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“Copetín al paso”, se lee en una antigua placa (de color blanca y letras negras) en las paredes de un histórico local en Caseros. Data del año 1965, año en el que comenzaron a despachar bebidas y variedades de sándwiches. Es que como en aquella época se instalaron en la zona varios complejos industriales, uno de ellos, la fábrica de automóviles Fiat, el bar comenzó a crecer al compás del barrio. Todos los mediodías los empleados y obreros de la automotriz solían acercarse a disfrutar de unos suculentos sándwiches. Con los años, los parroquianos lo bautizaron cariñosamente “Copetín Fiat”. Este año, por su trayectoria e identidad en el barrio, fue nombrado Bar Notable.
A principios de la década del 60 el italiano Don Francisco Saverio Oliverio y su mujer, María, inauguran un pequeño almacén con despacho de fiambres, panes, galletas y variedad de bebidas en la esquina de Wenceslao de Tata y Cervantes, en Caseros, partido de Tres de Febrero. Además, funcionaba una pintoresca peluquería. “Al poco tiempo, a mi tío Carlos Papaianni, se le ocurrió abrir un barcito allí y mi padre, Antonio, arrancó a los 18 años como mozo. Por las fábricas cercanas empezó a moverse muchísimo: siempre había colas en el horario del mediodía”, rememora Gregorio Papaianni, hijo de Tony.
El famoso sándwich “Comprimido”
En esa época, lo llamaban el bar de “Carlitos” o de “Tony” y su fuerte eran los sándwiches: de salame, jamón y queso, milanesa y hamburguesa. Como a Antonio siempre le apasionó el manejo de los fuegos, en la década del 70, se diseñó su propia parrilla de acero inoxidable para asar las hamburguesas, carnes y provoletas. En esa época, también surgió otro clásico, que según recuerdan lo solicitaban los tanos de Fiat, el llamado sándwich “Comprimido”, que lleva jamón cocido, queso y dulce de batata o membrillo. “Ahora lo volví a reflotar e hice una reversión con jamón crudo y nuestro pan ciabatta (de masa madre). Queda deliciosa la combinación agridulce”, asegura Papaianni.
Todos los mediodías el copetín estaba colmado de habitués. Los obreros de las fábricas aledañas adoraban sus generosas porciones. “Mi viejo hacía pilas de sándwiches de milanesa y distintos fiambres. Siempre se caracterizó por ofrecer buena y abundante mercadería. En el horario del almuerzo el bar se llenaba”, dice. La mayoría de los clientes los visitaban religiosamente todos los días. Así se generaba un vínculo de confianza. “Venían, comían y después cada uno nos cantaba su pedido al momento de pagar. Son amigos, muchos hasta tienen apodos.”, cuenta. Tony agrega: “La relación que tenemos con los clientes va más allá de lo comercial”.
Una historia de amor que empezó en la infancia
Beatriz, a la que le dicen “Bety”, vivió en el barrio de Caseros toda la vida. Su casa estaba ubicada precisamente a una cuadra del copetín y sus padres solían ir a buscar mercadería al almacén. A ella le fascinaba ir a comprar golosinas y helados. De adolescente, conoció a Tony, el jovencito que estaba detrás del mostrador y, al tiempo, se enamoraron. Tras algunos meses de noviazgo se casaron. En 1968 comenzó a dar una mano en la cocina. Ese año surgió un ícono de la casa: la torta de ricota. “Es deliciosa, muchos clientes dicen que es mágica. La vienen a buscar desde muy lejos”, asegura Gregorio. En un cuadernito, tienen anotadas la cantidad exacta de tortas de ricota que preparó hasta el día de hoy: 14.448 unidades. “Cocinar en familia y que guste lo que uno hace es muy gratificante”, dice Bety de 68 años. También son deliciosas su pasta frola y torta de coco y dulce de leche.
Su hijo Gegorio desde pequeño jugó a la pelota y a los autitos en las veredas aledañas al emprendimiento familiar. Cuando iba de visita a lo de la abuela Magdalena, era un clásico pasar por el bar de la esquina. “Iba a ayudar y también a molestar”, dice, entre risas. Cuando pasó la altura del mostrador, su padre lo puso a hacer algunos mandados. “Con mi hermano secábamos algunos platos, pero me empecé a involucrar más cuando empecé la secundaria. “Recuerdo que salía del colegio, me tomaba el 237, me sacaba el uniforme (camisa, corbata y pantalón gris) y arrancaba a atender a los clientes. Ahí aprendí a preparar sándwiches”, cuenta. Luego estudió abogacía, pero la gastronomía la llevaba en la sangre: al tiempo, se inscribió en una escuela de cocina.
“Siempre fui curioso y me gusta probar distintas recetas para sorprender a los clientes”, afirma. Con los años, se animó a incursionar y agregó algunos platos con sello propio: carnes asadas al horno, lasañas de verdura, sándwich de bondiola, pollo al ananá, entre otras opciones. “Para la época eran novedosas”, agrega. Aunque la cocina se renueve, jamás se olvida de su esencia: las porciones son generosas y hechas con amor. El sándwich de bondiola (braseada al horno), en pan de papa, chutney de cebolla, mostaza con miel y picante con verdes, despierta más de un suspiro. Otros imperdibles son los arancinis (con una receta italiana). “Hace poco un cliente me dijo que les hacían recordar a su mamá. Me movilizó mucho”, cuenta. También hay croquetas de lenteja y mozzarella o de papa y las generosas milanesas (de carne, pollo o cerdo). Las empanadas (fritas o al horno) también son las preferidas del barrio. Además de las clásicas de carne o jamón y queso, tienen una de creación propia con pollo y ananá. “Las hacemos hace más de 20 años. Tenemos muchos habitués que son fanáticos de ese gusto”, asegura.
Ser un Bar Notable: “Son muchos años de esfuerzo”
Para el postre hay dulces clásicos como el flan, budín de pan o queso y dulce, pero en el último tiempo cobraron protagonismo en la barra los cannelés (desde la clásica de vainilla, con dulce de leche hasta de morcilla); los macarons, choux, la crack pie de dulce de leche y la cheesecake helada. Daniela, la mujer de Gregorio, aporta su pasión por la pastelería con estas innovadoras recetas.
En octubre de 2021, el bar recibió el merecido homenaje de Notable. “Estábamos todos muy felices con este reconocimiento. Son muchos años de esfuerzo, sobre todo de mis viejos, y está bueno saber que vamos por un buen camino”, expresa Gregorio.
Por el copetín han pasado más de tres generaciones. “Tenemos habitués que nos acompañan desde que era almacén”, afirma. Y cuenta una anécdota de una pareja que se conoció en la fábrica automotriz, se casó y ahora los visitan a diario con sus hijos.
El piso damero de color amarillo y negro es testigo del paso del tiempo. En aquella icónica esquina, con más de medio siglo de historia, la familia Papainni siempre está firme para deleitar al barrio con sus especialidades.
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