Los últimos acontecimientos entre Wanda Nara, la “China” Suárez y Mauro Icardo, pusieron el ojo en las manos de las personas casadas y no tardaron en aparecer sorpresas
Quienes no padecen el llamado Síndrome de Fortunata (o la costumbre de fijarse en los maridos ajenos, pues “una vez puede ser amor, pero la segunda ya es patrón de conducta”), lo primero que hacen luego de cruzar miradas con alguien atractivo es fijarse si en la mano lleva el bendito anillo de casado. Este elemento ha sido durante siglos sinónimo de prohibición para muchas personas que creen en la fidelidad como un valor fundamental dentro de un vínculo romántico: si está en el dedo anular, y no tiene adornos que denoten otro significado, entonces será alguien “asexuado” a nuestros ojos. Pero esa connotación está cambiando, y a paso veloz, tanto que el último en revelarse contra su uso fue el príncipe Guillermo de Inglaterra. La prensa rosa, que escanea cada movimiento de la realeza, notó en la última semana que el heredero al trono no tenía su alianza puesta, mientras que su mujer sí. “Desde que se casó en 2011, no la usó jamás”, aclaraba un diario de Londres sobre el look del matrimonio real durante los premios Earthshot, contra el cambio climático. Pero otros medios volvieron a posar la lupa en el tema, al preguntarse el por qué de esa “rara”decisión.
No es alguien afecto a usar ninguna clase de joya, argumentaron desde el palacio de Kensington antes de que los rumores afectaran a la pareja, pues basta con poner sus nombres en Google -señalaba un artículo de los tantos escritos en las últimas semanas – para comprobar cómo el enigma sigue siendo una de las búsquedas más populares relacionadas al príncipe, una década después de su boda con Kate. Sin embargo, hay celebridades -al igual que tantos otros seres anónimos- que prefieren guardar en cajón la marca de su compromiso. Si ambos acuerdan no usarlo, todo bien, pero el gesto se vuelve sospechoso si uno de los dos decide sacárselo, especialmente si lo hace luego de años de casados. El mejor ejemplo de cuánto representa este elemento ancestral quedó demostrado días atrás, cuando la mediática Wanda Nara publicó en Instagram una foto de su mano sin la alianza que llevó hasta que se destapó el supuesto affaire de Icardi con la actriz Eugenia Suárez. Estaba herida, y lo dijo sacándoselo de la mano.
Unos por considerar que no es garantía de pertenencia, otros por alergia al metal, unos por miedo a perderlo, o bien por el peligro que implica para ciertos trabajos. Recuérdese el caso Nery Pumpido, arquero de River Plate, que mientras practicaba saltó para atajar la pelota y se lo enganchó en uno de los ganchos que sostienen la red en el arco, perdiendo el dedo entero. “Si los dos le otorgan un significado de fidelidad y amor, el no llevarlo puede ser una señal de alerta porque quizás sea un modo de buscar otras relaciones. En cambio, si lo ven como un accesorio que carece de significado, prescindir del mismo no modifica la confianza”, opinaba a propósito la psicóloga Silvia Sanz acerca de la interpretación de este gesto, que en algunos casos (Nara/Icardi) “es una forma sutil de expresar que algo no funciona, que el vínculo no se percibe del mismo modo o que el compromiso ya no es tan fuerte”.
Por mucho que el rito permanezca dentro de las ceremonias religiosas, sin dudas el anillo ya no representa a las relaciones amorosas del presente, tan volátiles y variopintas que son. Quizá nunca las representó. Si bien desde el antiguo Egipto, donde se cree que nace la tradición, su uso se asocia el amor eterno (por el círculo sin fin) y es una manera de anunciar socialmente que nuestro corazón está ocupado, sabemos que nada es eterno, por eso mismo para algunas personas es un poderoso afrodisíaco. De hecho, el famoso “efecto del anillo de bodas” quedó visible en el escándalo Nara/Icardi/Suárez: un hombre que ha sido elegido por otra mujer, a otras les resulta doblemente atractivo que los que están disponibles. “Llevarlo puesto puede atraer otras relaciones más que ahuyentarlas”, agregaba la psicóloga, que aun así considera que jamás perderá su vigencia, aunque su importancia, claramente, es muy relativa.
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