El templo de Cádiz
Hay lugares que son como un canto a la vida. Esos pequeños bares, restaurantes, tascas o bodegones que siempre sorprenden y dejan un gratísimo recuerdo. Casa Manteca es uno de ellos.
Enclavado en la calle del corralón de los carros 66, barrio de la Viña, en la ciudad de Cádiz, es un lugar que no se puede dejar de visitar. Ya de por sí, Cádiz es una ciudad apasionante. Una de las más antiguas de Europa Occidental, tiene vestigios arqueológicos de más de 3100 años de antigüedad. Desde las Guerras Púnicas hasta el descubrimiento de América esta ciudad ha sido protagonista de la historia. Con la alegría propia de los habitantes del sur de España se deja recorrer plácidamente y siempre se va a encontrar alguna sorpresa. Como una taberna de semejante naturaleza.
Templo del buen comer y del buen beber, aquí cada momento es único ya que cada uno de sus parroquianos le imprime una identidad singular. Es cierto que esta Casa Manteca tiene espíritu y los propietarios, ya estaremos hablando de ellos, se encargan de que así sea. Esta esquina es una exaltación de los placeres y a los cinco minutos uno ya se siente cliente de toda la vida.
La decoración lo dice todo. Las paredes están repletas de fotos, carteles, pósters y memorabilia de todo lo que tenga que ver con la tauromaquia, el flamenco y los ciudadanos ilustres de la ciudad. Del techo cuelgan infinidad de las mejores muestras de los chacinados locales y los quesos se dejan oler en sus guardas. Acá lo que se estila es estar de pie junto a la barra atiborrándose de cantidades industriales de delicatessen.
Todo el mundo pide al mismo tiempo y el lugar toma un ritmo frenético.
–Que sí... vale, que quiero un jamoncito...
–Ponme porfa un poco de manchego.
–Venga Pepe con esa manzanilla...
–Espabila, por favor...
Todos los productos son servidos en papel parafinado, todo bien cortado y con mucho cariño. Aquí la confianza lo es todo y muchas veces los clientes ayudan a los dueños a hacer cuentas de lo que se ha consumido y va el honor de cada uno en recordar puntillosamente lo pedido.
Los temas a charlar son de lo mas variados. Entra todo: fútbol, política, religión, economía, quién ha ganado la lotería, si el pobrecillo gato de la vecina de un primo se ha enfermado... Y todo comandado por Pepe ,"el Manteca", y su familia, que haciendo honra al legado del lugar se esfuerza por hacer sentir a todos como en casa.
"El Manteca", José Ruiz como dicta su documento de identidad, supo ser una promesa truncada del toreo andaluz, cantaor flamenco y anfitrión de veladas de lo más variopintas. Hoy es una celebridad gaditana y en su taberna recibe a gente de todas las calañas y ámbitos sociales, y él, como gran capitán de su barco, saber dirigirlo todo en la dirección correcta.
En este momento en el que me encuentro ahí veo desde los clientes locales de toda la vida hasta turistas alemanas con rostros de lo más felices, pasando por una despedida de soltero en su etapa más eufórica (imaginar el combo despedida de soltero más turistas alemanas y el cocktail es verdaderamente explosivo). Y, sin embargo, bajo la mirada de los alma mater del lugar, sus dueños, todo fluye con una facilidad absoluta, comportándose todo el mundo como es debido.
Y así, sin apuro pero con autoridad, Pepe "el Manteca" levanta la mano y comanda el silencio para así entonar con voz triste una vieja tonada flamenca para el deleite de los participantes de esta especie de fiesta diaria que es Casa Manteca.