Cuando llegó la instancia de abonar la visa, la página se paralizó y decidió darle a un total desconocido los datos de su tarjeta para que pague por ella, un riesgo que cambió su vida para siempre...
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Allá, por 2012, Evelin Stjepanek escuchó acerca de la visa Working Holiday para vivir y trabajar en Nueva Zelanda por un año, y se visualizó explorando continentes lejanos y escapando de la monotonía de Buenos Aires, donde su rutina se basaba en trabajar, estudiar y salir los fines de semana.
Ilusionada, se postuló en el 2014. Sabía que sus posibilidades eran limitadas, otorgaban tan solo mil visas en un solo día específico y a cierta hora exacta, y eran decenas de miles quienes deseaban ser elegidos. Desafortunadamente, al llegar a la última instancia ya no había cupos: “Entendí que no era el momento y mantuve la esperanza de que algún día iba a ser posible”, rememora.
Lo intentó al año siguiente y una vez más llegó a la última instancia, pero en esta ocasión la página dejó de responderle justo cuando había sido habilitada para generar el pago. Desesperada, Evelin ingresó en un grupo de Facebook llamado “Argentinos en Auckland” y le pidió a un integrante que por favor entrara desde Nueva Zelanda a su perfil de inmigración y concretara el pago por ella. El extraño accedió, Evelin le facilitó los datos de su tarjeta a un total desconocido, entendiendo que el momento era ese y que debía intentarlo todo antes de darse por vencida: “Este desconocido, a quien le voy a estar eternamente agradecida, completó el pago en diez minutos y de repente mi vida cambió para siempre”.
Irse: “Creo que lo importante es entender que esta es nuestra única vida, y las decisiones deben ser individuales, más allá de lo que el entorno opine de ello”
Es difícil procesar que un hijo se vaya solo al otro lado del mundo, pero, con el tiempo, sus padres se alegraron por su decisión.
“Creo que lo importante es entender que esta es nuestra única vida, y las decisiones deben ser individuales, más allá de lo que el entorno, y sobre todo la familia, opine de ello”, observa Evelin. “Yo no le estaba pidiendo nada a nadie, en ese entonces ya vivía sola y esa independencia me ayudó a hacer partícipe a mi familia de mi decisión sin afectarla”.
La joven de 24 años renunció a su trabajo, dejó la facultad, y en septiembre de 2016, justo un año después de conseguir la visa, abordó un avión hacia la nueva tierra: “Empezar de cero en un lugar desconocido genera temor, sin dudas, pero también la felicidad de vivir la vida que uno quiere, más allá de lo que depare el futuro”.
Mientras sobrevolaba el pacífico, Evelin sintió emoción, miedo e incertidumbre, junto a la seguridad de que había tomado el camino correcto. Maravillada, observó durante el aterrizaje el cielo por la ventanilla sin imaginar que acababa de iniciar un viaje de ida, sin regreso.
De romper paredes en Nueva Zelanda a vislumbrar el comienzo de un sueño: “Así se hacen las cosas y así se arma un buen equipo de trabajo”
Pisó suelo neozelandés con la convicción de que iba a apreciar lo que venga, que todas las experiencias la iban a moldear para poder ser una nueva y mejor versión de sí misma.
Pronto quedó maravillada por la tranquilidad en el andar de la gente, los pequeños gestos de amabilidad –como agradecer al chofer del colectivo por el viaje al bajar en destino-, las personas saludándose por la calle (algo que en el futuro experimentaría con sus propios clientes) y, la sensación de vivir en un gran pueblo rodeado de verdes alucinantes, con horizontes amplios, compartidos por 1.6 millones de habitantes.
Había arribado sin ningún plan, su idea era quedarse el año permitido, recorrer la región y trabajar, tal como corresponde con la visa Working Holiday. Su primer empleo consistió en romper paredes en una construcción, un proyecto de dos meses que terminó en Navidad. Pronto supo que era tiempo de encontrar algo diferente y acorde a lo que deseaba. Fue así que, desde su pequeño hogar ubicado en Mount Eden, Auckland, en vez de buscar empleo por la web, puso su atención en los comercios cercanos a su casa, que le agradaran lo suficiente como para contactarlos.
En el mapa localizó una cervecería artesanal que le llamó la atención y decidió escribirles. “Hola, me llamo Evelin y quiero formar parte de su equipo”, puso en inglés, un idioma con el que se defendía. En el transcurso de unas horas recibió como respuesta: “Si me lo decís así, voy a tener que entrevistarte”.
Con una amabilidad que nunca había vivenciado antes, a Evelin decidieron contratarla, le mostraron el local y cómo producían su cerveza con vistas al público, le explicaron cada detalle de su empresa y la invitaron a degustar las cervezas y los platos, para que supiera qué es lo que le iba a vender al público: “Esto es lo que quiero hacer en el futuro”, pensó Evelin. “Así se hacen las cosas y así se arma un buen equipo de trabajo”.
Ser mánager y un primer trago amargo: “La picardía está en todos lados”.
Cierto día, Evelin decidió preguntarle a la mánager de la cervecería cómo se hacía para lograr su puesto y, dispuesta como todos a ayudar, esta le explicó que debía hacer un curso que habilita para vender alcohol (LCQ), y luego presentarse en la municipalidad de Auckland a una entrevista, donde expiden el certificado: “Desde que arranqué en esa cervecería aspiré a eso, por lo que empecé a trabajar muy fuerte. Lo normal es trabajar 40 horas por semana, yo pedía de 50 a 60″.
Evelin no solo logró ser la mánager de aquella cervecería, sino de sus tres sucursales, donde procuró mantener siempre los estándares de la empresa. Nueve meses después, el hombre que la había contratado en la construcción le comunicó que iba a montar un bar y la quería a ella como encargada. Aceptó la propuesta y allí estuvo hasta que a los dos meses se encontró con una faja de clausura por falta de pago: “El dueño también me debía a mí, la picardía está en todos lados”.
Años de aprendizaje, una mudanza fallida y una meta: “Fue clave manifestar mi deseo en voz alta”
Luego del trago amargo, Evelin trabajó en Verona, un café tradicional de la ciudad, bajo un contrato temporal de tres meses. Finalizado aquel período se halló de nuevo tras la búsqueda de un empleo, convencida, como siempre, de que debía ser algo que le gustara: “Uno está lejos de los suyos, con un idioma que no domina, a ese impacto no se le puede sumar un trabajo donde la pasás mal”.
Para su fortuna, una amiga que dejaba su empleo en un conocido bar de vinos, Annabel´s, la contactó. Durante los siguientes tres años, Evelin fue la única encargada de aquel espacio. Años en los que aprendió todo acerca de los vinos y en los cuales pudo explayarse, organizar los eventos a su gusto, y tener hasta la libertad de cambiar el menú si así lo deseaba. Aquella autonomía la ayudó a encontrar una propia identidad dentro de aquel mundo y descubrir su mayor deseo: tener su propio bar.
El camino para cumplir su meta no fue llano. Evelin tenía la experiencia, pero necesitaba capital y, a su vez -así lo creyó ella- un cambio de aire. Convencida, renunció al empleo que tanto le había enseñado, dejó su casa en Auckland, cargó su auto y condujo hasta Wellington en busca de un trabajo en la capital de Nueva Zelanda y de la gastronomía, donde no tuvo suerte. Ya corría el año 2021 y la pandemia los había alcanzado.
Regresar fue como volver a casa. Auckland la recibió con sus paisajes familiares y seis ofertas para ser mánager: “En ese período trabajé en lugares conocidos como Candela y Pici, y se reafirmó mi deseo de tener algo propio. No podía subir más que de ser mánager, uno ve que lo que brinda da sus frutos, pero lo que se recibe a cambio es mucho menor; ir por mi sueño era el paso orgánico a dar”.
Evelin decidió dejar el circuito gastronómico renombrado al que había ingresado para renovar sus pensamientos. Trabajó medio tiempo en un cafecito y en sus horas libres comenzó a armar su plan de negocios: “Me sentaba en la computadora a plasmar todo: la estética de mi lugar, el menú, el social media, la imagen digital, todo. Para ello hice un estudio de mercado de los mejores bares del mundo”.
“Otro punto clave fue manifestar mi deseo en voz alta. Cuando me preguntaban en qué estaba, contestaba: haciendo mi plan de negocios porque voy a abrir un bar para cuando cumpla los 30. Al decirlo en voz alta se asume un compromiso real, y aparte ven tu pasión y emergen los interesados en ayudarte”.
Una argentina que dejó su suelo sin planes y hoy es dueña de su propio bar a los 30
2021 seguía su curso inestable, mientras Evelin extrañaba a su familia como nunca antes. Necesitaba sus raíces, necesitaba escuchar español: “Llega un momento en que, sin importar los años que hayan pasado, el cerebro se cansa. Hay días que te levantás aplaudiendo la elección del país, y otros donde daría todo por jugar con mis sobrinas o tomar mate con mamucha”.
Mientras la nostalgia ganaba, cierto día la llamaron de un bar llamado Est. 1901, ubicado en Ponsonby, que nunca había funcionado y la pandemia terminó por devastar. Aun así, sus dueños, dos hermanos, apostaban por una reapertura y le pidieron a ella que fuera la encargada de darle nueva vida. “Si remonto el lugar significa que ya estoy lista para mi propio espacio y ese será mi próximo paso”, les anticipó.
La vasta red de contactos de la joven, su excelencia laboral y la calidez argentina atrajeron a los clientes, que pronto se sintieron abrazados por ella, como en casa. Fue en el día de su cumpleaños número 30, que los hermanos le anunciaron a Evelin que no querían que se vaya y, en cambio, le ofrecieron comprar un porcentaje del bar. Desde entonces, ella se transformó en socia y dueña. Los hermanos, que ejercen su profesión de abogados, le confían todo, la dejan volar.
Nostalgia, disciplina, tenacidad y aprendizajes: “La gente aprecia ver a alguien que esté feliz de ser argentino”
Hoy, seis años después de su llegada a Nueva Zelanda, Evelin repasa su historia y todo, de pronto, cobra sentido. Desde el primer instante nada le fue servido en bandeja, pero ella jamás se dejó vencer. No fue fácil, las caídas siempre significaron extrañar mucho a su familia, a la que siempre fue muy apegada, y con quien lloró tantísimas veces por teléfono: “Verbalizar más todo lo que siento por ellos es algo que aprendí en Nueva Zelanda. Tener picos de extrañar mucho lo hice parte de mi historia”.
“Atender al cliente a veces se hace difícil, toca dejar la tristeza atrás y hay que sonreír siempre. No se puede poner mala cara porque uno extraña y el corazón está roto, hay que levantar cabeza y seguir, hasta que llega ese anhelado momento del abrazo en Argentina”, reflexiona. “Es parte de la naturaleza de la elección, sentir que algo siempre está en falta, angustiarse porque los años sin los padres, sin los hermanos, sin los sobrinos, pasan. Pero, aun así, estoy feliz con mi elección, y las caídas y la distancia te hacen más fuerte”.
“En estos seis años en Nueva Zelanda vi una transformación en el país. Cuando llegué era muy perfectito, muy estructurado, ni hablar en temas de eventos y hospitalidad. Por suerte hay cada vez más gente joven de todo el mundo emprendiendo y hoy me alegra descubrir una tierra más dinámica, con más vitalidad”.
“A veces me despierto y no puedo creer mi camino recorrido y lo logrado. A veces uno se cierra por una experiencia negativa, pero en mi caso aprendí que esas también te llevan a algún lado. Aprendí que hay que dar lo mejor posible todo el tiempo, que uno no sabe en qué situación está el otro, así que no hay que poner lo que uno va cargando en los hombros de los demás. Tenemos que tratar de hacer el bien, tratar bien, porque tiene un impacto positivo en la comunidad. Todo el amor que uno da siembra, florece”, dice con una sonrisa.
“Nada sucede por arte de magia, sino por las decisiones que uno toma, los límites que establece, las elecciones de no estar en lugares que nos drenan la energía que queremos destinar a nuestros objetivos. Todo colabora a disciplinarse y poner determinación. Hoy mi lugar en Nueva Zelanda está definido por la estabilidad y seguridad que desconocía, y con más amabilidad alrededor. Definitivamente eso hace sentir un peso más liviano en el cuerpo y cada día lo agradezco”, reflexiona.
“Buenos Aires es y será mi ciudad preferida en el mundo y creo que ahora tengo la oportunidad de apreciarla desde otro lado. Estoy agradecida a la Argentina. Uno nunca tiene que olvidarse de sus raíces, de quién es uno y de dónde viene. No cambiaría mi lugar de nacimiento nunca. Soy de Lanús, me mudé a capital a los 17, todo me moldeó y me llevó a ser quién soy. La gente aprecia ver a alguien que esté feliz de ser argentino”.
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