series. "No me considero famoso. Es difícil que alguien me reconozca en la calle, solo tengo tres millones de seguidores", confiesa Amro y se acomoda la bandana. Su objetivo es volver a Egipto convertido en un artista internacional.
Más extraño que la ficción
Los que se dedican a la actuación en China como profesionales dicen que hay que ser flexibles y polifacéticos. Los horarios cambian, los detalles de los personajes se intuyen y los trabajos se deciden de un día para el otro. La acción completa se conoce casi cuando está sucediendo. "Hay que saber improvisar, en todos los sentidos", cuenta Eric Heise, un norteamericano que se declara especialista en villanos.
Al principio, todo era sobreactuado y exagerado. Pero a medida que se desarrolla la industria, los perfiles también se perfeccionan y buscan actores con más experiencia.
Si bien los papeles para occidentales abundan, el repertorio es bastante escaso: curas, jefes, médicos y militares, en su mayoría con malas intenciones. "Tengo suerte. Fui el malvado Doctor House en una serie china. Lo que todavía me duele es haber tenido que rechazar al malo de los malos: Richard Nixon en la película Tormenta diplomática", agrega Heise y se ríe. Imita con voz grave el último diagnóstico que tuvo que dar a un supermodelo coreano: "Creo que puedes realizar tu sueño de convertirte en médico militar, pero primero tienes que superar el trauma que causó tu claustrofobia", y muestra las fotos de sus escenas favoritas.
A diferencia de muchos otros, Heise tiene un pasado relacionado con el cine. Trabajó como sonidista en Hollywood y como documentalista en Washington, antes de que su pareja consiguiera un puesto "imposible de rechazar" en una firma de abogados en Shanghái. Desde 2007 trabaja como presentador, locutor y actor en Hengdian y en otros estudios de China. "En estos años, hubo un cambio. Al principio, todo era sobreactuado y exagerado. Pero a medida que se desarrolla la industria, los perfiles también se perfeccionan y buscan actores con más experiencia", cuenta en una librería shanghainesa.
Con o sin cámaras, la ficción y la realidad se cruzan en Hengdian. Las locaciones también funcionan como parques temáticos, por lo que detrás del Palacio Qin se ven una montaña rusa y una rueda de la fortuna. Princesas de todas las edades vestidas con ambos de tul y poliéster, emperadores con sus uniformes dorados llenos de lentejuelas y gorros rojos de pana hacen cola para tomarse la foto en el trono, detrás de un biombo con garzas estampadas o junto a un cerezo florecido los 365 días del año. Prácticamente, cada dos o tres salones se ofrece el mismo servicio de alquiler de vestimentas, pelucas, coronas, accesorios y maquillaje, para tomarse fotografías profesionales como estrellas de una dinastía pasada.
Una cinta amarilla con el dibujo de un camarógrafo separa a los 50.000 visitantes diarios de los actores y los técnicos. "El Pabellón de la Armonía Suprema fue construido en 1406 y restaurado entre 1695 y 1697. Acá, el emperador recibía a los altos funcionarios y a las delegaciones extranjeras", informa Yan, como si estuviera en Pekín. Algo de esa relación entre escenario y verdad se mantiene en el público. Wang, un empleado estatal ya jubilado, viste una camisa multicolor y lentes oscuros. "A mí, las series de época me gustan mucho porque aprendo de historia", comenta. La respuesta se repite en todos los parques.
Hay quienes, incluso, se atreven a llevar más lejos sus fantasías y filman sus propias películas. La empresa Hengdian Microfilm, entre otras, ofrece a los visitantes grabar un corto de 10 minutos desde US$500. Con guiones establecidos de antemano, los participantes pueden elegir entre escenas de cortesanos, mandarines y concubinas reales. "Todas son fábulas con finales felices", remata Lei, una de las operadoras de la empresa, y les hace repetir a un grupo de niños disfrazados un juego de rimas: "Esto no son 21 gallinas, esto es el siglo 21".
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