La increíble librería que funciona en una casa de Villa Urquiza y nació después de un gran dolor
La calle arbolada invita a caminar pausado. En este rincón de Villa Urquiza aún se respira barrio. Muchos de los vecinos se conocen de toda la vida y no son pocos los que reniegan ante la proliferación de edificios en altura, aunque, por Andonaegui al 3000, las casitas con jardín ganan la partida, pero ya no hay empedrado.
Allí, camuflada entre jazmines, cretonas y azaleas, la librería JB propone un viaje inmersivo hacia la literatura más exquisita y a sumergirse en un remanso con aroma de páginas nuevas con ese sabor a tinta tan característico, esa pócima que estimula lo erógeno del intelecto y que es la panacea del escriba y el lector.
Y si siempre es gratificante la experiencia, no se trata de una librería más, con mostradores y novedades en las vidrieras. JB Libros funciona en una de esas tantas casas de pastito adelante y patio de piso damero atrás, toda una curiosidad que la convierte en un sitio realmente acogedor.
Y, como lo que cuesta dicen que vale, el emprendimiento es, además, la materialización de un sueño construido en base a un dolor. Se sabe, a veces, la luminosa concreción del deseo está motorizada por las tinieblas más punzantes, de las que también se puede salir.
Que por bien no venga…
“Fueron treinta años trabajando en el depósito de la librería a la que consideraba como propia, ya que tenía la camiseta puesta, toda mi vida adulta estuvo allí, por eso la incertidumbre fue grande”, comienza a narrar Sergio Marcial, quien junto a su pareja Florencia Báez, construyeron JB Libros como una forma de contrarrestarle el peso a la adversidad y, además, saldar un viejo anhelo.
Esa librería, en la que Sergio Báez ofrendó sus conocimientos durante tres décadas, fue cambiando de propietarios con el paso del tiempo. Primero perteneció al Fondo de Cultura Económica, luego pasó a manos de Editorial Paidós, y, finalmente, tuvo otros dueños. “La última administración fue la peor”, sostiene el librero y melómano.
En marzo del 2021, Báez se tomó sus vacaciones anuales, momento elegido por sus empleadores para dejarlo cesante: “Me despidieron con una causa inventada, eso hizo que me quedase sin los últimos cuatro sueldos, que aún no me habían pagado, y sin la indemnización correspondiente”.
El shock fue grande. Sergio y Florencia, que son padres de Eva, aún en edad escolar, se vieron afectados, además, por el momento pandémico, que no los ayudaba en nada para sanear las finanzas familiares: “Veníamos del golpazo del Covid y, cuando podíamos empezar a respirar, pasó lo del despido, así que lo que se le ocurrió fue empezar a repartir libros en bicicleta”, rememora Florencia, de profesión psicóloga, quien, en ese momento, hacía suplencias en una clínica. “Fue un golpazo para mí”, reconoce Sergio, a quién, aún hoy, le cuesta entender aquella arbitrariedad, el desmanejo y el atropello sobre su dignidad.
Dicen que no hay mal que por bien no venga, y, para enfrentar la adversidad, rápidamente la familia se puso en marcha de nuevo. “Mi suegro me ofreció que lo ayudara en la distribuidora de libros que tenía”, explica. Que no queden dudas, Sergio y Florencia están atravesados por la influencia de esa pasión en la que se convierte expandir la literatura para quien guste recibirla. En homenaje a ese hombre, llamado Jorge Báez, que le tendió una mano cuando más lo necesitaba, el nombre de la librería lleva sus iniciales.
Los padres de Florencia se conocieron trabajando en Eudeba y, luego, en plena crisis del 2001, Jorge Báez fundó su propia distribuidora, también llamada JB. “El primer trabajo de mi vida fue en los stands en la Feria del libro”, dice Florencia, quien conoció a su marido Sergio cuando entró a trabajar, aunque ya era psicóloga, en la librería de la avenida Santa Fe, cuando aún pertenecía a Paidós.
También del lado de Sergio había influencias claras, ya que su padre vendía libros a domicilio. “Sobre todo ofrecía enciclopedias, fue a través de él que pude comenzar a trabajar en una distribuidora”. Luego llegaría el ingreso a la librería en la que permaneció tres décadas.
Contra los molinos de viento
Sergio y Florencia viven en un PH donde, antes de fundar el negocio, ya no cabía un solo libro más, ya que él utilizaba la vivienda como depósito de la flamante distribuidora. Además, ambos son lectores empedernidos, así que también buena parte del espacio estaba ocupada por los ejemplares de la biblioteca propia.
“Esto lo soñamos, pero, en Argentina, cuando te ponés a mirar cuánto sale el alquiler de un local, te desmoralizas”, reconoce, con realismo, Florencia. “Era imposible alquilar un espacio”, remarca su marido. Pero, las vueltas de la vida hicieron que un sitio inesperado, pero muy transitado por ellos, pudiera convertirse en la concreción de aquella fantasía anhelada.
Como si el universo hubiese complotado a favor, en la casa de Lida, la madre de Sergio, donde transcurrió su infancia y juventud, se habían montado unas oficinas que ya no estaban ocupadas. En realidad, Lida es la hermana de la madre biológica del librero, quien falleció cuando él era un niño: “Me crío Lida, a quien considero mi madre”, dice y no puede ocultar la emoción. Esas lágrimas también brotan recordando a quien ya no está y a ese gesto de Lida que le permitió modificar el rumbo de su vida, en un momento donde todo parecía desmoronarse. Lida le ofreció a su hijo montar en su propia casa esa librería tan soñada.
“Es lo mejor que le podía pasar, lo tiene muy merecido, ya que hubo mucho trabajo antes de llegar a esto”, reconoce y estimula Florencia ante Sergio, un poco incrédulo de sus propios valores. “Él dice que no es librero y yo creo que sí lo es. Sergio le supo sacar la mejor beta a todos esos años de experiencia en una librería. Por eso, ahora va en busca de lo específico, de lo que no está en todos lados. Es muy memorioso, tiene mucho dato, acumulación de conocimiento y escribe muy bien”.
El matrimonio reconoce que no se podía dejar pasar esta oportunidad única, aunque se trate de una apuesta grande y desafiante ya que la librería no se encuentra ubicada en un lugar comercial ni de demasiado tránsito de gente, pero, justamente, funcionar dentro de una casa pletórica de calidez, le da un valor agregado único y exclusivo.
Y como los sueños suelen están conformados de muchas energías solidarias que se aúnan para concretarlo, el librero contó con la colaboración de las empresas editoriales, quienes no dudaron en darle una mano, conociendo la forma abrupta e injusta en la que había perdido su trabajo sin ningún tipo de resarcimiento monetario.
“Me conocían por mi trabajo en la distribución”. Ese rol, no lo abandonó jamás. Por las mañanas y hasta pasado el mediodía, Sergio sigue repartiendo libros puerta a puerta y también visitando a los editores en busca de las novedades. Luego, vendrán las horas de la tarde al frente de su librería.
Elogio del leer
Alguien dijo que “el verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta el modo imperativo”. En esta librería sobra empatía y el ambiente onírico invita a sumergirse en un universo paralelo conformado por autores especialmente seleccionados, una curaduría que es uno de los grandes valores de este lugar.
Los vitrales de las ventanas son hermosos y dejan traslucir un sinnúmero de plantas, muy bien cuidadas por Lida, la mamá de “mano verde”. Ingresar, es sumergirse a un espacio donde se huele a café y los pisos de parqué recuerdan que allí funcionaba el coqueto living de una familia. Los anaqueles podrían ser la biblioteca de una casa No hay sensación de estar en un comercio, sino en el hogar de lectores generosos que comparten sus experiencias en torno a libros y autores.
Todo es en escala, armonioso, nada grandilocuente. El énfasis lo dan los libros, muchos de ellos verdaderas reliquias. Si hasta el piano tiene su historia, ya que fue la donación de una vecina para Eva, la pequeña de la familia que toca varios instrumentos y se perfila como una música de oído perfecto. El hermoso piano, que recuerda al que todos conocimos en la escuela primeria y que acompañaba a los actos escolares, enmarcará el espacio cuando se realicen los talleres y presentaciones de nuevas ediciones, tal como está planeado para este año.
“Siempre trabajé en el archivo, que es un lugar no valorado, pero eso me permitió adquirir grandes conocimientos sobre el mundo de la literatura”, explica Marcial. Recorrer las bibliotecas y las mesas con libros en exhibición no lo desmiente.
Allí está Clarice Lispector y más allá literatura india y japonesa. También la reconocidas Mariana Enríquez, Selva Almada y Leila Guerriero ocupan un lugar destacado. “Está el material que nos interesa, lo que leemos. También, tenemos mucho de psicoanálisis y algo de teatro”, dice el librero, revolviendo entre volúmenes de muy buen diseño.
A la vista, sin pudores, aparecen algunas joyas de las que Sergio y Florencia se enorgullecen, como Razones Locas, el paso de Eduardo Mateo por la música uruguaya, de Gilherme de Alencar Pinto, un ejemplar que Sergio Marcial, melómano confeso, no duda en recomendar. También aparece Hanakotoba, el lenguaje de las flores, pequeño diccionario japonés para las cosas sin nombre, recopilado por Alex Pler, que confirma que aquí la literatura oriental tiene un espacio bien ganado. Y, finalmente, el librero ofrece el Libro de la cántiga de pasión, de Jacobo Fijman.
Buscando instalarse en el público de Villa Urquiza que no desea ir hasta un shopping o al centro comercial del barrio, JB Libros apuesta por la cercanía. Esa misma cercanía que hizo que varios vecinos escritores, “muy buenos”, según Sergio y Florencia, hicieran llegar sus materiales. “Abrimos y empezaron a acercarse”. Entre ellos se destacan Oscar Luna, autor de Batallón Puloi, del metegol a la trinchera, y Damián Huergo, autor de La ley primera.
Una librería hecha a pulmón también tiene su propia estrategia de marketing all uso nostro. En la panadería de la otra cuadra, centro neurálgico de esta zona del barrio, una pila de volantes promociona a JB con buenos resultados. Mientras LA NACION recorría el lugar, una vecina, volante en mano, llegó para conocer la librería con una misión muy precisa, ir en busca de un material que relaciona literatura con natación. Así de específica.
Si de resiliencia se trata, Sergio Marcial y Florencia Báez algo saben. Acaso en la magia de la narrativa y de la poesía encontraron algunas respuestas para hacerse de un mundo más amigable. Ese mundo construido en base a libros. Y eso no es otra cosa que llenar de ideas y emociones cada día.
Para ellos, la felicidad es la concreción una familia y de ese sueño acobijado en páginas y páginas de poetas que los acariciaron para superar aquellos días aciagos que la vida a veces impone. Contradiciendo a Jorge Luis Borges, no han cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. Sobre una calle con aromas de rosales construyeron la felicidad posible.
JB Libros. Andonaegui 3059, timbre 1, Villa Urquiza, CABA. Abierto de lunes a viernes de 16 a 20 y los sábados de 10 a 13. Instagram: @jblibros
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