Donde lo único gratis es el sol, el mar y la playa
No fue lo que se dice un gran recibimiento: cuando me di cuenta de que me quedaba bastante menos de un cuarto de tanque de nafta, me desayuné con que en Uruguay había un feroz paro en las estaciones de servicio que las había dejado sin una gota de combustible en buena parte del país. No quiero ni imaginar cuántos minutos de vida le podrían quedar al gobierno de Mauricio Macri si acá sucediera algo parecido.
Pero en Uruguay la sangre nunca llega al río (será por eso que está mucho más limpio de su lado que del nuestro). Ir por la vida abrazado a un termo y con un mate en la otra mano debe ejercer influencias sedantes sobre los espíritus charrúas. Deberíamos aprender más de ellos.
Quise actuar con la misma templanza, y ante el riesgo de quedarme varado con el auto repleto de valijas en mi camino hacia La Barra, resolví hacer noche en Piriápolis, sin la menor irritación. El Argentino Hotel, un hotel de glorioso pasado bastante venido a menos, nos cobró por una doble para tres personas por una noche US$168, que incluyó un desayuno hiperdiscreto al día siguiente.
Con una de mis hijas tuvimos la mala idea de salir esa misma noche a comernos un lomito, un chivito canadiense y compartir un chop (1) de cerveza. A la hora de la cuenta percibí que a la devaluación y a los valores tradicionalmente encarecidos del este uruguayo se sumaban los precios exorbitantemente abusivos de La Pasiva: 1900 pesos argentinos. Espero recordarlo por siempre para no volver a cometer el mismo error en unos años.
Ambos episodios traumáticos me llevaron a ser más que cauto en ambos rubros: cuando finalmente pude cargar combustible –$3300– me dieron unas ganas tremendas de salir a caminar sin parar y no volver a subirme al auto más allá de lo estrictamente imprescindible. Por suerte, las bellezas esteñas justifican el esfuerzo aeróbico. Pero cedí a la tentación de ir una vez más a Virazón, el restaurante que mira al puerto y que matiza su comida standard con agradables melodías de jazz de fondo. Sin entradas, postres ni alcohol, la cuenta para cuatro personas cerró en casi $2900. Salado, pero al menos no sentí que era un robo a mano armada como en la experiencia anterior.
Será cuestión de comer en casa, me dije. Y encaré para Maldonado en busca de mejores precios. En el concurrido local Super Carnes del Este me cobraron $1738 para llenar siete platos con asado preparado por las mismas manos que ahora escriben esta columna. Bastante mejor. Sin embargo, conviene evitar la ensalada de tomate: el kilo, en la Tienda Inglesa, está a $100.
Otro dilema: ¿pago con débito o con tarjeta de crédito? ¿Conviene cerrar a la cotización del día con la de débito –todo gasto con tarjeta será indefectiblemente pasado a dólar– o bicicletear el pago un par de semanas con la de crédito con la esperanza de que al cierre la divisa se mantenga al mismo valor o, incluso, pueda haber descendido por esas razones inexplicables de nuestra veleidosa economía.
Cualquiera de las dos opciones siempre será mejor que usar el efectivo ya que en supermercados y restaurantes devuelven automáticamente unos pesitos porque descuentan el IVA a los turistas extranjeros. Algo más engorroso es el tax free con descuentos en otras compras, cuya devolución hay que tramitar luego.
Otra novedad de este año es que así como en el verano pasado, con un dólar a $20, los alquileres de casas y departamentos se cerraban aceleradamente a partir de agosto y septiembre, este año la Navidad llegaba con una plaza demasiado tranquila, con pocas consultas y un silencio de radio que inquietaba a propietarios e inmobiliarias. Se adelantó una costumbre que hasta ahora solo se registraba en febrero: llegar con el auto cargado de equipaje y la familia y cerrar in situ, plata en mano –siempre en dólares–, el mejor precio. Es cierto que tanto en la Punta como en La Barra hace días que se ve bastante movimiento, pero con abundancia de patentes uruguayas.
Para los que se aventuran a pasar sus vacaciones en el "paisito" más que una recomendación, un ferviente deseo: que tengan buen tiempo, que es la manera más placentera de gastar menos.
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